II

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El trabajo estaba logrando volverla loca. No era que odiara irremediablemente ser mesera en un lugar donde recibía un buen sueldo, pero como otro cliente molesto se acercara a ella para alegarle la equivocación en su orden, Lucyane no iba a responder contra los cargos. Lucyane Velaryon disponía de las habilidades necesarias, pero con el trabajo pesado que significaba los últimos exámenes del semestre y el dinero haciéndose insuficiente para las compras mensuales, su paciencia comenzaba a acabarse rápidamente. Necesitaba de las horas extras que estaba trabajando para sumarse un poco de sueldo y poder comer al final del día, o lanzarse directo a arriesgar su integridad y saltarse el día hasta la cena.

Negó con la cabeza antes de poder debatirse esa idea. No seas tonta, ella pensó. Se reajustó el cinturón del delantal sobre su uniforme y entró a la cocina en busca de alguna orden. La cocina del restaurante era amplia, con cuatro filas de mesones alargados para cada comida. Habían dos chefs capitanes que daban órdenes y se aseguraban de que el lugar no se encendiera en fuego. Otros cuatro que se encargaban del trabajo real de preparación de comida. El resto de marginados eran los siete meseros que andaban de izquierda a derecha la mayor parte del día, atendiendo a esa pareja de clientes nuevos o recibiendo un regaño de ese otro cliente insatisfecho. Lucyane normalmente era de ese último tipo, no por ser una mesera mediocre, sino por pararse en el lugar equivocado y en el momento equivocado, donde suele culparse a la primera mirada (la primera mirada solía ser Lucyane).

Cregan estaba en la zona de pastas, mezclando algo desconocido en una olla que hizo que el estómago de Lucyane gruñera hambriento. La peliblanca se dejó caer a un costado del mesón, suspirando pesadamente, principalmente para llamar la atención de Cregan quien rebuscaba algún otro ingrediente dentro de los cajones de la despensa bajo la mesa.

—¿Trabajo duro? —El mayor preguntó.

De momento, no lo era. Ya había pasado la hora de oro hacía unos varios minutos y el local había comenzado a disiparse de clientela cuando Lucyane decidió entrar a la cocina para escabullirse por un segundo y robarle alguna cucharada a su amigo. Lucyane negó con la cabeza y cruzó los brazos, observando atentamente los movimientos de Cregan sobre el mesón. Tiene talento para eso, pensó, y sonrió para sí misma cuando el mayor alzó una ceja y le pintó una mancha de harina en la punta de la nariz con el dedo índice.

—Inmaduro —Lucyane siseó.

Pero Cregan no podía contraatacar cuando era inevitablemente cierto, para ella y para cualquier persona que la viese caminando en la calle. No obstante, Lucyane, con su habitual burla siguió mofándose del chico quien sólo atinó a llenarle la cara de harina. Se quedó por un momento charlando con Cregan, hasta que vio a varios de sus compañeros meseros arribar a la cocina con las libretas de mano llenas de órdenes. Se limpió el rostro, le robó un trozo de pollo a su amigo y salió al comedor con su libreta y lápiz en la mano izquierda mientras la derecha terminaba de subirle hasta los codos las mangas de su blusa. Escaneó el lugar atentamente hasta que se encontró con una pareja que miraba alrededor en busca de algún empleado. Tomó un respiro y caminó rápidamente hacia ellos.

—¿Puedo tomar su orden? —Lucyane preguntó.

El hombre no aparentaba pasar los veinticinco años. Tenía el cabello negro, casi azulado. Una nariz larga y cejas rectas, definidas. De mentón suave, recién afeitado, con un cuello carnoso y hombros anchos. Lucyane lo observó por un segundo y esperó a que contestara, pero parecía más ocupado en escanearla de arriba hacia abajo mientras elevaba una ceja de manera despectiva. Lucyane bufó mentalmente y miró a la chica, de quien había sentido los ojos en su cuerpo desde que había llegado al lugar. Los ojos de Lucyane se abrieron ampliamente, desconcertada o maravillada cuando se encontró con los ojos ya no tan llorosos de la dichosa Aemma. Una sonrisa fue inexorable cuando la muchacha también pareció reconocerla. Aemma lucía increíble, ahora que Lucyane podía apreciarla mejor, pudo notar que la peliblanca traía consigo un parche en su ojo izquierdo, cuando se conocieron, no lo había visto, tal vez porque estaba concentrada en calmar a la desconsolada Aemma.

Last first kiss ;; Lucemond (Jaegon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora