Capítulo 2: Realidad y pesadilla

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El lienzo nocturno era todo lo que parecía acompañarla en aquel momento, salpicado por infinidad de puntos centelleantes. Desde allí arriba podía verse hasta la costa, las olas del mar en la lejanía dejar su rastro de espuma en los acantilados y rocas a lo lejos, la luz de las lunas bañando la superficie del agua.

Estas presidian la composición sobre su cabeza, cada una de aquellas siluetas astrales brillando con su tonalidad característica; plateado, celeste pálido y rojo apagado. Su luz, aparentemente tenue pero suficiente, permitía observar el mundo mientras el astro rey descansaba; un armonioso conjunto que aportaba paz.

Pasos detrás de ella la sacaron de sus pensamientos. Conocía aquel sonido, aquellos golpes de garra sobre la roca desnuda, el viento susurrando en las plumas. La figura imponente de un córvido se acercó hasta ella, un ser de plumas tan oscuras como el cielo al nublarse, con aquellos brillantes ojos carmesí puestos sobre ella. Su pico hizo un sonido hueco mientras se recolocaba uno de sus brazaletes enjoyados.

—No deberías estar aquí. Ve adentro. —La habló una voz profunda, pero sincera, que denotaba preocupación y autoridad a partes iguales. Y a la vez era una voz cansada, sin atisbos de energía.

—Lo siento. Es que no podía dormir, de verdad. —Para él sonaba como una excusa más que una respuesta, un intento de ocultar el nerviosismo causado por la falta de preparación para formular otra mejor. Y ella sabía que él estaba demasiado cansado como para ponerse a discutir las razones.

—Esta bien. Pero ahora ve adentro. —El córvido enseguida terminó la frase. No parecía enfadado, pero en realidad era casi imposible saber en qué pensaba aquella ave grande. Nunca entraba en detalles; solo conversaciones neutras en muchas ocasiones, que reforzaban más la idea de ser tan diferentes el uno del otro—. Solo ve a dormir.

Se levantó, abandonando la roca donde se había sentado y descendió unos metros en la montaña, hasta llegar al pequeño pero acogedor refugio donde intentaba hacer su "vida normal". Hacía muchos años que nadie vivía en aquellas montañas, por lo que las construcciones humanas habían sido abandonadas o, en su mayoría, adaptadas, aunque su estado de conservación era considerablemente bueno. Y eso es lo que ella conocía. Él no hablaba mucho, solo limitándose a darle órdenes sencillas, de vigilar que no saliera de un perímetro que aún ella misma desconocía, y de seguirlo allá donde él le pedía.

Aramid la acompañaba desde unos metros más atrás, quizá para comprobar que no se volvía a escapar para observar el firmamento. Pero incluso bajo las sábanas, sentía su presencia a metros de distancia, observándola. Aquellos silencios parecían incómodos, pero parecía que a ninguno le importaba demasiado, no tanto como para llegar a mencionarlo.

—Y ahora descansa. —Dijo después de unos segundos observándola desde fuera, tras lo cual se dio la vuelta y desapareció de su vista—. Mañana debemos hablar.

Ella sabía que seguía allí, cerca, más cuando el ruido de sus garras se alternaba entre el golpeo de la madera y el de la piedra. Poco a poco fue que los sonidos desaparecieron cerca del techo, donde sabía que él dormía; era solamente una abertura en la roca, usada a modo de refugio. Era el único momento donde sabía que él dormía. El resto del tiempo desaparecía, llevando a cabo un sinfín de tareas en aquel pequeño refugio en lo alto de las montañas, donde había oído que se refugiaban los últimos Raksak.

Aunque un hueco en la roca no parecía el sitio más cómodo, era el que mejor le permitía estar cerca de ella en todo momento. El aullido del viento se colaba por las paredes cada cierto tiempo, pero era un ruido al que ambos se habían acabado acostumbrando, convirtiéndose en su propio silencio. Ella ya dudaba ser ya capaz de dormir en otras condiciones que no fueran una relación de coexistencia con la naturaleza y la cruel e indiferente huella de la intemperie.

Crónicas del viejo mundo: Exitium (#PGP2024) (Descontinuado, Disp. En Ekonovel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora