La tortura de la verdad

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José y yo habíamos tenido mucha confianza en nuestra vida juntos, o al menos eso creí. Solía decirle sin tapujos mis deseos, molestias e inquietudes y el respondía con lo que a mi parecer, era sinceridad; Me hacía sentir plena confianza por algo peculiar y cotidiano: nuestros teléfonos sin código de bloqueo. A menudo yo le pedía que respondiera mis llamadas o mensajes mientras estaba ocupada y él parecía responder a esa confianza. En mis noches de insomnio y tardes de aburrimiento, solía pedirle su teléfono para ver memes o videos graciosos, ya fuera por que mi teléfono estaba descargado o por que el algoritmo solía mostrarme contenido muy distinto al suyo, el contenido para José era realmente divertido, el mío era más fatalista y filosófico. Así, podía pasar horas viendo el teléfono de mi pareja, él me lo entregaba y se acostaba a dormir o se metía a la cocina mientras tanto.

La tortura comenzó su gestación días antes de los insinuantes mensajes de Kenia, cuando, como de costumbre, le pedí a José su teléfono para distraerme un poco y se negó.

-Pepe, préstame tu teléfono, ¿sí?

-Tienes el tuyo, ¿para qué quieres el mío? -Dijo seriamente, lo cual resultaba extraño cuando la mayor parte de las veces se limitaba a sonreír y me decía que le sorprendía como nuestro contenido era tan distinto, mientras me daba su teléfono.

-Para ver videos...  el mío se apagó.

-No, mi teléfono está muy lento, se atora a cada rato y luego no entran las llamadas.

-Entonces te lo arreglo, yo sé como hacerlo.

-No, Mariana, lo voy a llevar a la plaza de tecnología mañana.

-¿Y para qué vas a gastar si es algo que puedo hacer en menos de cinco minutos sin cobrarte?

-Bueno, agárralo, pero no le vayas a mover nada. -Dijo José, con un tono molesto.

-Ok.

En efecto, el teléfono de José estaba extrañamente lento, comenzó a desesperarme, intenté descargar un antivirus sin éxito pues el teléfono indicaba no tener espacio, entonces supuse que lo ideal sería ayudar a mi pareja arreglándolo, lo más sensato, según yo, sería borrar memes viejos, José solía guardar miles de imágenes sin motivo aparente, con más de diez años de antigüedad, entonces ordené la galería por fecha y comencé a eliminar memes antiguos hasta aburrirme, llegado ese momento, decidí abrir la papelera y borrar todo definitivamente, en ese momento comenzó la tortura. Piqué el botón de "vaciar papelera" y los elementos comenzaron a borrarse, eran más de seis mil archivos, cuando yo solo había enviado algunos memes, comenzó  a preocuparme que algo de eso le sirviera aún a José, indecisa, observé como iban desapareciendo las imágenes y videos uno a uno; de pronto, entre todas las imágenes, comenzaron a aparecer fotografías de José con otra mujer, José solo, desnudo y una mujer desnuda en poses sugerentes, le di cancelar a la eliminación pero era muy tarde, las imágenes habían desaparecido, excepto una. José se encontraba en la cocina, entretenido con preparar un caldo, me asomé a la puerta para ver si se acercaba y volví a ver su teléfono, pensé dos segundos en lo buena o mala idea que podría ser revisar sus mensajes y tomé la decisión de hacerlo.

En el télefono había varios chats archivados, algunos de ellos extrañamente vacíos, otros cuyo contacto no tenía nombre, solo el número, pero en ningún sitio encontré la procedencia de la imagen, nada que fuera realmente comprometedor, solo un poco sospechoso, inconforme revisé las conversaciones en redes sociales: nada. Entonces llegué a los mensajes de texto y  a las llamadas. Las últimas tenían un número recurrente, marcado de madrugada y en el horario de comida de José, tenía como nombre de contacto: Doris 2. Entre los mensajes uno decía: "Me tratas mal, me merezco más, por eso ya no te quiero", annimada por las sospechas, irrumpí en la cocina con el teléfono en la mano.

-¿A quién le mandaste fotos desnudo?

-¿Qué? ¿De qué estás hablando, Mariana?

-¡De tus fotos desnudo y las de la tipa esa! 

-Yo no tengo ninguna foto desnudo, no sé de que hablas.

-¡Estaban en la papelera, junto con esta! - le mostré la única fotografía de la papelera.

-¡Ah! Son fotos viejas, Mariana, por eso las estaba eliminando, tienen muchos años, ni siquiera sabía que las guardaba cuando las encontré.

-¿Y por qué le llamas a tu ex en tu hora de comida? 

-¿Qué?

-Lo que oíste.

-Ah... es que Doris me dijo que tenía problemas con su padrastro y me sentí mal por ella, tiene depresión, así que le he estado llamando para ver como está. ¿Por qué tienes que estar revisando mis cosas? ¡Te dije que no le movieras nada! 

-¡Intetaba ayudarte a componer el teléfono!

-¡Y yo te dije que no lo hicieras, tú no eres técnico, no entiendo por que insistes en tocar mi teléfono, dámelo ya! - José, molesto, me arrebató el teléfono y lo metió en su bolsillo.

Le reñí unos minutos por habérmelo arrebatado y él se limitó a recalcar que era su teléfono, falta de pruebas y argumentos, volví enfadada a la habitación, encerrándome cual adolescente, bajo llave, hasta que la comida estuvo lista y José abrió la puerta de alguna extraña manera, sin usar la llave y me llevó la comida a la cama, el hambre pudo más que mi enfado y accedí a comer. Pasé los siguientes días dispersa, aunque intentando olvidar las fotografías que había visto, así, cuando Kenia comenzó a mandarme mensajes insinuantes, estaba más preocupada por la ex de mi pareja, que por lo raro que resultaba tener a una amiga que se me insinuaba sabiendo de mi matrimonio. Hubiera seguido así, de no ser por una mañana de domingo cuando, misteriosamente, José se llevó el teléfono al baño mientras yo estaba en la cocina. 

-¿Tienes idea de lo perjudicial para la salud que puede ser meter el teléfono al baño?

-Sí, pero estoy peleando con mi hermano, Mariana, ya está molestando de nuevo. -Respondió José, molesto, desde el baño.

Una vez fuera del baño, volvió a la habitación, dejando la puerta abierta tras de sí, lo cual de algún modo me daba tranquilidad, pero minutos después, sin apagar la estufa y quitándome las sandalias, caminé hacia la habitación en silencio;  entré y encontré a José recostado con el teléfono en la mano e inmediatamente lo metió bajó la almohoada, en el movimiento más rápido que he realizado en mi vida, alcancé el teléfono y comencé a revisarlo mientras José buscaba en vano quitármelo, al ver que no podía comenzó a disculparse, "perdón mi amor, lo siento, perdóname", decía con un auténtico gesto de preocupación mientras observaba como mi rostro se endurecía. Había encontrado no una, sino dos conversaciones mujeres a las que les hacía recargas de tiempo aire, les enviaba dinero, les hablaba de las delicias de lo prohibido, les mencionaba cuanto lo emocionaban. Enfurecida me abalancé sobre él con el teléfono en la mano y comencé a abofetearlo mientras solo se disculpaba, tratando de cubrirse el rostro; cansada y con las manos adoloridas, me tumbé sobre la cama en un llanto que resonaba por toda la casa, José me sujetó con fuerza entre sus brazos, aun mientras yo intentaba alejarlo a patadas, continuó disculpándose comigo por horas, prometiendo no volver a hacerlo.

La Pócima de cupido: Unos Chetos De BolitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora