Capítulo 10: Mi nueva jefa

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Respiro varias veces, mientras termino de acomodarme la camisa frente al espejo, los sentimientos se apoderan de mí, al enterarme esta mañana que el contacto de Emma me había aceptado para que trabajara con ella. Sn embargo, me hago la idea de que no puedo perder la compostura delante de esa mujer, eso sería cavar mi perdición.
Observo a mi padre a través del espejo, el cual está de pie en el umbral de la puerta, mirándome minuciosamente.
—Ni siquiera para una velada en un restaurante te arreglas tanto —refuta, soltando un resoplido.
Rechisto una blasfemia en voz baja, dándole completamente la razón, puesto que no acostumbro a vestirme de manera elegante, aunque parece que voy más a una cita que a un puesto de trabajo.
—Sabes que tengo que apoyarte con las responsabilidades —recalco, girándome sobre mis talones para encararlo—. No pretenderás que dependeré de ti, toda la vida.
Sacuda la cabeza, burlándose de mí. Me extiende algo de dinero por si lo necesito.
—Ten, y por favor no me decepciones.
—Muchas gracias —le agradezco entredientes—. No lo haré. Y… nos vemos mañana.
Me observa despectivamente, arrugando el ceño.
—¿Qué dijiste? —farfulla, mirándome directo a los ojos—. Después que termine el trabajo, regresas al departamento o yo mismo iré a buscarte a ese lugar. Y no me hagas perder la cordura al enviarte al servicio militar.
Asiento con la cabeza.
—Ya entendí —respondo.
—Bien —dice seriamente—Y apúrate, porque llegarás tarde.
Me despido de mi padre, para salir del departamento. Tomo el ascensor, mientras mi mente imagina escenarios diferentes al saber que conviviré con Elisabeth en la empresa. En menos de lo que esperaba, el elevador se ha detenido, abriendo sus puertas. Camino a pasos rápidos hasta la parada en donde me está esperando un vehículo en color plateado.
—¡Qué guapo estás! —bufonea la rubia, que va sentada en el asiento de copiloto—. Parece que alguien tendrá una cita hoy.
Ruedo los ojos, encogiéndome de hombros. Suspiro de alivio, al percatarme de que Elisabeth no la ha acompañado, aunque sospecho que no está esperando en la empresa. De ninguna manera le preguntaré a Emma por ella. Saludo a mi primo Héctor a través del espejo retrovisor, el rubio de ojos avellanos me devuelve el gesto.
—¿Estás nervioso por tu primer día? —pregunta su hermana.
Niego con la cabeza, fingiendo lucir lo más sereno posible. El trabajo no me preocupa, sino algo más.
—La primera vez siempre sentimos emociones —interviene el rubio—. Tengo la certeza de que todo saldrá bien.
—Gracias, Héctor.
En el trayecto conversamos un rato, hasta que él se detiene frente a un edificio de piedras y cristales polarizados, caracterizado por tener un porte de elegancia y minimalista. En la parte alta de la edificación está escrito el nombre de la organización.
Nos bajamos del vehículo, despidiéndonos de mi primo, para adentrarnos por las puertas dobles. Nos dirigimos a la recepción, la cual es un espacio extenso en donde se encuentran varias mujeres sentadas frente a diversos computadores.
—Buenas tardes, Kimberly —Emma se dirige a la rubia del medio, saludándola—. Tenemos una cita con la licenciada Bustamante. ¿Estará en su oficina?
La chica hace una llamada.
—Buenas tardes, señorita Hoffmann —le devuelve el saludo, con una sonrisa—. Sí, la licenciada los está esperando en su oficina.
La rubia le agradece, me hace señas para que nos dirijamos al ascensor hasta el último piso en donde se encuentran las hermanas Bustamante.
En el elevador, ella aprovecha para acomodarse algunos mechones de cabellos sueltos. La adrenalina me aumenta por decibeles. Cuando nos detenemos en el último piso, me preparo mentalmente para encontrarme con Elisabeth en este lugar, quizás sea un karma que estoy pagando por mis malas acciones.
Le sigo los pasos a Emma hacia final de un pasillo, pasando por diversas en donde se pueden observar a los empleados realizando su faena laboral a través de las puertas de vidrios.
La rubia se detiene frente a la puerta que cambiará mi vida a partir de este momento, aprovecha para darle suaves golpes, escuchando una voz desde adentro que nos invita a pasar. Abre la puerta lentamente, saludando a una mujer no mayor de treinta años, que lleva su cabello castaño claro recogido en una trenza de lado, la cual nos recibe con una cálida sonrisa.
—¡Bienvenidos! —expresa, levantándose del asiento—. Es un gusto tenerlos aquí.
Se dirige hacia nosotros, acomodándose el uniforme de color azul marino perfectamente planchado, me extiende la mano y se la recibo, dedicándole una sonrisa de cortesía.
—Un gusto saludarte, me llamo Gabriela Bustamante —ella se presenta—, y estarás bajo mi tutela.
Asiento con la cabeza. Sería una falta de respeto en estos momentos rodar los ojos, todo este tiempo estuve pensando que era la hermana de las mellizas, pero al preguntarle a Fabiana, cuál era el nombre de ella, me comentó que se llama Marta. Luego cuando la rubia me dijo en la mañana que se trataba de la hermana de Elisabeth, estuve a punto de arrepentirme. ¡Maldita sea Emma Hoffmann! Si supieras lo que siento por tú mejor amiga, no me hubieses puesto en esta incómoda situación.
—Es un gusto conocerla, soy Sebastián Hoffmann —le respondo, retornando a la realidad—. Para mí será todo placer trabajar con usted, señorita Bustamante.
Mi futura cuñada, quería decirle.
Ella deshace nuestro agarre, dirigiéndose hacia el escritorio para tomar una pila de carpetas.
—Te mostraré tu lugar de trabajo —dice, caminando hacia la salida—. Esta es la oficina de mi hermana.
Lo presentí desde el momento en que habíamos puesto un pie frente a ese lugar y por la fragancia que invade el ambiente, colándose por mi nariz.
—Muchas gracias por la oportunidad, Gabriela —agradece la rubia, con una sonrisa.
Salimos del despacho, circulando de nuevo por el pasillo, los zapatos de ellas resuenan en el piso de granito.
—No tienes nada que agradecerme —acota la regente—. Sabes lo mucho que te aprecio, aparte de lo que me contaste. Estoy feliz de poderte ayudar.
Una extraña sensación me recorre el cuerpo, al pensar: ¿qué le habría dicho Emma a esa mujer? Con unas simples palabras y unos ojitos de lastima, mi prima puede engatusar a cualquiera; a veces me genera agobio.
—¿Elisabeth no vendrá hoy? —inquiere la rubia—. He intentado llamarla a su teléfono, pero me envía directo al buzón.
La administradora abre la puerta de su oficina, invitándonos a pasar. Me dispongo a vislumbrar a mí alrededor, notando que es un lugar amplio, caracterizado por cuadros de diversos tamaños colgados en las paredes, sillones de cuero en color negro, dos bibliotecas repletas de libros y dos escritorios acomodados perpendicularmente.
—No lo creo —asevera, colocando el montón de carpetas sobre su escritorio—. Decidió tomarse el día libre, para hacer sus asignaciones de la universidad.
Suspiro de alivio, al saber que hoy podré concentrarme en el trabajo sin ninguna distracción. En definitiva, es algo a lo que me debo de acostumbrar para no cometer ningún error y ocultar lo suficiente mis sentimientos hacia Elisabeth.
—Es difícil centrarse en varias cosas a la vez —continua, soltando un resoplido—, pero al saber organizarse es más fácil. Sin embargo he notado que no le interesan los negocios. Aunque sé que lo hace por mis padres.
Me sorprendo al escuchar eso. No conozco mucho sobre la vida que lleva Elisabeth, pero el solo imaginarme noches enteras desvelándose por diversos motivos, me causa una sensación de nostalgia.
—Las entiendo perfectamente —acota la rubia—. La gente piensa que es tarea fácil, pero no sabe los sacrificios que se hacen para lograr estar en donde se quiere.
La administradora asiente, aclarándose la garganta.
—¿Quieren tomarse algo? —inquiere, cambiando de tema—. ¿Café?
—Bueno —contestamos a unísono.
Emma me observa de reojo desde el sillón, diciéndome con la mirada: ¿Desde cuándo tomas café? Me limito a responderle, así que me encojo de hombros.
Inmediatamente el aroma a café se cuela por mis sentidos, ella nos sirve la bebida en tazas hasta el tope. Le gratifico con una pequeña sonrisa, aunque no tomo café me da vergüenza rechazárselo. Aprovecho para tomar el primer sorbo, quedándome pasmado ante la combinación de sabores.
—¡Está delicioso! —musita la rubia, aspirando el aroma.
—Uhm, gracias —apremia ella—. Es un vicio que no puedo dejar.
Suelta una carcajada, sentándose en su escritorio.
—Licenciada, ¿me podría informar acerca del trabajo?
Necesito estar al tanto, sobre lo que me tocará hacer en la oficina.
—¡Por supuesto! Para eso estamos, así que pregunta —acota ella, sacando unos documentos de la gaveta—. Aquí está el contrato, léelo con calma. Me notificas alguna duda que tengas, y con gusto te la aclaré. ¿Entendido?
Asiento con la cabeza. Me dispongo a hojear cada una de las cláusulas del contrato esmeradamente, notando la presencia de mi prima sobre mi costado quien también verifica que todo esté en perfecto orden, aparte de que domina mejor el español. Luego de releer varias veces, tomo el bolígrafo estampando mi firma en él.
—Bien, te daré una breve explicación —dice ella, cerrando la carpeta—. Trabajarás conmigo todas las tardes, después de la universidad. Aquí ambos nos retroalimentaremos, es decir, te brindaré conocimientos, así como aprenderé de ti.
—Muchas gracias, licenciada — retribuyo cortésmente.
—De nada —expresa con una sonrisa—. Te daré tus primeras asignaciones para evaluarte ¿Estás listo?
—Sí, lo estoy.
—Bien, entonces empecemos.
Y ese fue el comienzo de una de las muchas tardes, en que estaría rodeado de documentos y constante aprendizaje. Siendo una nueva experiencia gratificante.

Confesiones De Un Típico Alemán (+18) [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora