El oscuro príncipe estaba sentado a horcajadas sobre su negro corcel, con su capa de marta cibelina ondeando a la espalda. Un aro de oro le sujetaba los rizos rubios, el apuesto rostro aparecía helado con la furia de la batalla y...
—Y su brazo parecía una berenjena —masculló Sunoo para sí, exasperado. El dibujo no salía. Con un suspiro arrancó otra hoja más de su bloc de dibujo, la arrugó y la arrojó contra la pared naranja de su dormitorio. El suelo estaba ya repleto de bolas de papel desechadas, una señal inequívoca de que sus jugos creativos no fluían del modo que había esperado. Deseó por milésima vez poder ser un poco más como su madre. Todo lo que Sowon dibujaba, pintaba o esbozaba era hermoso, y aparentemente realizado sin esfuerzo. Se quitó los auriculares, interrumpiendo Save me en mitad de la canción, y se frotó las doloridas sienes. Sólo entonces se dio cuenta de que el potente y agudo sonido de un teléfono retumbaba por el apartamento. Arrojó el bloc de dibujo sobre la cama, se puso en pie de un salto y corrió a la salita, donde el rojo teléfono retro descansaba sobre una mesa cerca de la puerta principal.
—¿Kim Sunoo? —La voz al otro lado del teléfono sonaba familiar, aunque no inmediatamente identificable. Sunoo retorció nerviosamente el cordón del teléfono alrededor del dedo.
—¿Sííí?
—Hola, soy uno de los malandros con cuchillo que conociste anoche en el Pandemónium. Me temo que te causé una mala impresión y esperaba que me dieras la oportunidad de resarcirte...
—¡NIKI! —Sunoo mantuvo el teléfono alejado del oído mientras su amigo soltaba una carcajada —¡No tiene gracia!
—Ya lo creo que la tiene. Simplemente no le ves el lado cómico.
—Estúpido —Sunoo suspiró, recostándose en la pared —No te estarías riendo de haber estado aquí cuando llegué a casa anoche.
—¿Por qué no?
—Mi madre. No le gustó que llegáramos tarde. Le dio un ataque. Fue desagradable.
—¿Qué? ¡No es culpa tuya que hubiera tráfico! —protestó Niki, que era más joven que su hermana y tenía un sentido muy agudizado de la injusticia familiar.
—Ya, bueno, ella no lo ve de ese modo. La decepcioné, le fallé, hice que se preocupara, bla,
bla, bla. Soy la cruz de su existencia —continuó Sunoo, imitando la precisa fraseología de su madre y con sólo una leve punzada de culpabilidad.
—Así que, ¿estás castigado? —preguntó Niki, en un tono un poco demasiado alto. Sunoo pudo oír el ruido sordo de voces detrás de él; personas que discutían entre sí.
—No lo sé aún —respondió —Mi madre salió esta mañana con Seokjin y todavía no han
regresado. ¿Dónde estás tú, de todos modos? ¿En casa de Taki?
—Sí. Acabamos de terminar el ensayo —Se oyó el batir de un platillo detrás de Niki. Sunoo se estremeció —Taki va a dar un recital de poesía en Java Jones esta noche —siguió Niki mencionando una cafetería situada en la esquina donde vivía Sunoo, que en ocasiones ofrecía música en vivo por la noche —Toda la banda acudirá para mostrarle su respaldo ¿Quieres venir?
—Sí, de acuerdo —Sunoo hizo una pausa, dando ansiosos tironcitos al cordón del teléfono —Espera, no.
—¿Quieren callarse, chicos? —chilló Niki; el débil tono de su voz hizo que Sunoo sospechara que sostenía el teléfono apartado de la boca; al cabo de un segundo reanudó la conversación, con voz que sonó preocupada —¿Eso ha sido un sí o un no?
—No lo sé —Sunoo se mordió el labio —Mi madre sigue enfurecida conmigo por lo de anoche. No estoy seguro de querer cabrearla pidiéndole un favor. Si voy a tener problemas, no quiero que sea por la asquerosa poesía de Taki.
—Vamos, no es tan mala —dijo Niki. Taki vivía al lado de Niki, y los dos muchachos se conocían de casi toda la vida. No eran íntimos del modo en que Niki y Sunoo lo eran, pero habían formado un grupo de rock al inicio del segundo año de secundaria, junto con los amigos de Taki: Jo y K. Ensayaban religiosamente todas las semanas en el garaje de los padres de Taki —Además, no es un favor —añadió Niki —es un certamen de poesía en la esquina del bloque que hay frente a tu casa. No es como si te estuviera invitando a una orgía en Seúl. Tu madre puede venir contigo si quiere.
—¡ORGÍA EN SEÚL! —Oyó Sunoo que alguien chillaba, probablemente Taki. Se oyó el estrépito de otro platillo. Imaginó a su madre escuchando a Taki leer su poseía y se estremeció interiormente.
—No sé. Si aparecen todos por aquí, creo que le dará algo.
—Entonces iré solo. Te recogeré y así vamos juntos y nos encontramos con el resto allí. A tu madre no le importará. Me adora — Sunoo tuvo que echarse a reír.
—Una señal de su discutible buen gusto, si me lo preguntas.
—Nadie te lo ha preguntado —Niki colgó en medio de gritos procedentes de sus compañeros de la banda. Sunoo colgó el teléfono y echó un vistazo a la salita. Por todas partes había pruebas de las tendencias artísticas de Sowon, su madre, desde los cojines de terciopelo hechos a mano apilados sobre el sofá rojo oscuro, a las paredes llenas de cuadros cuidadosamente enmarcados, paisajes en su mayoría: las calles sinuosas del centro de Manhattan iluminadas con una luz dorada; escenas de Prospect Park en invierno, con los grises estanques bordeados de una fina puntilla de hielo blanco. En la repisa sobre la chimenea había una foto enmarcada del padre de Sunoo. Un hombre rubio de aspecto meditabundo en uniforme militar, y con delatores trazos de arrugas de expresión en el rabillo de los ojos. Había sido un soldado condecorado por su servicio en el extranjero. Sowon tenía algunas de sus medallas en una cajita junto a la cama, aunque las medallas no sirvieron de nada cuando Hang Somun estrelló su coche contra un árbol a las afueras y murió incluso antes de que naciera su hijo. Tras su muerte, Sowon había vuelto a usar su nombre de soltera. Nunca hablaba del padre de Sunoo, pero guardaba la caja grabada con sus iniciales, HS, junto a la cama. Con las medallas había una o dos fotografías, una alianza y un solitario mechón de cabello rubio. En ocasiones, Sowon sacaba la caja, la abría y sostenía el mechón de pelo con gran delicadeza antes de devolverlo a su sitio y cerrar de nuevo cuidadosamente la caja con llave. El sonido de la llave al girar en la puerta principal sacó a Sunoo de su ensueño. A toda prisa, se dejó caer sobre el sofá e intentó dar la impresión de estar inmerso en uno de los libros en rústica que su madre había dejado apilados en la mesita auxiliar. Sowon concedía a la lectura la categoría de pasatiempo sagrado, y por lo general, no interrumpiría a Sunoo en plena lectura de un libro, ni siquiera para echarle una bronca. La puerta se abrió con un golpazo... Era Seokjin, con los brazos llenos de lo que parecían enormes pedazos cuadrados de cartón. Cuando los depositó en el suelo, Sunoo vio que eran cajas, plegadas planas. Jin se enderezó y se volvió hacia él con una sonrisa.
—Hola, ti... hola, Jin —dijo Sunoo. El mayor le había pedido que dejara de llamarle tío Jin hacía cosa de un año, afirmando que le hacía sentirse viejo. Además, le había recordado con delicadeza que él no era en realidad su tío, sólo un amigo íntimo de su madre, que la conocía de toda la vida —¿Dónde está mamá?
—Aparcando la furgoneta —respondió el castaño, estirando el larguirucho cuerpo con un gemido. Iba vestido con su uniforme habitual: vaqueros viejos, una camisa de franela y unas gafas con montura dorada que descansaban ladeadas sobre el caballete de la nariz —¿Podrías recordarme de nuevo por qué este edificio carece de montacargas?
—Porque es viejo y posee personalidad —repuso al momento Sunoo, y Jin sonrió burlón —¿Para qué son esas cajas? —preguntó. La sonrisa desapareció.
—Tu madre quiere empaquetar algunas cosas —contestó Jin, evitando su mirada.
—¿Qué cosas? —El mayor agitó la mano con aire displicente.
—Cosas que hay por la casa y molestan. Ya sabes que ella nunca tira nada. ¿Qué estás haciendo? ¿Estudiar? —Le arrancó el libro de la mano y leyó en voz alta —«El mundo sigue estando repleto de esas variopintas criaturas a las que una filosofía más sobria ha desechado. Hadas y trasgos, fantasmas y demonios, todavía rondan por ahí...» —Bajó el libro y miró al menor por encima de las gafas —¿Es esto para la escuela?
—¿La rama dorada? No. La escuela no empieza hasta dentro de unas pocas semanas —Sunoo le arrebató el libro —Es de mamá.
—Ya me lo parecía —Sunoo lo depositó otra vez sobre la mesa.
—¿Seokjin?
—¿Ajá? —Olvidado ya el libro, el mayor estaba rebuscando en la caja de herramientas que había junto a la chimenea —Ah, aquí está —Sacó una pistola color naranja de cinta de embalar y la contempló con profunda satisfacción.
—¿Qué harías si vieras algo que nadie más puede ver? —La pistola de cinta de embalar cayó de la mano del castaño y golpeó las baldosas de la chimenea, se arrodilló para recogerla, sin mirar al muchacho.
—¿Quieres decir si yo fuera el único testigo de un crimen, esa clase de cosa?
—No; me refiero a si hubiera otras personas cerca, pero tú fueras el único que pudiera ver algo. Como si eso fuera invisible para todo el mundo excepto tú —El mayor vaciló, aún arrodillado, con la abollada pistola de cinta de embalar aferrada en la mano —Sé que parece una locura —comenzó Sunoo nerviosamente — pero... —Jin se volvió. Sus ojos, muy azules tras las gafas, se detuvieron en él con una mirada de sólido afecto.
—Sunoo, eres un artista, como tu madre. Eso significa que ves el mundo de modo que otras personas no pueden. Es tu don, ver la belleza y el horror en cosas corrientes. Pero no significa que estés loco... sólo que eres diferente. No hay nada malo en ser diferente —Sunoo subió las piernas y apoyó la barbilla en las rodillas. Mentalmente vio el almacén, el látigo dorado de Jungwoon, el muchacho peliazul convulsionándose en los estertores de la muerte y los ojos leonados de SungHoon. Belleza y horror.
—De haber vivido mi padre —dijo —¿crees que también habría sido un artista? —Jin pareció desconcertado. Antes de que pudiera responderle, la puerta se abrió de golpe, y la madre de Sunoo entró muy tiesa en la habitación, con los tacones de las botas repiqueteando sobre el brillante suelo de madera. Entregó a Jin un juego de tintineantes llaves y se volvió para mirar a su hijo. Sowon era una mujer esbelta y atlética; el cabello pelirrojo unos cuantos tonos más oscuros que los de Sunoo y el doble de largos. En esos momentos estaban retorcidos hacia arriba en un nudo rojo oscuro, atravesado con un lápiz de dibujo para mantenerlos sujetos. Llevaba un peto salpicado de pintura sobre una camiseta color azul lavanda y botas de excursión marrones, cuyas suelas estaban cubiertas de pintura al óleo. La gente siempre decía a Sunoo que se parecía a su madre, pero él no lo veía. Lo único que era parecido en ellos era la figura. Ambos eran delgados, con el tórax pequeño y las cinturas estrechas. Él sabía que no era hermoso como lo era su madre. Para ser hermoso, se tenía que ser esbelto y alto, y cuando se era tan bajo como Sunoo, apenas algo más de metro cincuenta, uno sólo era simpático. No guapo o hermoso, sino simpático. Si a eso se añaden un cabello color zanahoria y una cara llena de pecas, Sunoo era más bien como aquel muñeco llamado Chucky comparado con Ken que era su madre. Sowon incluso tenía un modo de andar tan gracioso que hacía que la gente volviera la cabeza para contemplarla pasar. Sunoo, por su parte, siempre andaba dando traspiés. La gente sólo se volvía para contemplarlo cuando pasaba como una exhalación por su lado al caer por las escaleras.
—Gracias por subir las cajas —dijo Sowon a Jin, y le sonrió. Jin no devolvió la sonrisa. A Sunoo se le hizo un nudo en el estómago. Era evidente que pasaba algo —Lamento haber tardado tanto en encontrar sitio. Debe de haber un millón de personas en el parque hoy...
—¿Mamá? —interrumpió Sunoo —¿Para qué son las cajas? —Sowon se mordió el labio. Jin movió veloz los ojos hacia Sunoo, instando en silencio a Sowon para que se acercara. Con un nervioso gesto de muñeca, ésta se puso un mechón de pelo tras la oreja y fue a reunirse con su hijo en el sofá. A tan poca distancia, Sunoo pudo ver el aspecto tan cansado que mostraba su madre. Había oscuras medias lunas bajo sus ojos, y los párpados aparecían nacarinos por falta de sueño —¿Tiene que ver esto con lo de anoche? —preguntó Sunoo
—No —dijo rápidamente su madre, y luego vaciló —Quizás un poco. No debiste hacer lo que hiciste anoche. Lo sabes perfectamente.
—Y ya he pedido perdón. ¿De qué va todo esto? Si me estás castigando, acaba de una vez.
—No te estoy castigando —respondió su madre. Su voz sonó tensa como el alambre. Dirigió una rápida mirada a Jin, que negó con la cabeza.
—Simplemente díselo, Sowon —dijo éste.
—¿Podrían no hablar como si yo no estuviera aquí? —inquirió Sunoo, enojado —¿Y qué quieres decir con que me diga? ¿Que me diga qué? —Sowon soltó un suspiro.
—Nos vamos de vacaciones —Toda expresión desapareció del rostro de Jin, igual que un lienzo al que le han eliminado toda la pintura. Sunoo sacudió la cabeza.
—¿De qué va todo esto? ¿Se van de vacaciones? —Volvió a dejarse caer sobre los cojines —No lo entiendo. ¿A qué viene todo este numerito?
—Me parece que no entiendes. Me refiero a que nos vamos todos de vacaciones. Los tres: tú, Jin y yo. Nos vamos a la granja.
—Ah —Sunoo echó una ojeada a Jin, pero éste tenía los brazos cruzados en el pecho y miraba fijamente por la ventana, con la mandíbula apretada. Se preguntó qué lo preocupaba. Él adoraba la vieja granja situada en el norte del estado de Nueva York; la había comprado y restaurado él mismo hacía diez años, e iba allí siempre que podía —¿Durante cuánto tiempo?
—El resto del verano —dijo Sowon —Traje las cajas por si quieres embalar algunos libros, material de pintura...
—¿El resto del verano? — Sunoo se sentó muy tieso, lleno de indignación —No puedo hacer eso, mamá. Tengo planes; Niki y yo íbamos a celebrar una fiesta de vuelta a la escuela, y tengo un montón de reuniones con mi grupo de arte, y diez clases más en Tisch...
—Lamento lo de Tisch. Pero las otras cosas se pueden cancelar. Niki lo comprenderá, y también lo hará tu grupo de arte —Sunoo oyó la implacabilidad del tono de su madre y se dio cuenta de que hablaba en serio.
—¡Pero ya he pagado esas clases de arte! ¡Estuve ahorrando todo el año! Lo prometiste —Se volvió en redondo hacia Jin —¡Díselo! ¡Dile que no es justo! —Jin no apartó la mirada de la ventana, aunque un músculo se movió violentamente en su mejilla.
—Es tu madre. Ella es quien debe decidir.
—No lo comprendo —Sunoo se volvió hacia su madre —¿Por qué?
—Tengo que marcharme, Sunoo —respondió Sowon, y las comisuras de sus labios temblaron — Necesito paz y tranquilidad para pintar. Y en estos momentos andamos escasos de dinero...
—Pues vende unas cuantas más de las cosas de papá —replicó el menor con enojo —Eso es lo que acostumbras a hacer, ¿no es cierto? —Sowon se echó hacia atrás.
—Eso no es justo.
—Mira, ve si quieres ir. No me importa. Me quedaré aquí sin ti. Puedo trabajar; puedo conseguir un empleo en Starbucks o algo así. Niki dijo que siempre están contratando a gente. Soy lo bastante mayor como para cuidar de mí mismo...
—¡No! —La brusquedad en la voz de Sowon hizo dar un brinco a Sunoo —Te devolveré el dinero de las clases de arte, Sunoo. Pero vas a venir con nosotros. No hay opción. Eres demasiado joven para quedarte aquí tú solo. Podría pasar algo.
—¿Como qué? ¿Qué podría pasar? —exigió él. Se oyó un estrépito. Volvió la cabeza sorprendido y vio que Jin había tirado uno de los cuadros enmarcados que estaban apoyados en la pared. Con una expresión claramente alterada, éste volvió a colocarlo en su lugar. Cuando se irguió, su boca estaba cerrada en una sombría línea.
—Me voy —Sowon se mordió el labio.
—Espera —Corrió tras él hasta la entrada, alcanzándolo justo cuando cerraba la mano sobre el pomo de la puerta. Torciendo el cuerpo en el sofá, Sunoo consiguió apenas escuchar el apremiante susurro de su madre:
—...Park —decía Sowon —Le he estado llamando y llamando durante las últimas tres semanas. Su buzón de voz dice que está en Tanzania. ¿Qué se supone que debo hacer?
—Sowon —Jin sacudió la cabeza negativamente —no puedes seguir acudiendo a él
eternamente.
—Pero Sunoo...
—No es él —siseó Jin —Nunca has sido la misma desde que sucedió, pero Sunoo no
es su padre —«¿Qué tiene que ver mi padre con todo esto?» se preguntó Sunoo, desconcertado.
—No puedo limitarme a mantenerlo en casa, a no dejarlo salir. No lo soportará.
—¡Claro que no lo hará! —Jin sonó realmente enojado — No es una mascota, es un
adolescente. Casi un adulto.
—Si estuviéramos fuera de la ciudad...
—Habla con él, Sowon —La voz de Jin era firme —Lo digo en serio —Alargó la mano hacia el pomo... La puerta se abrió de golpe. Sowon soltó un pequeño grito —¡Jesús! —exclamó Jin.
—En realidad, soy sólo yo —dijo Niki —Aunque me han dicho que el parecido es sorprendente —Agitó la mano en dirección a Sunoo desde la entrada —¿Estás listo? —Sowon se apartó la mano de la boca.
—Niki, ¿estabas escuchando? —Niki pestañeó.
—No, acabo de llegar —Pasó la mirada del rostro pálido de Sowon al rostro sombrío de Jin —¿Sucede algo? ¿Debería irme?
—No te molestes —dijo Jin — Creo que hemos acabado aquí —Se abrió paso junto a Niki, bajando ruidosamente las escaleras con ritmo rápido. Abajo, la puerta de la calle se cerró de un portazo. Niki permaneció en la entrada, con aspecto indeciso.
—Puedo regresar más tarde —dijo —De verdad. No sería ningún problema.
—Eso podría... —empezó Sowon, pero Sunoo estaba ya de pie.
—Olvídalo, Niki. Nos vamos —declaró, agarrando su bolsa mensajero de un gancho situado cerca de la puerta. Se la colgó al hombro dirigiendo una mirada desafiante a su madre —Nos vemos luego, mamá — Sowon se mordió el labio.
— Sunnie, ¿no crees que deberíamos hablar sobre esto?
—Tendremos muchísimo tiempo para hablar mientras estemos de «vacaciones» —repuso él en tono sarcástico, y tuvo la satisfacción de ver cómo su madre se estremecía —No me esperes levantada —añadió, y agarrando el brazo de Niki, medio arrastró al joven fuera de la puerta principal. Este clavó los talones, mirando contrito por encima del hombro a la madre de Sunoo, que permanecía inmóvil, pequeña y desamparada en la entrada, con las manos fuertemente enlazadas.
—¡Adiós, señora Kim! —se despidió —¡Que pase una buena noche!
—Ah, cállate, Niki—le espetó Sunoo, y cerró la puerta de golpe tras ellos, interrumpiendo la respuesta de su madre.
—Jesús, chico, no me arranques el brazo —protestó Niki mientras Sunoo tiraba de él escaleras abajo. Sunoo echó una ojeada a lo alto, medio esperando ver a su madre contemplándoles enfurecida desde el descansillo, pero la puerta del apartamento permaneció cerrada.
—Lo siento —masculló, soltándole la muñeca. Se detuvo al pie de las escaleras, con la mochila golpeándole la cadera. La casa de piedra rojiza de Sunoo, había sido en el pasado residencia individual de una familia acaudalada y restos de su antiguo esplendor resultaban aún evidentes en la escalinata curva, el suelo de mármol desportillado de la entrada y la amplia claraboya de un solo cristal de lo alto. En la actualidad, la casa estaba dividida en apartamentos separados, y Sunoo y su madre compartían el edificio de tres plantas con otra inquilina en la planta baja, una mujer que tenía una consulta de vidente en su apartamento. Apenas salía de él, aunque las visitas de clientes eran poco frecuentes. Una placa dorada sujeta a la puerta la anunciaba como «MADAME HYOLYN, VIDENTE Y PROFETISA» El espeso humo dulzón del incienso se derramaba desde la puerta entreabierta al vestíbulo.
—Es agradable ver que su negocio va viento en popa —comentó Niki —Estos días es difícil encontrar trabajo estable como profeta.
—¿Tienes que ser sarcástico respecto a todo? —le dijo Sunoo en tono brusco. Niki pestañeó, claramente sorprendido.
—Pensaba que te gustaba cuando me mostraba agudo e irónico —Sunoo estaba a punto de responder cuando la puerta de madame Hyolyn se abrió de par en par y un hombre salió por ella. Era alto, la tez del color del jarabe de arce, ojos de un dorado verdoso como los de un gato y cabellos enmarañados. Le dedicó una sonrisa deslumbrante, mostrando unos hermosos hoyuelos y unos afilados dientes blancos. Un vahído se apoderó de Sunoo, proporcionándole la clara sensación de que iba a desmayarse. Niki lo miró con inquietud —¿Te encuentras bien? Parecía como si fueras a perder el conocimiento —El menor le miró parpadeando.
—¿Qué? No, estoy perfectamente —Niki no pareció querer abandonar el tema.
—Parece como si acabaras de ver un fantasma —Sunoo negó con la cabeza. El recuerdo de haber visto algo lo incordiaba, pero cuando intentó concentrarse, se le escapó igual que agua entre los dedos.
—Nada, me pareció ver el gato de Hyolyn, pero supongo que sólo fue la luz que me engañó —Niki lo miró fijamente —No he comido nada desde ayer —añadió el menor, poniéndose a la defensiva —Imagino que estoy un poco fuera de combate — Niki le deslizó un reconfortante brazo sobre los hombros.
—Vamos, te invitaré a comer algo.