Nota:
¡Hola! Antes de empezar este capítulo me gustaría decirte que en este libro aparecerán bastantes canciones que tienen que ver con las emociones de los personajes. Por eso te recomiendo escucharlas al mismo tiempo que lees para sentirte dentro de la historia.
Así que prepara Spotify y, ahora sí, puedes empezar el capítulo. :)
Alguien sobre el escenario
Tally estaba profundamente dormida, apretujando la almohada entre sus brazos y piernas, como un koala. Me hizo gracia la manera en la que dormía.
Desgraciadamente, me puse el uniforme y agarré mi pelo en un moño desordenado para que no me molestara en clase.
Tenía tiempo antes de desayunar, así empecé a sacar mi ropa de las cajas, para colocarla en el pequeño armario de madera. Aún siendo pequeño, no lo llené del todo y como había traído más libros que prendas, la mitad del armario estaba ocupado por ellos.
Estaba despertando a Tally, que empezó a gruñir para que no hiciera ruido.
—¿Qué hora es? —Tally miró su móvil— Heather, por si no te has dado cuenta son las siete y media, ¿sabes? las sie... Oh no... ¡Por qué no me has despertado!
Tally dio una vuelta en la cama para levantarse, pero la vuelta fue tan enérgica que calló al suelo en plancha.
Poof.
—¡Tally!
Tally enseguida levantó el pulgar para indicarme que estaba bien.
—Cinco minutos más... —murmuró contra el suelo.
—Cinco son los minutos que te quedan para desayunar, y estás medio dormida en el suelo.
—¿Has ido sin mi?
La verdad había olvidado desayunar, nunca tenía hambre por las mañanas, pero después de organizar la habitación me moría por comer algo dulce. Decidí dejar a Tally en la habitación, mientras se preparaba y fui al comedor a coger dos cruasanes y zumo de piña. Necesitaba azúcar en mis venas.
La gente empezaba a dirigirse a sus clases, así que Tally fue a la suya y yo a la mía.
Bastante gente ocupaba ya sus sitios, y decidí sentarme por atrás en penúltima fila.
Más gente fue entrando y también ocupando los asientos de mi lado.
Un señor de unos cuarenta años, calvo y pequeñito entró en clase cerrando la puerta. No llegó a cerrarla porque alguien la sujetaba del otro lado. Víctor entró a paso ligero bajo la mirada enfadada del profesor.
—Lo siento, la puntualidad no es lo mío —dijo mientras se acercaba a mi sitio.
Se sentó detrás de mi.
—Lo que Víctor ha hecho es un claro ejemplo de lo que no debéis hacer —dijo el profesor molesto—. Necesito que estéis en clase a la hora que se indica para no interrumpir —aclaró.
Me giré hacia Víctor, que ponía los ojos en blanco por el comentario del profesor.
—Pero, ¿tú no estabas en un curso más? —susurré.
—Se llama repetir.
—Ah, em, vale.
No me gustaba mucho la idea de tenerlo detrás todo el curso.
La mañana se basó en presentaciones aburridas, explicaciones sobre diferentes asignaturas y caóticos cambios de clase, ya que mi horario hacia que subiera y bajara escaleras varias veces.
En todas y cada una de las clases Víctor y yo coincidíamos.
Así es mi maravillosa suerte.
Nótese la ironía.
Antes de comer, cuando tenía una hora libre fui al último piso del edificio, donde me podía inscribir a las pruebas de la orquesta.
No había nadie, las clases estaban vacías. En algunas habían pianos, mesas, atriles...
Encontre el papel en un tablón de anuncios donde todos ponían su nombre e instrumento.
Leí el último que se había apuntado.
Andrew Foster, violín.
Al igual que todos me apunté así en la lista. Las pruebas serían la semana siguiente y debía presentar una obra libre.
Volvía ya abajo para comer, pero escuché algo.
Desde las puertas del teatro, que estaba también en ese piso, una melodía muy conocida empezó a sonar.
Liebestraume, Fran Liszt.
La había tocado el año anterior para una audición. Aún la recordaba.
El vello se me erizó. Cada nota tocada llegaba a mi sistema nervioso.
Mis pies avanzaron solos hasta la puerta, la abrí un poco para observar el escenario y, efectivamente, había alguien interpretando una de mis obras favoritas.
Sus dedos acariciaban todas y cada una de las teclas del blanco piano de cola.
El chico de pelo castaño y ondulado expresaba cada pulso de la melodía. Sentía la música. Cerró sus ojos.
Me quedé, ensimismada mirando su manera de interpretar, apoyada contra la puerta durante un rato, dudando en acercarme a él o irme. Decidí quedarme a escucharlo.
Todo pasó muy rápido, tocó la última nota y bajó las manos a sus rodillas.
La música ya había terminado, y ahí estaba yo, viendo como no hacía nada.
No me di cuenta de que había girado la cabeza hacia mi hasta que se levantó indeciso con intención de decir algo.
Mierda.
Seguro que había visto como le miraba, pensaría que estaba loca.
—¡Perdón! —fue lo único que se me ocurrió soltar.
Antes de que pudiera dirigirse a mi, cerré la puerta y rápidamente bajé las escaleras. Oí como la misma puerta se volvía a abrir y unos pasos se acercaban, pero conseguí mezclarme en un grupo de alumnos que pasaban por allí y pasar desapercibida.
No me gustaba que me hubiera descubierto. Intenté convencerme de que ni siquiera se habría fijado en mi cara. No se acordaría de mi.
Me encontré con Tally en el comedor y nos sentamos en la misma mesa del dia anterior antes de que llegaran Maddie, Víctor y Daniel. Pensaba contarle lo que me había ocurrido, pero preferí, no sé muy bien por qué, hacer como si no hubiera pasado y olvidarlo.
Más bien, intentar olvidarlo.
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Tú y tu música
Teen FictionHeather ama la música y estaría dispuesta a dejarlo todo por ella. Nadie ha cubierto nunca el sentimiento que esta le provoca, nadie hasta que llega a su nuevo instituto. Todo en su vida cambia cuando descubre al chico del piano tras la puerta del t...