PRÓLOGO, Londres, 27 de Febrero de 1997

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-¡Vaya es una niña preciosa, señora Grey!

Lucy Grey cogió a su hija en brazos mientras la miraba con los ojos llorosos. En aquella habitación, la cual había sido años atrás su cuarto, era testigo del nacimiento de la heredera de un extraño don que permitía a los elegidos ser dueños de la muerte y con esto, ser inmortal. El señor Grey, Tomas Grey, también estaba allí y sujetaba la mano de su esposa mientras con la otra trataba de secar sus lágrimas. La criada miraba ensimismada a la pareja junto con su pequeña hija. La niña no se parecía a ninguno de los integrantes de la familia Grey. Ella no era rubia como sus padres y con los ojos azules. Ella tenía el pelo azabache y los ojos grises.

-Se llamará Nora -dijo Lucy sonriéndole al bebe. El padre y la criada sonrieron a la vez-.

No había nadie más en la pequeña casa situada al norte de Oxford Street. Lucy había heredado aquella casa del señor Whitman, su padre, tras su muerte. En su época dorada, aquella casa había sido un gran salón de baile donde se congregaban amigos y parientes de los Whitman y se celebraban grandes fiestas.

-Mary prepare el coche, debemos ir cuanto antes al hospital más cercano -dijo Tomas alejándose de su esposa y su hija. Agarró su chaqueta y salió del cuarto con Mary detrás suya-.

Lucy se levantó de la cama y dejó a la niña en una cuna que su marido había preparado para ella. Le lanzó una pequeña mirada y se volvió hacia al armario. Al poco rato, sacó una bata de franela roja que realzaba el color rosado de sus mejillas. Entró al cuarto de baño y se vistió con la bata, se miró al espejo y vio desaparecer ese color rojo de sus mejillas mientras un dolor agudo se abría paso entre sus entrañas. Lanzó un alarido y cayó al suelo mientras su bebé lloraba en la otra sala. Mary entró en el cuarto y corrió a socorrer a Lucy, pero para ella ya era demasiado tarde.

De camino al hospital,Tomas conducía velozmente entre los coches mientras se ganaba pitidos e insultos de sus propietarios.

-Lucy, querida ¿cómo te encuentras? -preguntó Mary que llevaba a la niña en brazos y la cabeza de su madre en su regazo. No obtuvo respuesta, sólo un leve parpadeo de los preciosos ojos azules de Lucy que yacían casi sin vida. Tomas apretaba los dientes con fuerza y pisaba más el acelerador.

Al llegar al hospital dos enfermeros de guardia subieron a Lucy a una camilla y la llevaron rápidamente a una habitación libre donde poco después la atendió un doctor. Mary y Tomas esperaban en la puerta a que saliera el doctor y les comunicara la situación en la que se encontraba Lucy. La espera era insufrible y se temían lo peor. Nadie les decía nada; hasta que por fin; apareció una enfermera que se llevó a la niña para hacerle una serie de pruebas. Entró a otra sala y seguido de uno de los enfermeros que se había llevado a Lucy, apareció el doctor que la había estado atendiendo. El doctor se presentó a Tomas y a Mary como el señor Lucas Harrison y estrechó las manos de Mary y Tomas.

-¿Cómo se encuentra? -consiguió balbucear Tomas intentando contener las lágrimas.

-Ha entrado en coma, pero me temo que aquí no podemos tratar su problema.

-¿Qué le ocurre? -dijo en un gruñido Tomas.

-Tiene un problema en la sangre que está acabando con su vida. Debe de llevarla al hospital central, allí es posible que consigan despertarla y darle alguna cura. La trasladaremos inmediatamente.

-Pero, se encuentra en una ciudad distinta a esta, en otro país, ¿cómo van a vivir padre e hija? -Intervino Mary para contener a Tomas.

El doctor se rascó la cabeza indeciso. Metió la mano en uno de los bolsillos de la bata blanca que llevaba y de allí sacó un llavero con numerosas llaves. Sacó una de las llaves y se la tendió a Tomas.

-Tengo un apartamento cerca del hospital. No es muy grande pero es muy luminoso y es perfecto para dos personas. Mi esposa y yo lo utilizábamos para veranear allí pero ya está abandonado y nadie vive en la casa. Podéis quedaros tu hija y tú el tiempo que necesitéis -dijo el médico con una sonrisa-.

-Mu...muchas gracias, es usted muy amable -dijo Tomas cogiendo la llave-.

-Bueno, entonces procederemos al traslado de su esposa.

Mientras el doctor se despedía de nosotros, otra enfermera un poquito rellenita y con el pelo lleno de caracoles se acercó con la niña en brazos.

-Está sanísima. -Dijo con una gran sonrisa. Harrison pellizcó uno de los mofletes de la pequeña y esta estalló en lágrimas- Debes de tener más cuidado Harrison, ¡mire! La ha echo llorar, -dijo la enfermera haciendo carantoñas al bebé para que sonriera- Tome, es una niña preciosa -dijo sonriéndole a Tomas mientras le devolvía a su hija-.

-Muchas gracias. Vamos Mary, tengo que subir a la ambulancia.

Una vez fuera el señor Grey dejó a su hija en una cuna que habían preparado los enfermeros y se volvió hacia Mary.

-Mary, te quedarás la casa para ti, siempre te has portado tan bien con nosotros...

-Muchas gracias Tomas, cuide usted bien de la niña, sino, su esposa nunca me lo perdonaría -dijo esbozando una pequeña sonrisa-.

-No lo dude Mary -subió a la ambulancia y agarró la mano de su esposa.

-Y espero que la próxima vez que nos veamos sea también con su esposa ¡Buena suerte Tomas! -gritó Mary mientras la ambulancia se alejaba rápidamente hacia el aeropuerto.


LA HIJA DE LA MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora