EPÍLOGO

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Siete meses después...

Doce de septiembre, el nuevo comienzo de una nueva etapa en mi vida.

Unos meses antes Olga me había dado por fin el alta, aunque no voy a mentir, con el dolor que me tatuó Omar en el pecho al abandonarme, me costó horrores no recaer, de echo, las primeras semanas después de su partida, lo único que me mantenía con fuerzas era que la vida me había puesto delante a dos personas maravillosas.

Eso y que no quería defraudar a Omar. Me negaba a perder la guerra y convertirme en una cobarde. Me negaba a no usar las pocas balas que me quedaban para luchar.

Tengo que agradecer a la vida, porque me dió otra oportunidad para demostrarme que siempre hay un lugar, y en ese lugar siempre hay alguien que te va a acompañar en tus buenas y en tus malas rachas. Ahí entendí que siempre hay alguien que te de todo su apoyo tanto en las buenas como en las malas.

Crecí creyendo eso que dicen de que "las mejores amistades son las del colegio". No lo desmiento, de hecho aún llevo tatuado el nombre de Atenea en mi corazón, más nunca sabes dónde ni cómo vas a encontrar a ESAS personas; las personas indicadas.

Este año dejaba definitivamente todo mi tóxico pasado atrás repitiendo segundo de la ESO en un instituto nuevo. Quedaba un poco lejos de mi casa, pero con tal de dejar atrás el infierno de instituto del año pasado me mudaría hasta de país, y hasta de planeta si hiciera falta.

Sonó el timbre de mi nuevo instituto —que tenía mucha vegetación y un patio enorme, por cierto— y me tocó entrar en mi nueva clase. No lo voy a negar, puede que me haya perdido un poco, pero al final llegué a clase. Llegué algo tarde, pero bueno, mejor tarde que nunca, ¿no?

Ya estaban todos sentados y cuando yo llegué había un único sitio libre en el medio, y ese sitio libre era al lado de... ¿Lidia?

—A buenas horas, Ana. —me echó en cara con sarcasmo mientras me sentaba en mi sitio.

—¿Lidia? ¿Qué haces aquí?

—Repetir segundo de la ESO, ¿no lo ves? —contestó divertida.

Que graciosa la niña. Bueno, tengo que admitir que sí tenía su gracia, además, se lo puse a huevo.

—Bueno pues entonces ya estamos empatadas.

Sin darnos cuenta la clase ya se había quedado en completo silencio y el profesor nos mandó callar. Por las pintas que tenía, parecía que nos iba a tocar un profesor de estos tan estrictos y amargados que no saben qué hacen con su vida.

—¡Silencio señoritas! Si no quieren volver a repetir en un futuro, les recomiendo que se tomen esto en serio.

—¡Que sí Hitler! —gritó una voz masculina desde el fondo de la clase.

—¡¿Cómo me ha llamado?! —preguntó cabreado el profesor— Le recomiendo que vaya cambiando su actitud, o usted y yo tendremos muchos problemas.

—¡Uy, qué miedo! —soltó el mismo de antes.

Toda la clase se empezó a reír a carcajada limpia, incluidas Lidia y yo.

—Este da física y química. —susurró entre las carcajadas incesantes que se oían de fondo— Su hobbie favorito es poner ceros.

Y sí, esa estupidez me hizo gracia.

Ya verás qué gracia te va a hacer cuando saques tu primer cero.

Menudo curso me esperaba. Bueno por lo menos está Lidia para acompañarme en este sufrimiento de clase, ¿qué más podía pedir?

Después de un buen rato, llegó la hora de salir. Realmente tampoco hicimos gran cosa porque era el primer día, solo pasó lista, nos dió el horario, nos dijo el material, nos presentó a nuestros profesores de este año y poco más. Para mi sorpresa, a la salida pude reconocer de fondo otra cara conocida; Dan.

Hasta que las calorías nos separenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora