4. Aku cinta kamu, Alexander (parte III)

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[Tercera parte de Desconfianza y falta de respeto]

Alec caminaba por una concurrida avenida de Brooklyn, dejando que Magnus lo guiara sin soltarle la mano hacia el restaurante donde, al parecer, había reservado una mesa para los dos. No estaba acostumbrado a la ropa que llevaba puesta, aunque su novio había cumplido su promesa y no se había excedido demasiado en la ropa que eligió para él: unos pantalones de vestir negros, combinados con una camisa azul que, según el brujo, realzaba el azul de sus ojos, así como un abrigo oscuro, que, también en la opinión de Magnus, hacía que se viera sexy, elegante y sofisticado. Su novio había insistido también en maquillarle, pero tampoco en eso se había pasado; sólo un poco para cubrir sus enormes ojeras y darle un tanto de brillo a su rostro.

A pesar de la felicidad de haber podido arreglar las cosas con Magnus, el nefilim no podía evitar sentirse culpable e indigno de pasear por la ciudad de la mano de su novio. Durante toda su corta vida, había asumido como algo normal ser castigado duramente por el más mínimo error, y que Magnus le hubiera perdonado tan fácilmente, a pesar que habían estado separados casi un mes, no entraba en sus esquemas.

El susodicho brujo no tardó en darse cuenta de que algo le pasaba a su ángel. Alec no solía ser muy hablador, pero en los últimos tiempos se había abierto más cuando salían juntos; el silencio en el que estaba sumido no era normal, y Magnus creía saber porqué.

Casi sin avisarle, tiró de su mano hacia uno de los estrechos callejones que partían de la avenida, donde nadie les molestaría. Tal vez podrían encontrar algún atracador mundano o algún subterráneo rebelde, pero ambas cosas eran poco probables a plena luz del día.

- Magnus... ¿qué...? - Preguntó el Cazador de Sombras, sorprendido al verse acorralado contra la pared del callejón. - Creía que habías reservado una mesa...

- ¿Me vas a contar que ocurre, Alexander? - Preguntó Magnus suavemente, juntando su frente con la de su novio. - Sigues sintiéndote culpable, ¿verdad, mi amor?

- Es que... - Alec se sonrojó por la cercanía de su novio, que hacía que se pusiera más nervioso. - No estoy acostumbrado a esto...

- ¿A qué? - Le sonsacó Magnus, acariciándole lentamente la mejilla para tranquilizarle.

- Te decepcioné, Magnus - protestó el nefilim, apartando al mirada, aunque Magnus le obligó a mirarle de nuevo. - Te decepcioné por segunda vez... estoy acostumbrado a recibir un castigo si comento un error, y en cambio, aunque dices que sigues enfadado, me has perdonado y me das un cariño que no merezco.

El Gran Brujo se echó a reír con dulzura.

- Bueno... yo diría que echarte de nuestro apartamento y estar separados durante casi un mes podría contar como un castigo - sonrió el brujo, dándole un pequeño beso en la mejilla. - Alexander, te he perdonado porque no puedo vivir sin ti y sé perfectamente que no tenías intención de herirme. Aku cinta kamu, ¿recuerdas?

Magnus se inclinó un poco hacia su ángel y atrapó sus labios con los suyos, aprovechando la soledad del callejón.

- Magnus, no merezco un novio tan bueno como tú - siguió protestando Alec, cuando finalmente se separaron.

- Jum, que conste que halagarme no cuenta como compensación - le advirtió el indonesio, señalándole con un dedo juguetón y una expresión arrogante. - Pero... no me importa demasiado que me digas lo bueno, encantador, fabuloso, glamuroso, increíble, seductor, atractivo, romántico y cariñoso novio que soy...

Aquellas arrogantes palabras, tan de Magnus, tuvieron justo el efecto que el brujo había deseado que tuvieran, que Alec se echara a reír.

- Alexander - continuó Magnus, algo más serio. - Puede, y sólo puede, que cuando te conocí y supe que eras un Lightwood, se me pasara por la cabeza seducirte sólo para fastidiar a Robert y a Maryse, pervirtiendo a su primogénito - el chico le miró alzando una ceja. - Sin embargo, cuando empecé a conocerte pensé otra cosa: que mientras que Jace era como el oro, reluciente y acostumbrado a que destacar; tú eras como la plata, y te habías acostumbrado a lo contrario y a estar a su sombra. Me dije que quería ser la primera persona en decirte que merecías que te miraran a ti el primero y durante más tiempo, porque la plata, mi ángel, es mucho más rara y valiosa que el oro.

Cazadores de Sombras: Las Crónicas de Malec (one-shots)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora