CAPÍTULO OCHO

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CAPÍTULO OCHO
CONFESIÓN


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Adrian se paseaba inquieto de un lado a otro por el pasillo fuera de la enfermería, retorciendo sus manos con tanta fuerza que se le entumecían los dedos. Isabelle estaba apoyada contra la pared y, aunque no lo parecía, Adrian sabía que estaba tan nerviosa como él. La puerta de la enfermería estaba cerrada, lo que les impedía ver lo que Magnus hacía con Alec en un intento de curarlo, pero podían ver las luces parpadeantes y chispas que salían de la rendija de la parte inferior de la puerta. Adrian no sabía a qué sonaba, pero no quería pensar en eso.

Solamente quería que Alec estuviera bien. Era todo lo que deseaba, y si esas chispas lo ayudaban, entonces no se quejaría del sonido.

Justo cuando estaba a punto de girar hacia Isabelle y empezar a hablar sin parar gracias a los nervios, los sonidos cesaron, al igual que las chispas. Adrian e Isabelle contuvieron la respiración mientras oían a Magnus caminar hacia la puerta, los tacones de sus botas contra el suelo de mármol sonando con fuerza en el repentino silencio. Cuando salió a recibirlos, se quitaba el polvo de las manos de manera despreocupada, como si lo que acabara de hacer fuera pan comido. Sonrió al verlos, pero Adrian notó el cansancio en su mirada. Adrian no podía imaginar cuánto poder había necesitado para curar a Alec, y se dio cuenta de que tal vez estaba frente a uno de los brujos más poderosos de su época. Lo habría considerado un honor si no estuviera tan distraído.

A Isabelle no le importó, se separó de la pared y se acercó a Magnus.

—¿Está bien? —demandó, su voz fría como el hielo, al igual que siempre que tenía un estrecho control de sus emociones. Magnus enarcó una ceja ante su tono, pero respondió igual.

—Está al cincuenta por ciento —admitió con una pequeña mueca. A Adrian se le subió el corazón a la garganta. Al notar las miradas alarmadas que le dieron, Magnus levantó las manos en un gesto tranquilizador, aunque en realidad no ayudó—. Pero, si no está convulsionándose en el suelo en una hora, estará bien, si descansa lo suficiente —eso tampoco hizo que se sintieran mejor, y Magnus, al ver eso, dio un suspiro y rodó los ojos—. Asegúrense de que descanse y beba mucha agua. Perdió mucha sangre —Adrian asintió, mientras la mirada de Isabelle permanecía pegada a la entrada de la enfermería, con el rostro pálido. Tenía miedo de entrar allí, de ver a su hermano mayor tan débil e indefenso, pero Adrian sabía que lo haría de todos modos, Isabelle era así.

—Te aseguro que lo haremos —aseguró Adrian, apartando su mirada de Isabelle hacia Magnus. El brujo volvió a enarcar una de sus perfectas cejas y a Adrian le impresionó lo hermoso que era. No lo veía de la misma forma que a Alec, como algo fuera de este mundo, etéreo, pero seguía siendo hermoso, de una forma única que lo intimidó un poco.

—Hablo en serio —comentó Magnus. Si notó que Adrian lo miró fijamente, no dijo nada, así que el rubio aclaró su garganta y apartó la mirada—. Parece alguien testarudo —ante eso, Adrian soltó una suave tos, su mirada vagando hacia la puerta de la enfermería, y pudo distinguir la figura inmóvil de Alec en una de las camas, con una manta sobre él.

—Soy testarudo también —habló Adrián, volviendo la mirada a Magnus. Le dedicó una sonrisa al brujo—. Lo ataré a la cama si hace falta —no se dio cuenta de la insinuación hasta que los labios de Magnus se curvaron en una sonrisa divertida. Adrian sintió de inmediato que se le encendía la cara y giró el rostro hacia otro lado, frotándose tímidamente la nuca. No había querido que sonara así, pero tenía la sensación de que Magnus ya lo sabía y planeaba burlarse de él igual. Cuando se dio cuenta de que Magnus seguía mirándolo, le frunció el ceño, aunque no se atrevió a fulminarlo con la mirada—. ¿Qué?

SMOKE AND MIRRORS ──── alec lightwood. [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora