Nuestros Chetos De Bolita

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-Que tarado es. -Dijo Kenia, enfadada, cuando, en su habitación y entre lágrimas, le conté lo ocurrido con José un par de días atrás, ahora ella quien una bolsa de chetos de bolita.  -¡Todos los cochinos hombres son iguales, todos! De verdad, a veces preferiría ser lesbiana en lugar de bisexual, solo para cargar garrafones sirven. -Solté una leve risita, ahogándome con el trago de vino que acababa de tomar. -Bueno, al menos ya te hice reír, ven acá. - Dijo Kenia con una sonrisa, tirándome a la cama con un abrazo. 

Una vez caída la noche, al ver que José me llamaba y estando ambas pasadas de copas, tras la primera botella de vino, con una de whiskey en las manos y lágrimas en los ojos, Kenia tomó la decisión de apagar nuestros teléfonos. Lloramos sentadas frente al televisor de la habitación, con el ventilador encendido junto a nosotras, mientras el perro, recostado al pie de la cama, dormía profundamente, hasta que comenzamos a recordar como nos conocimos y comenzamos a lanzarnos los chetos de bolita, intentando atraparlos, con la boca, lo cual nunca logramos, de pronto estábamos muertas de risa, acostadas en la cama, rodeadas de chetos de bolita y con otra botella vacía en el piso.

-Siempre te voy a querer. -Dijo Kenia, abrazándome mientras arrastraba las palabras.

-Ai lofiu, bebé. -Pronuncié en un pésimo inglés, acariciándole el cabello. 

-¿De veras? -preguntó Kenia, recostándose en mi brazo y poniendo su mano alrededor de mi cintura.

-Shi, bebé. -Contesté, después de darle un beso en la frente.

-Yo quiero aquí. -Dijo Kenia, descubriendo su mejilla.

Besé a Kenia en la mejilla, suficientes veces para darle tiempo de girar su rostro y que entonces sus labios tocaran los míos, animada por el momento y las bebidas, le devolví un beso apasionado y montones de caricias por todo su delicado cuerpo, admiré el aroma de su perfume, el sabor a chetos de sus mejillas cubiertas de migajas, tomé su mano con cariño y su cintura suavemente. 

A la mañana siguiente, sólo estábamos las dos en la habitación, el perro se había marchado y yacíamos con resaca, tan solo cubiertas por los restos de nuestros amados chetos de bolita. Kenia me abrazaba al alba y los teléfonos estaban completamente descargados, así comenzamos, infielmente, a amarnos.

La Pócima de cupido: Unos Chetos De BolitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora