La sensación del primer amor, es sentir el caminar por primera vez siendo un infante, apoyándonos en las manos de nuestros padres y las texturas de la alfombra bajo nuestros pies. Sentir la lluvia por primera vez, mojándonos el rostro y el olor de las hojas húmedas del otoño nos alimenta. No. Es más que eso, es una oleada que nos inspira a tener muchas oportunidades para avanzar, una motivación muy sincera. Cuando vemos a esa persona, aunque esté lejos, sonreímos, nuestros ojos se curvan y las pupilas se dilatan, el corazón se dispara en millones de fuegos artificiales dentro de nuestro cuerpo, esas mariposas flotantes, aunque mi hermana mayor dice que es solo la digestión después de beber mucho alcohol.
Pienso en ello, mirándome en el espejo en lo que arreglo mi cabello, admirándome en el espejito de mi tocador, lo amarro con un lazo blanco para adornar mi moño que solo ajusta las dos partes de las sienes, dejando que todo caiga y se mueva cuando corro. Disfruto correr. Veo la hora en el teléfono; 10:23 hrs y reacciono, ordeno mi desastre; los lazos en su caja antigua que me regaló mi abuela, los maquillajes en sus envases. Me levanto agarrando el teléfono y antes de salir me veo en el espejo junto al estante blanco, examino que todo esté en su lugar, los bluyines algo holgados, una blusa de flores celestes y unos bototos negros para los charcos de una típica época de otoño de Edimburgo. Escocia suele ser muy otoñal en cualquier temporada. Arreglo mi cabello rojizo y mi corazón arde, se exalta de solo pensar que lo veré de nuevo, como si fuese esa primera vez en su recital de la Academia de Artes. Guardo mi teléfono en mi mochila, me lo dejo en el hombro y tomo mi bolso con mis materiales de mí clase de pintura. Me quedo mirando la puerta con cierto temor.
—No seas cobarde. Tu...
—¡Vamos, baja ya, hay que trabajar! —Exclama mi hermana desde las escaleras.
Respiro profundo y salgo de mi habitación muy bien iluminado, siempre quise tener una habitación con grandes ventanales, aquello ha ayudado a realizar mejor mis trabajos. Sofía e espera con los brazos cruzados, sacudiendo su cabello corto hasta los hombros, con los anteojos de sol en su rostro pálido, como si fuese una actriz de Hollywood, o para cubrir sus ojeras negras.
—¿Revisando que todo esté en su lugar? No pidas mucho, tienes cuerpo de niña. —exclama ella con cierto tono de poca empatía.
Golpeo su pantorrilla con mi pie, se ríe pasando su mano contra la parte dañada sin culpa alguna. Aunque es cierto, no tengo cuerpo de mujer, soy más bajita, muy delgada y cero curvas, no me ofende ni preocupa. Mi hermana, a su pesar lo tiene todo, quizás sea su trabajo el que le proporciona actitud y glamur. Dejando en claro que ella es mayor; con 27 años tiene ya su vida casi arreglada, yo con 20 apenas empiezo a salir del nido.
—Le diré a mi padre que ayer llegaste a las 5 de la mañana... Borracha.
Posa su dedo en sus labios, golpeando mi hombro suavemente, puedo escuchar sus pulseras de plata sonar entre si contra mi piel.
—Shhh. Ya cállate, mamá nos oirá. Mejor vamos al trabajo, en una hora tienes tus clases... Y... Podrás ver a ese chico guapetón.
—Si vamos, vamos. —La empujo para salir de casa en lo que ella no para de reír y tambalear sus piernas al bajar las escaleras.
Ella cierra la puerta con llave, yo abro la reja del patio, y el reflejo de una luz me perpleja, hay algo de sol muy iluminado, muy cálido, las hojas se remecen por el tenue viento, y ese olor, ese olor a humedad, tierra mojada y café, seguro alguien pasó apurado con su vaso de café. Entramos al auto y ella en primera deja que mis oídos se alimenten de música pop, no reconozco a la artista, pero mi hermana parece dejarse influenciar rápidamente. Me río en secreto poniéndome el cinturón de seguridad.
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Cuando el Óleo huele a Estrellas
RomanceAura Beaufoy solo tiene 20 años, es amante del arte, risueña de la vida y estudiante en su primer año de clases de pintura en una prestigiosa academia de artes. Lucas de Márquez es el chico que le gusta y le hace sentir mariposas en su estomago ha...