Prólogo

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No, no quiero levantarme, todas las mañanas me cansan tanto. Tantos años y aún sigo sintiéndome así, tan nerviosa, tanto tiempo y aún no se cómo evitar pensar en tantas cosas ridículas, si pudiera huir no me sentiría tan...

—Señorita Elizabeth. —Llamaron desde fuera de mi habitación-. Señorita Elizabeth, su desayuno está servido y su madre la llama.

—Sí... dile que ya voy —Respondí algo floja. Lentamente estiré mi cuerpo para ganar energía, me deslicé de la cama y me levanté para ir al baño. Me tomé mi tiempo para arreglar mi aspecto y al salir tomé mis cosas. Caminé hasta llegar a las escaleras y bajé, me dirigí hasta el comedor y entré como si nada.

—Buenos días, Elizabeth ¿Qué tal dormiste mi niña? —Saludó mi madre. Siempre la primera persona que me da los buenos días.

—Bien mamá —Respondí neutra y me senté sobre una de las sillas próximas a mi madre.

—¿No te han dicho que debes ser educada?

Ruedo los ojos mientras hago una mueca al instante de oír su voz, ni lo noté, no se ve por esa tonta luz de la ventana, tan tranquilo en esa silla, que molesto, ese es mi lugar. Mi cuerpo se tensó y mis nervios aparecieron junto con él, cómo siempre. Odio esto, lo odio a él.

—¿A ti no te han dicho que esa horrible cara es una falta de respeto?

Evito mirarlo directamente y desvío mi atención al lado contrario.

Huh, ya vamos a comenzar... No otra vez.

—¿Qué vamos a desayunar? —Pregunto viendo a mi madre directamente. Solo evita discutir y ya.

—Para ti, rollos de zarzamora y queso.

—Que bien. —Expresé contenta, al mismo tiempo que recargo mi cabeza en el hombro de mi madre.

—Deja de ser una mimada, tienes 21 años, pareces una niña —Rechistó mi hermano, mirándome con enfado.

Di un suspiro, mi sonrisa se desvaneció completamente y giré para ver a Horacio.

—¿Algún problema? Digo, si eres un amargado metiche claro que vas a tener problemas con otros ¿No te cansas de molestar a la gente?

—¿No te cansas de ser tan tonta y ridícula? —Su tono de voz se hizo más serio.

—Ya basta, no quiero que empiecen a pelear tan temprano.

—Él comenzó —Susurré con cierta molestia en mi voz.

—Inmadura.

—Idiota.

—¡Ey! ¿Por qué una dama pronuncia esa palabra? —Mi padre bajaba por las escaleras mirándonos a los dos.

—Tu hi...

—¿Elizabeth? ¿Una dama? Ni siquiera se comporta como una —Me interrumpió Horacio, mientras me miraba algo serio, con esos aires de superioridad.

—Mira tarado, si vuelves a decirme eso, tú...

—Elizabeth, ¡Basta! —Interrumpió mi madre.

—¿Por qué te enojas tanto? ¿Te molesta acaso? ¿No se suponía que eras muy apacible? O es que en realidad eres más ruda e irascible ¿No te molesta ser así?

—Al contrario, Joey, me halagan, ser ruda y fuerte son dos virtudes muy buenas. —Respondí a mi segundo hermano mayor que bajaba por las escaleras detrás de mí padre lo miré.

Mi hermano y mi padre se quedaron parados al final de las escaleras, justo en ese momento los empleados estaban acomodando en la mesa los platos y utensilios, mientras más miembros del personal llegaban a servir el desayuno.

De Hermosa Prohibición - Mi Amor Prohibido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora