LUCAS
Ser el hijo más pequeño tiene muchos beneficios, si, no voy a negarlo. La mayor parte de serlo son cosas positivas pero está esa pequeña parte que casi nadie cuenta y en la que yo estoy ahora mismo.
Tenía que decirle a mis padres que yo, el más pequeño de sus 3 hijos me iba a ir de casa. No se lo iban a tomar mal, obviamente, mis padres eran increíbles, pero tenía en mi contra el gran dilema de ser el único hijo que les quedaba en casa.
Fijate que incluso preparé un buen discurso para sonar más convincente, pero por lo visto para mi madre no fue suficiente y sacó todas sus herramientas de convicción.
Mientras que mi padre solo se rió al oírme.Otra cosa, si sois hermanos pequeños olvidaos de que os tomen en serio en vuestra casa porque es algo que simplemente no ocurre y más si vuestros hermanos tienen 20 años más que vosotros.
Todos los fines de semana comíamos en casa, era una especie de tradición que hacíamos desde siempre o al menos desde que Álvaro y Dani no vivían en casa.
Al principio venían solo ellos, después con el tiempo se sumaron sus novias y años después sus hijos, mis sobrinos que en cierto modo eran quiénes hacían las comidas más entretenidas.
Y aunque lo parezca tampoco éramos tantos, tan solo 13 personas.Y yo tuve la gran idea de contar que en dos días me iba mientras comíamos.
—¿Recordáis que hace un tiempo se me ocurrió empezar a buscar un piso para independizarme?—lancé la pregunta al aire, Dani, que ya sabía mis intenciones soltó una especie de carcajada que enseguida ahogó cuando Sandra, su mujer, le miró mal.
Álvaro y Nuria me miraron expectantes y mis padres igual.
—Bueno, pues he encontrado un piso y…Me voy en dos días…
Lo último lo dije más bajo y me limité a seguir comiendo, sinceramente no fue el mejor momento para decirlo pero estaba Dani y era el único que se ponía de mi parte.
Papá soltó una risa—Lucas, todavía no es el día de los inocentes.
—No es una broma. Es verdad. Me voy en dos días.
Se volvieron a escuchar otras risas, eran de Álvaro y Dani, aunque sabía que la que no era muy amable era de Álvaro.
—Venga, va, Lucas pero si ni siquiera sabes poner una lavadora.
—Tu tampoco—le respondió el otro de mala gana. Aunque realmente nunca se llegaban a llevar mal, lo que era sorprendente por la barbaridad de insultos y de todo que se decían.
Ignoré los siguientes tres minutos de vaciles entre mis hermanos para mirar a mis padres. A papá no le iba a importar tanto, no me tomaba tan en serio pero le daría igual seguro.
Y mamá todavía no había dicho nada, cosa que me ponía de los nervios.
—¿Por qué? Es decir, esta casa está perfecta, si ni siquiera están tus hermanos, ¿para que quieres irte?
—Porque tengo 26 años y llevo con el mismo trabajo fijo desde los 23 y además creo que me vendría bien cambiar de aires y vivir solo, sin vosotros.