1. EN MEDIO DEL OCÉANO

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ANA

Mientras despertaba lentamente, se escuchaban y veían borrosos los llantos y los decepcionados rostros de mis padres. Enseguida supe que les había defraudado de nuevo, pero ¿qué se supone que debía hacer? La solución más fácil era escapar, escapar de todo, pero hasta en eso fracasé.

Soy un fracaso andante.

Me siento como un barco. Ese barco tratando de navegar hacia su destino que, aunque por fuera se ve como un viejo barco normal y corriente, por dentro esta demasiado deteriorado como para poder llegar a su destino y por mucho que lo intente, todos sus esfuerzos son en vano y ya no puede dar más de sí.

A veces me pregunto qué se sentirá poder regresar a la felicidad que un día llegué a tocar y que, repentinamente perdí.

Me siento como ese barco, ese barco que al principio conseguía navegar hacia dónde quería fácilmente, aunque no fuera perfecto, pero un día, algo cambió y ya no era capaz de saber cuál era la ruta correcta, ni de saber cómo llegar a encontrarla.

Ese barco que de la nada se encontraba desorientado en medio del océano al que ni él ni nadie lo podía socorrer por tantos esfuerzos que hiciera.

Ese barco que fue por la ruta que todos tomaban y lo único que logró fue extraviarse en mitad de la nada sin saber si quiera si de verdad había una manera de volver.

Ese barco cuya única alternativa es hundirse lentamente en el medio del océano.

Cuando abrí del todo los ojos, me miré lentamente de arriba abajo y me encontré a mí misma con un vendaje en el brazo derecho y un camisón de hospital. Inmediatamente después, pude ver la pequeña habitación de hospital en la que me encontraba, con sus notorias paredes blancas y amplios ventanales que daban hacia la ciudad y su abundante vegetación.

Empecé a sentir fuertes dolores en la frente y en el brazo derecho con el vendaje. Eran heridas causadas por la caída del puente, pero aquel dolor me daba exactamente igual.

Las heridas de mi piel se desvanecerían sin siquiera darme cuenta. Las interiores estaban todo el tiempo presentes en mi pequeño mundo interior dónde todo ardía, y los pocos recuerdos felices que tenía se volvían ceniza. Mi yo del pasado, la Ana del pasado ahora solamente era ceniza.

Por si fuera poco, me tocó soportar los dolorosos llantos de mi madre y la terrible y desalentadora faz de mi padre mientras los pequeños, y a la vez gigantescos monstruos de mi interior prendían de nuevo las llamas que se fortalecían cada día, haciendome sentir cada vez más insegura en un camino dónde no tenía el poder de controlar cuándo iba a saltar una nueva llama que lo quemara todo a su paso, una vez más.

—Hija... —pronunció mi madre apagada. Me tomó la mano derecha y la acarició suavemente— ¿Por qué nos haces esto?¿Por qué te haces esto?

No tenía fuerzas para hablar, solo para preguntarme a mí misma por qué soy inútil hasta para desaparecer de la faz de la tierra y darle una sola alegría al mundo, aunque solo fuera la primera, y la última.

—Tener hijos para esto... —pronunció mi padre defraudado.

Tenía razón. No les dí ni una alegría, aunque después de todo, ya estaba acostumbrada a darles decepciones. Aun así sigue doliendo, sigue ardiendo en mi pequeño mundo interior con gran intensidad. Es una gigantesca llama compleja de apagar, de la que cada vez se alimentan más los monstruos de mis pensamientos.

Hasta que las calorías nos separenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora