2

1 0 0
                                    

Llegaron tarde al restaurante, algo muy característico de Sara

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Llegaron tarde al restaurante, algo muy característico de Sara. Nunca había conseguido ser puntual. En cambio, Peter era todo lo contrario, siempre llegaba antes y le molestaba que la gente fuera impuntual. Reí por dentro.Dejé un hueco a mi lado para que se sentara allí, así estaría protegida por nosotros. Los comentarios de Mónica hacia ella no habían sido muy afables y el resto de chicas se estaba dejando convencer por ella.—Mónica, podrías controlarte un poco, ¿no crees? Me temo que a Peter no le van a hacer mucha gracia tus comentarios —le susurré disimuladamente.—No tengo nada que esconder, no pinta nada aquí y es algo que le puedo explicar fácilmente a Peter, puedo darle cientos de motivos y argumentos por los que no estar con esa. —Mi mirada la atravesó de tal forma que hasta su cuerpo se irguió aún más—. Aunque, es cierto que Peter no debería saber lo que opino sobre ella —moduló su voz—. Ya se dará cuenta él solito. —Se giró con un soberbio golpe de melena. Negué con la cabeza.Entró de la mano de Peter con el pelo recogido en una coleta y un vestido que le quedaba de escándalo. Noté una descarga por mi cuerpo y una notable excitación. Me revolví en la silla. Durante la cena la vi incómoda. Sus ojos oscilaban entre una brillante ilusión cuando miraba a Peter, una relajada resignación cuando hablaba conmigo y una real incomodidad cuando tenía que mantener la compostura con los demás. Yo sí había cambiado, pero ella seguía siendo la misma. Estaba convencido de que era la primera vez que estaba en un restaurante como ese. Y seguía siendo humilde y auténtica con poco o nada de orgullo.Tras los postres se levantó y se fue al baño.—Gracias por la invitación —me dijo Peter ocupando el sitio de Sara—. Y gracias por no decir quién es Sara. —De nada, querido amigo, siempre es un placer. Y, por lo otro, no nos conviene a ninguno de los dos. Es mejor dejar esta información bien guardada y a salvo de los carroñeros —hice una pausa—. Vais en serio, ¿no?—Sí. ¿Sabes eso que se siente por dentro que te dice que es ella? ¿Que necesitas tenerla cerca, tocarla, respirarla, mimarla y protegerla?Claro que lo sabía. Lo tuve y lo perdí.—Sí, sí lo sé, Peter.Bebí de la copa de vino para recomponerme. Peter me miraba serio, intentando adivinar qué sentía yo ante Sara en ese momento. Finalmente asintió.—Me parece genial, Peter, de verdad. Disfrútalo, te lo mereces.Sonrió y asintió. Sara llegó a la mesa con la cara descompuesta y Peter se mostró preocupado y seguro ante ella. Tenían una conexión envidiable y realmente hacían buena pareja. Y yo tenía que convencerme de que lo mío con Sara fue un amor de adolescencia, que fue una ensoñación y que, intentando ser realistas, posiblemente no habría durado hasta la actualidad.Poco después entrábamos todos en una discoteca cercana. Pedí un ron con cola. El mejor ron que tuvieran. La camarera, una morena que me ponía morritos, me echaba un ron que había sacado de debajo de la barra. Le guiñé un ojo y sonrió dejando ver sus intenciones. A mi lado, Sara limpiaba la boquilla de un botellín de cerveza y bebía a morro. Me reí.—Vaya, ahora te das a la cerveza. Recuerdo que no te gustaba nada.—Bueno, las cosas han cambiado bastante. —Me guiñó un ojo y el Álvaro actual sonrió orgulloso.—Tú eras más de vodka con naranja.Recordé un día que se puso tan borracha tras beber un litro de vodka con naranja, que me dijo que me quería. Al día siguiente no se acordaba de nada, pero yo sí. —Sí, pero hace años que mi cuerpo no tolera el alcohol fuerte, además, supongo que luego me tocará conducir porque Peter está bebiendo. Yo con esta cerveza estoy más que servida.—¿Sólo una? Pues sí que han cambiado las cosas. —Sara bebió a morro con una seguridad que no había tenido hasta ese momento—. ¿Te acuerdas de cuando hacíamos botellón en pleno diciembre en el parking? Hacía un frío horrible, pero no faltábamos a la cita. ¿Qué sabes de Héctor? Me caía bien ese chico. Aquel día perdí a Sara y a más gente que realmente me aportaba cosas positivas.—¿Héctor? Está muy bien. En su línea, sin novia y sin perspectivas de tenerla. —Sus ojos reflejaban admiración.—Ah, ¿sigues hablando con él?—Sí, claro. Es mi mejor amigo.Sara miraba fijamente a Mónica que se contoneaba delante de Peter.—Hay cosas que no han cambiado. Sigues sin saber ocultar tus pensamientos, tu cara sigue hablando por ti. No tienes nada por lo que preocuparte, Peter no está interesado en ella, ni lo ha estado nunca ni lo estará. No le he visto mirar nunca a ninguna chica como te mira a ti.—No es eso, no dudo de él.Me contó con confianza el numerito de Mónica en el baño. Al parecer le había dicho que ella no pertenecía a nuestro nivel y que Peter se cansaría pronto de ella, entre otras lindezas típicas de Mónica. Me gustó que confiara en mí. Que quisiera tener esa cercanía conmigo. Estaba claro que lo que tenía con Peter era mucho más fuerte que lo que nosotros tuvimos algún día, porque ella era capaz de dejarlo en el pasado para crear nuevos caminos.—Sí, bueno, muy típico de ella. Te ve como una rival. Pero lo mejor es que no entres en el juego.—¿Te das cuenta de que nos mira de reojo? ¿Crees que descubrirá quién soy?—No, no se va a dar cuenta. Y si por algún casual algún día pregunta, lo negaré, la follaré duro y se olvidará del tema. Me miró sorprendida y reí con altivez.—No sería la primera vez. —Ni la segunda.—¿Te apetece bailar? —me propuso.¿Y tenerla cerca de nuevo?—Por supuesto.Tras varias canciones Peter y Mónica se acercaron a nosotros. Peter nunca había bailado con libertad, sus modales no se lo permitían. Reí al ver que Sara se contenía agarrada a él. Sonó una bachata y quise chulear de lo que había aprendido años antes en unas vacaciones en el caribe y había perfeccionado en una academia de Madrid.—Caballero, ¿me permitiría bailar esta canción con su novia? Prometo no levantártela. —Sonreí.Peter asintió.—Señorita, ¿sería tan amable de concederme este baile?Le tendí la mano. Dijo que sí y su mano se agarró a la mía. Un recuerdo de nosotros de años atrás pasó rápido por mi mente. Sacudí la cabeza para desecharlo. Coloqué mi mano izquierda en su espalda, la acerqué a mí. Nuestras manos se fundieron y las acerqué a nuestro pecho. Comencé a mecerla y ella respondía. En ese momento me olvidé de que cientos de ojos nos observaban. Sus caderas se movían con soltura y conocimiento junto a las mías. Noté que se me ponía dura. Madre mía. La giré, se dejó girar. Se separó, hizo un movimiento lascivo con sus caderas y sacudió su cabeza. La apreté contra mí y la volví a girar. Sus caderas seguían sabias el ritmo. Su pelo me rozaba la cara y su perfume dejaba una adictiva estela. Volví a acercarla a mí. Nos miramos. Nos movimos. Nos bailamos. Podíamos sentir el sexo. Podíamos olerlo. Sus ojos estaban encendidos y su cuerpo me pedía más. Mi cuerpo se lo daba. Acerqué mi boca a su cara. Apreté la mandíbula antes de cometer un error. Ella se dio cuenta y se puso de espaldas a mí. Puse mi mano en su tripa y su culo se movió de lado a lado junto a mi cadera. Mi erección deseaba que no hubiera ropa entre nosotros. Respiré profundo. Las últimas notas sonaron y ella se rindió bajo mis brazos jadeando.—Vaya, no sabía que bailabas bachata —me dijo.—Ni yo que bailabas tan bien. —¿Cuándo habría aprendido?—¿Qué cara tiene Peter? ¿Se habrá molestado? Nos hemos pasado, teníamos que haber sido más comedidos —me preguntó preocupada.—No creo, solo ha sido un baile. La que no tiene buena cara es Mónica, voy a tener que camelármela un poco —dije riendo intentando rebajar su preocupación. Pero lo cierto era que la cara de Peter no presagiaba buenas noticias.Sara se fue con él y yo me dirigí a la barra, necesitaba cambiar de aires y volver a ser el Álvaro que pertenecía a la élite, el altivo, el prepotente. Apoyé los dos brazos en la barra y tamborileé con los dedos. No tardó en aparecer la camarera morena.—¿Qué te pongo, guapo? —Directa.—Esa es una pregunta un poco íntima, ¿no crees? —Puse media sonrisa de forma chulesca.—No te lo creas tanto, pasan muchos como tú, y mejores que tú, por aquí. —Bebió de un vaso que tenía debajo de la barra.—Serán burdas imitaciones. Te aseguro que no has conocido a nadie como yo. —Fijé mi mirada segura en la suya—. Dejo a tu elección el combinado, pero que sea de calidad.Saqué un billete de 100 € y lo puse encima de la barra sin darle importancia. Miré hacia la pista. Sara no se despegaba de Peter. Volví a mirar a la camarera que preparaba un gin-tonic con tónica rosa y grosellas. —Interesante... Ponte otro para ti. —Le guiñé un ojo—. Invita la casa.Esperé a que se preparara el suyo. Me cobró y me devolvió dos billetes. Levanté la copa con la intención de brindar con ella. —¿Sabes que dependiendo del sabor de cada persona este licor difiere de unos a otros? —me dijo mirando la copa.—¿Me estás diciendo que este brebaje en mi boca sabe de una manera diferente a como sabe en la tuya?Asintió y levantó una ceja con picardía. Reí.—Qué osada, ¿no?No le sentó bien porque me dio la espalda con un golpe de melena bastante cómico. Reí a carcajadas y volvió a mirarme, se acercó, se impulsó en la barra y, bien cerca de mí, dijo:—Vete a la mierda, creído.Le planté un beso con lengua que la dejó de piedra. El primer movimiento de mi lengua tuvo que asimilarlo, enseguida la suya se unió a la mía. Su boca sabía a una mezcla de dulzor y amargor. —Si te vienes conmigo, te llevo a la mejor mierda de Madrid.—Salgo a las seis. Salió de la barra y me morreó con una pasión que me dieron ganas de romperle allí mismo las bragas. Por supuesto que la iba a esperar. Un clavo saca otro clavo. ¿O no?Cuando Sara y Peter se fueron me acerqué a las chicas para tantearlas, pero no hablaban del tema. Mireia me miró con deseo, aunque intentó disimularlo. ¿Mireia? Bueno, podría valerme para jugar por un tiempo. Dentro de las chicas del grupo era la menos altiva y artificial. Le sonreí para dejar una pequeña marca. Esa noche no sería. Me acerqué en repetidas ocasiones a la barra para ir dejando dentelladas de mis intenciones a la camarera. A las seis salimos a la puerta, les pedí que no me esperaran y les conté mi plan con la morena. Mónica me miró de arriba abajo.—Disfrútalo.—Esa es mi intención.Pocos minutos después salía la camarera. La agarré de la mano y la giré sobre sí misma. Llevaba un vestido azul ajustado y corto. Le duraría poco. Paré un taxi y le di la dirección de un hotel de cinco estrellas. En el mostrador pedí una habitación superior con vistas. No era la primera vez que iba allí. —¿Qué pasa, te crees el nuevo Christian Grey?Arqueé una ceja y reí.—Para nada. No me va el sado, pero si quieres te puedo follar duro.Tiré de ella hacia mí y la besé con fuerza. Puse mi mano en su nuca y la apreté contra mi boca, gimió a la vez que su pierna comenzaba a rodear la mía. Me separé y puse media sonrisa. Una vez dentro de la habitación, le quité el vestido de un solo movimiento. Llevaba lencería rosa con transparencias. Noté mi erección al momento. Me desabrochó la camisa mientras la besaba con rencor y odio, un odio que comenzaba a expandirse por mi cuerpo. Antes de que me quitara el pantalón, saqué un preservativo y lo lancé a la cama. Con su dedo índice recorrió la vertical desde mi pecho hasta mi ombligo. Acarició mis oblicuos y se mordió el labio. Sonreí prepotente. Con delicadeza cogió mi erección entre sus manos. La miró. Me miró. Se agachó y se la metió en la boca. Cogí aire y lo solté cuando noté su lengua. Agarré su cabeza entre mis manos y la moví a mi antojo. Era buena, pero no lo suficiente. Me retiré, acerqué mi cuerpo al suyo y le hice retroceder hasta la cama. Reptó por ella hasta quedar todo su cuerpo dentro. Le quité las bragas y le abrí las piernas. Su mirada destelleaba deseo. Su vientre se encogió. Cogí el preservativo, lo saqué y me lo puse mientras la besaba. Me puse de rodillas. Dirigí mis dedos a su sexo y busqué la entrada. Me hundí en ella, estaba húmeda. Por más empeño que ponía no era capaz de correrme. La cambié de posición en dos ocasiones, pero no había manera. Tampoco había bebido tanto. Poco me importó si ella había tenido algún orgasmo. Gemía y chillaba descontrolada, demasiado. Embotaba mis oídos y no me dejaba concentrarme. Entonces cerré los ojos y recordé mi baile con Sara. El cuerpo se me tensó y en dos embestidas me iba dentro de ella. Cuando volví del baño me esperaba acurrucada en un lado de la cama. ¿No tenía pensado irse?Me metí en la cama y me quedé boca arriba. Colocó su cabeza en mi pecho y oí cómo su respiración se relajaba. Me costó un mundo dormirme. El cabreo conmigo mismo martilleaba mi subconsciente. Ese odio que llevaba recorriéndome el cuerpo un rato se desató haciéndome entender el motivo. Tocaba, no solo olvidar a Sara, olvidarla de verdad, sino que me tocaba admitir que su presencia en mi vida jugaría otro papel. Y lo que era peor, acababa de correrme pensando en ella. Apreté fuerte los ojos. No podía fallar a Peter.

No me niegues lo evidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora