Maldigo el día que volví a verla.Había pasado la friolera de catorce años. Catorce años. Catorce años sin verla, sin ver el brillo de sus ojos, su preciosa sonrisa, su humildad, su autenticidad. Sin sentir su suave piel entre mis dedos, su pequeño cuerpo bajo mis manos. Sin inspirar su dulce olor.Durante ese tiempo tuve que digerir mis recuerdos para que no se me atragantaran cada vez que oía su nombre o veía a alguna chica de espaldas con la que podía guardar cierto parecido. ¿La idealicé? No. Sí. No sé. Todo lo que recordaba de ella y con ella era tan real y tan diferente a todo lo demás, a todas las demás. Ninguna conseguía crear recuerdos y momentos que quedaran por encima de los de Sara. Aprendí a vivir con ello. Me negaba a olvidar. No me fue difícil tomar esa decisión y vestirme con esa nueva actitud. Ellas entrarían, pasarían, las haría disfrutar, disfrutaría y se irían. El día que llegase la indicada, lo sabría. Mientras tanto ella sería la única. Cambié mi forma de ser, de actuar, de hablar. No podía ser el mismo. Odiaba a ese Álvaro. Me pinté de una fachada soberbia y altiva. Aprendí a utilizar la labia con unos y con otros. Era tan fácil convencer a la gente diciéndoles las palabras que querían oír junto a una sonrisa o un falso gesto empático. Me lo terminé creyendo. Y de esa forma, en la facultad, en la cafetería, conseguí crearme un grupo de amigos de clase social alta. Ropa cara, coches caros, móviles último modelo y vacaciones a todo tren en el extranjero. Me esforcé en sacar las mejores notas para mantener esa nueva posición. Mis padres estaban orgullosos. Un viernes tras varias cervezas y unas partidas de mus en el bar de enfrente de la facultad, Félix, Manu y yo nos lanzamos a crear una empresa. Algo pequeño, una web de restaurantes caros en Madrid. Íbamos, probábamos la comida y escribíamos nuestra reseña. Con el paso de los meses la gente empezó a poner sus comentarios y ampliamos con restaurantes de otras localidades. Comenzamos a ganar dinero fresco con la publicidad y las comisiones. Tras esta llegaron más. Venta de coches, bares, discotecas en el centro de Madrid, páginas webs de venta al por mayor. Lo que más dinero daba a corto plazo eran las discotecas que habían conseguido una posición en la alta sociedad madrileña.En esos momentos regentaba en solitario varias empresas. Pero el dinero contante y sonante provenía de las certeras inversiones en bolsa. En los dos aburridísimos años que duró el máster, dediqué todas las tardes a observar, leer, investigar y estudiar los movimientos en bolsa. Me había convertido en un bróker. Y, por qué no decirlo, de los buenos. Tuve suerte durante la crisis y supe capear las empresas inmobiliarias para invertir el dinero en las empresas online y en ciertos bancos que crecieron muy rápido cuando acabó la recesión. Ya formaba parte de esa élite que había sabido camelarme. Me había integrado y me la había fagocitado, ¿o fue al revés y ellos me habían fagocitado a mí? Me era indiferente, me sentía a gusto con ese nuevo Álvaro.Y entonces creí verla, como en tantas ocasiones. Su estatura, su cuerpo, su pelo. Y me giré para evitar el atragantamiento, para no ponerle a esa chica una cara que no le correspondía. Venía parapetada tras Peter. Peter llegaba acompañado. Raro en él. Discreto con su vida personal no había traído nunca a una chica a un evento íntimo. En eso seguíamos siendo muy de Guadalajara, no entraba cualquiera a nuestro círculo de amigos. -¡Hola! Qué pronto habéis empezado con los mojitos, ya ni esperáis a los forasteros. Os presento, ella es Sara, una amiga, había quedado a comer con ella y me ha parecido buena idea invitarla, si le parece bien al señor del cumpleaños. Peter me abrazó. ¿Por qué me iba a parecer mal? Si él había decidido traerla, yo iba a ser el mejor anfitrión. «Espera, ¿ha dicho Sara?».Antes de que Peter terminara su abrazo mi corazón se puso en alerta. Noté dos latidos fuertes y la nada. El brillo de sus ojos se borró de un plumazo cuando mi mirada se cruzó con la suya. La vi tragar saliva. Noté un hormigueo en los dedos de la mano y el corazón empezó a latir desbocado. Un nudo en la garganta me dificultaba hablar. Sara. Fijé mis ojos en los suyos. Sara hablaba sin abrir la boca, siempre lo había hecho. Me odiaba. Sus ojos reflejaban odio. El Álvaro de catorce años atrás hizo presencia dentro de mí. Noté presión en el pecho y me odié como ella lo estaba haciendo. Tragué el nudo que se me había hecho en la garganta e intenté tragarme a mí mismo.-Hola, Sara. Eres bienvenida, por supuesto.Tenía que reflejar normalidad. Nadie debía darse cuenta. Me acerqué a darle dos besos. Me agaché lo justo, como siempre, para rozar mi cara con la suya mientras la agarraba suave por la cintura. Una chispa me abrasó en el estómago. Apreté la mandíbula para controlar las emociones que creía ya muertas. Su piel reaccionó con mi tacto. Sus ojos pedían explicaciones. Con una sonrisa comenzó a saludar al resto de los que allí estábamos. Chica lista. Miré a Peter. Mierda. Él estaba enganchado. Sus ojos brillaban de esa forma especial. La seguía con la mirada. Sonreía. Mierda. Peter estaba enamorado. De Sara. Mi Sara.-¿Dónde la conociste, bribón? -le pregunté a Peter sin quitarle el ojo a ella.Se había hecho unos cuantos largos sin cansarse, no la recordaba tan deportista. Tenía buen cuerpo. Había adelgazado. -En la comida de David y Helena, preferiste irte de hotel glamuroso con aquella, ¿cómo se llamaba?-¿Marina? ¿O fue Tania? No me acuerdo. Pero fue un gran fin de semana -dije intentando recordarlo. Fue imposible, Sara lo ocupaba todo en ese momento.Aproveché que ella salía de la piscina y se quedaba de pie mirando al infinito bajo el sol que reflejaba las gotas de agua en su cuerpo, para acercarme a ella. Apreté la mandíbula.-Cuanto tiempo sin verte -dije serio y sin mirarla.-Catorce años, para ser exactos -me escupió con rabia sin girar la cabeza.-Me alegro de volver a verte. -Y era verdad-. Estás muy guapa. Mejoras con el tiempo, como el buen vino. -Sonreí involuntariamente. Mi corazón iba a mil por hora. Me hubiera gustado abrazarla y pedirle perdón por aquello, pero el orgullo del nuevo Álvaro no me lo permitía.-No tengo el gusto de decir lo mismo -dijo tajante.Me giré y la miré fijamente.-Sara, fue hace mucho. Lo nuestro se terminó sin más y los dos hemos seguido con nuestras vidas.-Veo que no guardas el mismo recuerdo que yo. Parece que tu memoria ha preferido el «se terminó» en lugar del «lo terminé, salí corriendo y no volví a dar señales de vida». Porque, total, no hacía falta dar más explicaciones. Está claro que para uno fue mucho más fácil que para el otro.-Sara, yo... Peter se acercó y tuve que callarme. «Lo siento», quise haberle dicho. Cogí aire sutilmente.-Parecéis lagartos buscando el sol. -Peter sonreía cual adolescente enamorado. -Me he quedado fría en el agua sin movernos, así que he salido a caldearme un poco. -Se hizo un silencio incómodo-. Me voy a cambiar, no me gusta estar mojada.Peter le ofreció subir a casa con sus llaves para cambiarse. Ella se sorprendió al saber que aún contaba con un juego de llaves de la casa.-Sí, la confianza da asco. También le hemos guardado su habitación, por el momento. Aún tenemos la esperanza de que aparezca a las tantas de la noche con alguna mujer -dije entre risas. -No seas exagerado, que nunca he hecho eso -se excusó Peter mirándola. -Por eso aún tenemos la esperanza.Sara cogió su mochila y se fue con paso seguro hacia mi casa. Peter la miraba embelesado.-Una amiga... ¿eh? -Le di un codazo y volví a la piscina para intentar despejarme. Por más largos que me hice no era capaz de sacar a Sara de mi cabeza, pero no a la Sara que acababa de ver, tan distinta a la de años atrás, sino a la Sara que se sentaba en mis piernas sonriendo, que me acariciaba el pelo con delicadeza. La Sara que rozaba su nariz con la mía. La Sara con la que perdí la virginidad, inexpertos los dos, un desastre del que nos quisimos olvidar en el momento, pero del que nos reiríamos días después. Tomé aire en la superficie y lo solté bajo el agua recordando el roce de su piel con la mía.Media hora después aproveché que Peter hablaba con Mónica para subir a casa. Cogí las llaves disimuladamente y las apreté en mi mano. Estuve un rato esperando en la puerta sin saber si entrar o no. Cogí aire y lo expulsé fuerte. Metí la llave y entré.-¿Sara? ¿En qué momento pensé que era buena idea estar con ella a solas? -Ya salgo.Esperé de pie en el salón con el estómago encogido. Salió con el pelo suelto y ondulado. Sonreí para mis adentros.-Tardabas mucho y he decidido subir a ver si todo estaba bien.-Todo está bien, gracias.Su tono era frío y distante. Estaba llena de rencor. Respiré e intenté hablarle de forma suave. Temía su reacción.-Tal vez deberíamos hablar.-Yo no tengo nada que decir, tampoco tuve mucho que decir en su momento -me acuchilló.-Lo siento. De verdad. Pero no te pienses que fuiste la única que lo pasó mal. -Me senté en el sofá-. Siéntate, anda. Vamos a hablar. ¿Tienes novio?-Y eso ahora qué importa.«Venga, Sara, confiesa, dime que es Peter y podré digerir mejor tu presencia».-Bueno, yo no tengo novia y tal vez podríamos volver a conocernos -mentí. «Venga, confiesa, me voy a consumir por dentro, necesito una excusa», pensé muy fuerte.-Estás de broma. Tiene que ser una broma. Los dos hemos cambiado mucho, ya no soy la que conociste. Tú conseguiste que mi vida diera un giro de 180 grados, hasta cambió mi forma de ser. Gracias -dijo con un sarcasmo que me arañó en las entrañas.Durante muchos meses pensé en cómo se sentiría ella, en cómo estaba superando que la dejara y me fuera de la noche a la mañana. Cada noche me iba a la cama con su recuerdo.-Siéntate, anda -hice una pausa-. Mira, si Peter te ha traído a mi cumpleaños es o porque no eres solo una amiga o porque él no quiere que seas solo una amiga. Así que entiendo que nos tendremos que ver más veces y no sería de recibo estar tirantes, mejor dicho, que tú estés tirante conmigo constantemente y delante de Peter. ¿Podemos hablar esto como personas adultas? -Tienes razón. Me estoy comportando como una auténtica cría -se sentó lo más lejos que pudo de mí, el rencor le atravesaba la mirada-, pero tienes que entender que esto no es fácil. Después de todo y tantos años sin saber de ti, aquí estás, hablándome como si no hubiera pasado nada y como si fuera una niña pequeña.Sí, claro que pasó, pero no lo iba a reconocer.-Lo sé, pero no podía volver.-¿Para qué?, ¿verdad? Me dejaste, me olvidaste y a vivir.Me levanté y fui a mi habitación. Era el momento de hacerle ver que nunca la olvidé.-Piensas que me olvidé de ti... Quizá esto te pueda demostrar que no. -Dejé la alianza de plata encima del cristal de la mesa pequeña-. La has reconocido, ¿verdad? La puedes coger, si quieres, pero no te la lleves. -Esperé a que hiciera algún movimiento-. Hace exactamente catorce años que me la regalaste por mi cumpleaños. Recuerdo perfectamente cómo fue el momento: estabas nerviosa y decías que no me habías comprado nada porque eras muy mala para hacer regalos. Nos fuimos al McDonald's a comer, ahora te llevaría a otro sitio, por aquel entonces no nos daba para más. Y mientras yo te contaba los planes para el fin de semana, sacaste del bolsillo un paquetito de papel de regalo color azul marino, me lo diste y te pusiste colorada. Lo abrí y me lo puse, estabas a punto de llorar de lo nerviosa que estabas. «Has dado con la talla, cariño» y me dijiste que habías tenido un buen informador para ello. -Por mi mente pasó aquel momento, su mirada vergonzosa, sus mejillas enrojecidas y su piel erizada. Me tragué el recuerdo y la miré seguro-. Este anillo ha hecho que muchas mujeres huyeran al descubrirlo o al saber la carga con la que venía.Me pasé la mano por el pelo. Cerré los ojos. Su mirada viajaba del anillo a mí y viceversa. Cogí aire y me obligué a que el Álvaro de ahora se sobrepusiera al antiguo.-¿Podemos zanjar nuestra tensión? ¿Crees que podremos comportarnos de una forma normal? -le supliqué. Asintió. Creí ver que quería llorar el rencor que había acumulado durante años. -¿Puedo darte un abrazo? -le pregunté. Necesitaba sentirla de nuevo en aquella soledad, sin testigos. Un abrazo para partir de cero. La recogí entre mis brazos y su olor me embriagó. No olía igual, pero su piel seguía siendo igual de suave.Sonó la cerradura de casa y Sara rompió nuestro abrazo con rapidez. Peter nos miraba analizando lo que acababa de ver.-Tardabas mucho y como te habías llevado las llaves he tenido que pedírselas a Manu. También te estuve buscando a ti para que me las dejaras -me miró duramente-, pero no te encontraba. Supuse que estabas intentando ligarte a alguna.-No es lo que parece -le dije con seriedad.-Uy, amigo, ya sabes que esas frases nunca acaban con una explicación convincente. -Exigía explicaciones a Sara con la mirada-. Bueno, al menos ya veo que os estáis conociendo.Es el momento. Ahora o nunca, y eso último sería una malísima decisión.-No nos estábamos conociendo. Ya nos conocíamos.-¿Ya os conocíais? -Hizo un mohín y puso cara de extrañeza. -Peter -hice una pausa preparando en mi mente lo que iba a decir-, ella es Sara. -Lo miré fijamente.-¿Qué Sara? ¿Tu Sara? -«Venga, Peter, sabes perfectamente qué Sara es». Lo miré fijamente y asentí-. Sara... -Su mirada se mostraba insegura. La postura de ella cambió y se acercó a él. Lo cogió de la mano y lo miró a los ojos de esa forma... Hubo un tiempo en que esos ojos me miraban así a mí, aunque no con tanta intensidad. Noté una presión en el pecho. Se acercó a su cuello y hundió su nariz inspirando con delicadeza. Un cosquilleo recorrió mi cuerpo. No era envidia, ¿o sí? Peter la besó en el cuello. -¡Lo sabía! Me lo he imaginado desde el momento en que habéis entrado a la piscina -dije mostrándome entusiasmado. ¿Lo estaba?-No digas nada, es un secreto. O al menos aún no queremos hacerlo oficial. -¿Novios? ¿Oficial? Su mirada me suplicaba-. Tendremos que hablar, amigo.¿Qué quería escuchar Peter en ese momento? El nuevo Álvaro apaleó al viejo y con una sonrisa y todo el orgullo que tenía le dije lo que los dos necesitaban escuchar.-No hay nada de lo que hablar. Ni permisos que pedir ni rencores que guardar.Peter se merecía a Sara, no les podía negar ni prohibir lo que había entre ellos. Y a Sara se lo debía.-¡Anda!, el anillo. -Peter reparó en la alianza que aún estaba en la mesa. Peter le contó a Sara lo que ese anillo significaba para mí. Me alegró que lo hiciera con esa naturalidad. Sara se merecía saber lo que ella había significado, y significaba, para mí.Cogí el anillo y me fui a la habitación a guardarlo.-Me bajo a la piscina con los demás. Supongo que tendréis que hablar, así que os dejo solos.-No digas nada, por favor -me suplicó Peter.-Yo no voy a decir nada, pero que os quedéis a solas ahora en el piso no creo que ayude a mantener vuestro secreto, aunque se hagan los locos, todos tendrán sus sospechas. En el cajón de mi mesilla hay una caja de condones, por si los necesitáis.Cogí mis llaves. Les guiñé un ojo de forma pícara. Cerré la puerta tras de mí y me apoyé en la pared. Catorce años sin ver a Sara y, de repente todo había cambiado, la tendría cerca cada vez que Peter así lo quisiera. Suspiré. Me agarré del pelo y tiré para hacerme reaccionar. Me froté la cara para borrar mis sentimientos por ella. Seguía tan guapa como siempre, tan inocente, tan real... ¡Mierda! Tocaba volver a luchar y aprender a vivir con la nueva situación. El nuevo Álvaro tendría que aplastar al viejo a base de orgullo y frialdad. Nadie, excepto nosotros tres, debía saber aquello. Tocaba actuar, representar el papel que había forjado a fuego durante una década.Cuando llegué al grupo, mi fachada ya estaba renovada. Sonreí y me preparé un mojito.-¿Dónde estabas? -me preguntó inquisitiva Mónica.-Ligando con una, ¿tienes envidia? -Le acaricié el brazo con intención de ponerla nerviosa.-No...-¿Qué opinas de la amiga de Peter? -preguntó Manu-. Creo que es la chica de la foto de Roma.No había caído en eso. Recordé aquella foto. En su momento creí ver a Sara en esa silueta de mujer, como tantas otras veces. Era ella. Otra vez esa presión en el pecho hizo aparición. Tragué saliva. ¡Qué difícil iba a ser aquello!-Sí, creo que es ella. Tiene que ser ella. ¿Cuántas amigas le habéis conocido a Peter de las que haya, digamos, presumido?-Ninguna. Le hemos conocido algún rollo y poco más. Es demasiado discreto.-Eso mismo. Ni siquiera yo conozco todas sus conquistas. No dudo que las haya tenido, recuerdo una modelo morena, alta, guapa como ella sola. Sé que estuvieron un tiempo, pero no fue lo suficientemente serio como para traerla al grupo.-¿No sabías nada de esto? -preguntó curiosa Lorena.Negué con la cabeza. Sabía que algo pasaba en Guadalajara para que Peter se mudara allí con esa rapidez. Me imaginaba que era por alguna chica, pero como él no soltaba prenda, no le quise presionar. Quizá tendría que haberlo hecho.-Entonces está claro, pero si él no la ha presentado como novia, tendremos que respetar eso. Nos hacemos los locos y vemos a dónde llega esto -apuntó Borja.-Una lagarta que ha sabido camelárselo. Una amiga, ¿en serio? Interés, es interés -escupió Mónica.Oí a Mónica pero no la escuché. Solo rumiaba los recuerdos para latigarme por no haber caído antes en aquella unión.-A mí me ha parecido maja. Paciente, atenta, educada...-Una don nadie. Estaba fuera de lugar, no hablaba porque no sabía qué decir. Le venimos grande.-Mónica, deja de juzgar antes de conocer -la increpé. No iba a dejar que insultara así a Sara. Ella no se parecía en nada a lo que Mónica describía. Al menos no era el recuerdo que yo tenía.-El tema es que, si es la de Roma y la ha traído hoy a tu cumpleaños, es porque Peter tiene con ella intenciones serias y planes de futuro. Esperaremos a que nos informe al respecto. Mientras tanto, nos mantenemos calladitos -puntualizó Félix.Lo miré y asentí.Mi orgullo volvió a subir. Desde el principio me había convertido en el líder del grupo y pocos se atrevían a llevarme la contraria. De hecho, pocos se abrían y confesaban sus verdaderos pensamientos salvo Mónica, que no era capaz de callar, y Peter, que en nuestra complicidad y confianza se confesaba conmigo, y yo con él.Poco después aparecían juntos de la mano. Sonreí, no supe si por los nervios o porque realmente me sentía feliz por ellos. Peter confirmó lo que todos pensábamos, Sara era su novia, y silbé y aplaudí para hacerles entender al resto que aceptábamos y apoyábamos la unión. Los invité a la cena que había reservado en un restaurante de alto nivel de Madrid. Aceptaron y entendí que aquello se repetiría en el futuro.
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No me niegues lo evidente
RomanceAunque intente esconderlo, aquella decisión me perseguirá toda la vida. Lo que nunca imaginé fue que Sara volviera a formar parte de ella, mucho menos de la mano de mi mejor amigo, y que su aparición traería consigo a la persona que me pondría la vi...