[01] EL GATO NARANJA.

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CAPÍTULO 1.

Suzuka miraba su reflejo en el espejo con fastidio. Su pecho seguía siendo tan plano como siempre, lo cual le hacía parecer más joven de lo que realmente era.

¿Cuándo demonios van a crecer? Ya tengo dieciséis.

Suspiró, desviando la mirada hacia su cama. Siempre que se contemplaba en el espejo terminaba deprimiéndose. Su mamá había sido una mujer muy hermosa y voluptuosa, mientras que Suzuka había heredado los genes de la familia de su padre; planas como una tabla de planchar y enanas. 

La vida siempre te jodía en algún aspecto.

—Al menos mis ojos son bonitos—murmuró, retomando la acción de vestirse. Sus ojos sí los había heredado de su familia materna, siendo verdes que a veces tomaban un color cercano al marrón. Eran bastante comunes entre su familia.

Cuando terminó de ponerse el uniforme, bajó a desayunar. Su casa era sencilla, cómoda y desordenada. Encontró a su padre sentado en el comedor, leyendo y tomando su café. 

—Buenos días, papá—le saludó, besándole en la mejilla.

—Buenos días, Suzuka. Será mejor que desayunos rápido o perderás el autobús como ayer. Tienes que comenzar a despertarte más temprano—la reprendió, mirándola por encima del periódico. 

Ella rodó los ojos y se preparó una taza de cereales, para a continuación sentarse en la mesa. El lugar se sumió en silencio, no era un silencio incómodo, más bien era tranquilizador. 

—Por cierto, me han invitado...

Su padre la interrumpió rápidamente sin mirarla.

—No.

Suzuka frunció el ceño.

— ¡Ni siquiera sabes que voy a decir!

—Vas a decirme que te invitaron a la fiesta de cumpleaños del hijo de Tomokazu, que por cierto siempre terminan con la policía visitándolos. No vas a ir, Suzuka. Sólo tienes dieciséis años, pero cuando cumplas los veintiuno tal vez te deje ir a una que otra fiesta. 

—Eso no me da muchas esperanzas—farfulló, concentrándose en su desayuno.

Su padre era un hombre estricto en ciertos temas, como los de las salidas. Y eso la hacía enfadarse. Mientras que otras chicas de su edad estaban divirtiéndose, ella se quedaba en casa.

—Me voy—anunció, levantándose de su asiento y dejando en el fregadero su plato. Cuando volviera de clases lavaría todo.

Su padre asintió.

—Ten cuidado en el camino.

Suzuka puso los ojos en blanco, no era como si a fueran la secuestrar o algo. 

—Vale.

Salió de su casa y caminó sin apuros hasta la parada del autobús, aún era relativamente temprano. Se estremeció al sentir la suave brisa del invierno golpearla. Pronto nevaría, no había duda.

A medida que se acercaba a su destino, podía oír los gritos de unos niños. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, visualizó a unos rodeando a un pobre gato y lanzándoles piedras.

— ¡Eres el gato más feo que he visto en mi vida!—exclamó uno de los niños.

Frunció el ceño, molesta. El gato en si no era feo, sólo tenía un extraño color naranja. Pero eso no era motivo para que le lanzaran piedras, era malvado meterse con alguien que jamás podría contra personas más grandes y con más fuerzas que él. 

¿Es que esos niños no tienen corazón?

Se plantó delante de ellos, cruzada de brazos. Al notarla, se detuvieron y luego se fueron corriendo.

Cobardes.

Se acuclilló al lado del extraño gato, éste parecía desmayado y algunas gotas de sangre resbalaban por su frente. Hizo una mueca y lo cargó, apretándolo suavemente contra su pecho. Le daba una inmensa lástima, odiaba que maltrataran a los animales.

—Tranquilo. Te llevaré a mi casa y cuidaré de ti. —Su padre era alérgico a los gatos, pero ya encontraría la manera de esconderlo de él.

Se levantó con él entre sus brazos y se regresó a su casa. Faltaría a clases, no se acabaría el mundo por ello. Sólo esperaba que nadie llamara a su padre.

Antes de entrar a su casa, Suzuka escondió al gato en su mochila. Abrió la puerta con cuidado y rezó porque su padre ya se hubiera ido al trabajo. Dejó con cuidado la mochila en el sofá. No escuchó ningún ruido, pero por si acaso, revisó todo el lugar. Luego de estar segura de que estaba sola, sacó al gato y subió a su habitación. Lo dejó sobre su cama y éste comenzó a removerse, parecía estar despertando.

Bajó corriendo a la cocina y luego volvió a su habitación con una taza de leche y unas vendas que había conseguido en la caja de primeros auxilios. Se sentó al lado del gato y le vendó las heridas que tenía, después de haberlas desinfectado. Luego lo puso en el suelo y le colocó la taza de leche cerca. El gato la miró con sus gigantes ojos azules, desconfiado y cansado.

—Vamos, bebe, te sentirás mejor—murmuró con cariño, acariciando su pelaje. Él le hizo caso, como si hubiera entendido lo que había dicho—. Eso es.

Después de tomarse toda la leche, el gato estaba somnoliento. Ella buscó entre su ropa una camisa vieja y lo arropó. Éste se acurrucó en la camisa y Suzuka se le quedó mirando fijamente, era el primer gato que veía que tenía pelaje naranja brillante. Era muy lindo.

—Bien, ahora debo pensar qué haré con él —susurró. El gato no podía quedarse para siempre, porque tarde o temprano su padre se enteraría y no permitiría que se quedara.



La Maldición de Naruto. [Serie Maldición #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora