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𝐟𝐫𝐚𝐠𝐢𝐥𝐞 𝐟𝐮𝐫𝐲
chapter three


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La mayor de las princesas se había puesto uno de sus vestidos más gruesos esa mañana. Pero ni siquiera la tela de más ni la gran chimenea en la biblioteca del Castillo Negro llegaban a calentarla por completo.

Miró a su alrededor, una sala pequeña para ser la biblioteca de la Guardia de la Noche, había paredes de piedra y olor a humedad concentrada. No era un sitio acogedor, pero tampoco era como si Rocadragón lo hubiera sido en comparación. Aunque la compañía de aquel anciano Tragaryen hacía que todo aquello fuera mucho más ameno.

La princesa se frotaba las manos disimuladamente junto al fuego cuando su madre habló.— ¿Dónde está la Estrella de Siete Puntas?

      — Si los mayordomos no lo han cambiado, debería estar en la última librería de la pared en la derecha. Entre el tercer y quinto estante.— habló el Maestre, que parecía complacido al hablar con la gente.

Su hija mayor caviló la razón por la que su madre querría ese libro. Hacía años ya que Melisandre había llegado junto a su familia, y con ella, la nueva fe que se le fue adoctrinada. La Sacerdotisa había hecho creer en el Señor de Luz a todos aquellos que fueran familia, amigos, abanderados o seguidores de su padre, el Rey Stannis. Y desde ese momento, su madre nunca había vuelto a aceptar que había personas en el mundo con distintas creencias a ella.

Se le frunció el ceño, la última vez que me vio leyendo la Estrella de Siete Puntas, lanzó el libro a las brasas para avivar el fuego. Miró hacia el pasillo de estanterías donde su madre buscaba el libro, esperaba que no hiciera eso, aunque fuera la Reina, no le parecía correcto ni propio que ella deseara abrasar un libro.

Cassana suspiró con ligereza, la cabeza inclinada hacia abajo, su mirada fija en el reborde de la mesa que parecía de roble. Shireen estaba en una esquina, leyendo algo que la había hecho encogerse y adentrarse en una historia. Estará  leyendo La Danza de los Dragones. La primogénita sonrió, sabiendo que su hermana adoraba aquella historia.

La voz del Maestre hizo que girara su cabeza hacia él, aunque no pudiera verla, prefería mirarlo a los ojos.— ¿Qué queréis leer, princesa?

      — No hace falta que me llaméis princesa...— murmuró, con los labios encorvados. Si nadie parecía intentar recordar su título, ¿por qué llamarla como tal?

Al Targaryen se le asomó una sonrisa.— ¿Acaso no lo sois?

Cassana suspiró, casi poniendo los ojos en blanco con una mueca.— Sí,— asintió, y sus manos empezaron a jugar con el dobladillo de sus mangas.— pero nunca me ha gustado.

𝐟𝐫𝐚𝐠𝐢𝐥𝐞 𝐟𝐮𝐫𝐲 | jon snowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora