Capítulo 2: El mensaje

26 2 1
                                    

Aún se podía ver el humo del incendio. Había ido hacia la zarza ardiente pero al llegar se había evaporado como si nunca hubiese existido. Después había subido a lo alto de la colina para ver los destrozos que yo misma había ocasionado. Cuando me cansé de mirar el fuego me fije en que el sol todavía no había llegado a mediodía. Lo que me había parecido eterno había durado menos de una hora. Una hora desde que había vuelto a ver la zarza.


- Veo que ya empiezas a darte cuenta de tu verdadero potencial, querida mía, pero aún no has despertado del todo y para eso es para lo que estoy aquí, para ayudarte.


Era la misma voz que la de la zarza. Sorprendida me giré para descubrir a una mujer de mediana edad vestida con una simple toga, con el pelo castaño como la leña y unos ojos que ardían como dos antorchas. Pero no te daba la sensación de poderosa e imponente, sino más bien de humilde y cálida como si de una madre se tratase. Enseguida supe quién era aquella mujer.


- Vesta. -dije asombrada. En seguida me di cuenta de ante a quien estaba y me arrodille ante ella.- Lo siento, mi señora no quería ofenderla con mi asombro pero es que jamás había visto a una diosa en persona.


En seguida me di cuenta de la estupidez que acababa de cometer, pero cuando esperaba ya a mi final me dijo como si leyera mi mente.


- No te preocupes, pequeña Hersilia, no soy como el resto de los dioses. No castigo a quien me produce molestia y, además tú no podrías ofenderme, pues tengo una labor para ti. Las mismas parcas hilaron tu destino mucho antes de que nacieras, casi antes de la misma Roma. La orden de las vestales, mis sacerdotisas, está desapareciendo pero permanecerá una, aquella que no haya visto afecto de su sangre y que la niebla no ciegue.


Me quede atónita. Las piezas empezaban a encajar pero demasiadas preguntas me venían a la cabeza ¿Por qué yo? ¿Cuál es mi oculto poder? ¿Y mis padres? Pero por toda respuesta, ella me dijo leyéndome la mente:


- Las respuestas las encontrarás a lo largo del camino, pues deberás ir a Roma y pregunta por Coelia Concordias, ella te guiara hacia la verdad.


Al terminar, la diosa se extinguió en un haz de fuego, dejándome otra vez sola. Pero esta vez era distinto. Tenía una misión que lograr y una diosa, la mismísima Vesta se me ha aparecido. Enseguida supe que hacer. Me levanté del suelo y bajé al pie de la colina. Allí cruzaría el río y seguiría el camino que me llevaría a Roma.

La Última de las VestalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora