Como decía, me llamo Juan Pablo Castel. Podrán preguntarme que me mueve a escribir la historia de mi crimen ( no sé si ya dije que voy a relatar mi crimen ) y, sobre todo, a buscar un editor. Conozco bastante bien el alma humana para prever que pensaran en la vanidad. Piensen lo que quieran: me importa un bledo; hace tiempo que me importa un bledo la opinión y la justicia de los hombres.
Supongan, pues, que público esta historia por vanidad. Al fin de cuentas estoy hecho de carne, huesos, pelo y uñas como cualquier otro hombre y me parecería muy injusto que exigiesen de mi, precisamente de mi, cualidades especiales, uno a veces se cree un superhombre, hasta que advierte que también es mezquino, sucio y perfido.
De la vanidad no digo nada: creo que nadie está desprovisto de este notable motor del progreso humano. Me hacen reír esos señores que salen con la modestia de Einstein o gente por el estilo; respuesta: es fácil ser modesto cuando se es célebre; quiero decir parecer modesto. Aun cuando se imagina que no existe nada en absoluto, se le descubre de pronto en su forma más sutil: la vanidad de la modestia.
¡Cuántas veces tropezamos con esa clase de individuos! Hasta un hombre, real o simbólico, como cristo, pronunció palabras sugeridas por la vanidad o al menos por la soberbia. ¿Que decir de León Bloy, que se defendía de la acusación de soberbia argumentando que se había pasado la vida sirviendo a individuos que no le llegaban ni a las rodillas? La vanidad se encuentra en los lugares más inesperados: al lado de la bondad, abnegación, de la generosidad.
Cuando yo era chico y me despertaba a te la idea de que mi madre debía morirse algún día ( con los años se llega a saber que la muerte no solo es soportable sino hasta reconfortante ), no imaginaba que mi madre pudiese tener defectos. Ahora que no existe, debo decir que fue tan buena como puede llegar a hacer un ser humano. Pero recuerdo, en sus ultimos años, cuando yo era un hombre, como al comienzo me dolía descubrir debajo de sus mejores acciones un sutilisimo ingrediente de vanidad o de orgullo.
Algo mucho más demostrativo me sucedió cuando la operaron de cancer. Para llegar a tiempo tuve que viajar 2 días enteros sin dormir. cuando llegue al lado de su cama, su rostro de cadáver logro sonreír me levemente, con ternura, y murmuró unas palabras para compadecerme ( ¡Ella se compadecia de mi cansancio! ). Y yo sentí dentro de mi, oscuramente, el vanidoso orgullo de haber acudido tan pronto. Confieso esto para que vean hasta qué punto no me creo mejor que los demas.
