16. EL ÚLTIMO LLANTO

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ANA

Creo que anoche iba bastante pedo, porque cuando vino Olga a despertarme me costó la vida levantarme de la cama por el dolor de cabeza, además del cansancio que tenía.

Por favor no bebas más alcohol.

¿Era cosa mía o le había vomitado el jersey a Omar? De lo único de lo que me acordaba era de que le había dicho que él sería mi futuro marido y que me quería llevar a Marruecos con su hermana y empezar la vida millonaria de sus sueños en Tánger, los demás recuerdos los tengo algo borrosos aún.

Me gustaría saber cómo y cuándo se va a enterar de que se le van a romper un poco los esquemas porque ahora mismo me siento tan jodidamente culpable por no poder contarle la puñetera verdad que me tiembla todo el cuerpo.

Pues como no disimules un poco se te va a ver el plumero.

¡Joder!, ¡maldita Olga! ¿Qué puta necesidad tenía de que yo supiera la verdad?, ¿acaso buscaba que me sintiera culpable por no poder contarle la verdad?, porque lo parecía.

Vale, Ana, calma, solo tienes que disimular como lo has hecho todo este tiempo, tú puedes.

Me quedé sentada en mi cama unos cinco minutos para respirar y calmarme un poco, a fin de poder disimular sin que me de una taquicardia en el intento. Tras esos cinco minutos, me levanté de la cama, me fui al comedor y me senté al lado de Omar, justo enfrente de Lidia y de Dan.

—A buenas horas, bella durmiente. —soltó Omar.

—No seas exagerado, ¡que solo estuve cinco minutos más en la cama! —repliqué algo molesta.

—Como te ha pegado la resaca ¿eh?, estás un poco insoportable.

—¡Vete a la mierda!

Puede que haya sido demasiado brusca. Aún estaba bastante nerviosa por no poder contarle la verdad. Él no tiene la culpa, lo sé, pero no sabía con quien desatar mi furia.

Me parece que precisamente él no es la persona más indicada.

Cierto, debería tratar de calmarme un poco más si no quería que esto pareciera la guerra de Troya.

—Tranqui, ya se le pasará. —le aseguró Dan.

Este desayuno fue el más silencioso desde que llegué aquí, lo único que se oía era como removía el cola cao con fuerza mientras los demás mantenían fijamente sus miradas en mí. Creo que la principal culpable de ese silencio era yo, aunque en el estado en el que estaba, calladita estaba más guapa.

Va a ser que sí.

—¿Te pasa algo?, ¿estás muy calla...? —trató de preguntarme Omar.

—¡Que no me pasa nada! —le corté.

Ojalá te hubieras oído.

Bueno, puede que haya sido algo brusca, pero no era mi intención, lo juro.

—No la dejes beber más, —le dijo Lidia a Omar— que le sienta fatal.

—Me lo apunto. —contestó él.

Me comí las cuatro galletas que me pusieron y me bebí el cola cao a la velocidad de un rayo.

Relaja un poco.

¡Eso intento!, ¡¿vale?!

—Estaba bueno el desayuno, ¿eh? —comentó Omar al ver la prisa con la que me lo acabé.

No te enfades, él no tiene la culpa de nada.

Cierto, tenía que calmarme de una vez por todas si no quería tener que despedirme con él y que mi último recuerdo fuera que hubiéramos discutido como dos niños pequeños.

Hasta que las calorías nos separenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora