Fragmento IV: Zoro

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Con la llegada de la puesta de sol, la agradable brisa que había soplado durante todo el día se tornó más fría. La mayoría de los integrantes de la banda ya se habían retirado al interior del barco: a excepción de Zoro y ella misma, los demás se encontraban reunidos en el comedor, pendientes de la cena especial que estaba preparando Sanji con motivo de San Valentín.

Nami se encontraba ya justo frente a las escaleras que llevaban a la habitación en que el espadachín pasaba la mayor parte de su tiempo en el Sunny. Un ligero escalofrío recorrió su cuerpo al sentir la helada brisa sobre sus brazos desnudos.

Echó un último vistazo a la tarta de chocolate que tanto trabajo le había supuesto. Luego cerró los ojos y respiró hondo. Se concentró para que su oído pudiese captar una imagen de lo que ocurría unos pasos más arriba. Silencio. No se oía nada. Eso solo podía significar una cosa: Zoro se había dormido.

Subió los peldaños de la escalera con cuidado, intentando hacer el menor ruido posible. Dejó la tarta de chocolate en el suelo, y acabó de subir el último tramo de la escalera con ambas manos.

Tal y como había supuesto, estaba dormido. Nami avanzó unos pasos hasta detenerse frente a él.

Tumbado sobre su costado, el brazo derecho del espadachín, ejerciendo el papel de una almohada, era lo único que separaba su cabeza del suelo. El rostro del joven se mostraba pacífico, al tiempo que su abdomen se contraía al ritmo de su respiración.

Al verle así, la navegante no pudo evitar esbozar una sonrisa. Se agachó ligeramente para contemplar la escena más de cerca. Pero justo cuando lo hizo, hubo movimiento. Para cuando quiso darse cuenta, el espadachín estaba ya recostado boca arriba, su rostro ahora a escasos centímetros del suyo.

Instintivamente, los labios de la joven rompieron la distancia que les separaba, posando un dulce beso sobre los del aún dormido Zoro. Un leve movimiento en los párpados del espadachín la hizo entrar en pánico.

- ¡Oh, no! ¡¿Pero qué he hecho?!

Temiendo que despertase en cualquier instante demandando una explicación, la navegadora abandonó la habitación a toda prisa. Con un poco de suerte, no se habría dado cuenta de nada.

Inmediatamente después, Zoro despertó de su sueño.

- ¿Nami? ¡Eh, Nami!

Habría jurado escuchar la voz de la navegante pocos segundos antes. Pero allí no había nadie; solo él. Un parpadeo. Dos. Tres. Se llevó la mano a los labios. ¿Qué acaba de pasar aquí? Ya no sabía decir si había sido real o no.

Entonces reparó en algo que yacía abandonado en el suelo, junto a las escaleras. Sonrió.

Habitación de las Chicas, minutos más tarde.

Los acontecimientos que habían tenido lugar un rato antes recorrían su mente una y otra vez. Con los nervios del momento, había descuidado los detalles, habiendo dejado atrás la tarta que había hecho.

Afortunadamente no la había firmado, pero la tripulación del barco no era tan grande, y si Zoro alcanzaba a ver ese chocolate antes de que ella pudiese recuperarlo, las probabilidades de que terminase averiguando quién se había tomado tantas molestias en hacerla eran demasiado altas como para no tenerlo en consideración.

Aún así, la simple idea de volver ella misma a recuperarla era suficiente para ponerle la piel de gallina. Decidió entonces que lo mejor era pedirle ayuda a Robin – con sus poderes podía recuperar la tarta sin problema alguno, incluso destruirla sin que nadie llegase a verla siquiera.

Impaciente, se levantó de un salto tan pronto como escuchó el familiar sonido de la puerta al cerrarse.

- ¡Por fin estás aquí, Robin! ¡Te estaba esperando! No sabes en que lío me he metido, ¡necesito pedirte un favor...!

- ¿Ah, sí? Escuchémoslo entonces.

Definitivamente esa NO era la voz de Robin. Temiéndose lo peor, volteó para verificar la identidad de la figura que se encontraba de brazos cruzados apoyada en la puerta, al tiempo que sentía una helada gota de sudor recorrer su rostro.

- ¡Zo-Zoro! ¡¿Qué demonios estás haciendo tú aquí?!

Ignorando la pregunta, el espadachín la observa en silencio por unos instantes. Su mano izquierda descansa sobre el cómodo sillón rojo que yace en medio de la habitación, no muy lejos de la puerta de entrada frente a la que él se encontraba.

Fijándose un poco más, pudo distinguir un par de cortes en sus finos dedos, así como lo que aparentaba ser una leve quemadura un poco más arriba, en su brazo. Entonces sí que fue ella.

- Ven aquí.

- ¡¿Qué?! ¡¿Y encima ahora me das órdenes?!

- ¡Ven!

Sin darle tiempo a reaccionar, extiende su brazo para capturar la mano de la joven y tira de ella, atrayéndola hacia sí. Entonces la besa. Y lo sabe. Así que no fue un sueño después de todo.

- ¡¿A qu-qué... a qué ha venido eso?!

Las mejillas de la navegante se tiñen de rojo mientras una sonrisa de oreja a oreja se dibuja en el rostro de Zoro, quién de nuevo había optado por hacer caso omiso de su pregunta.

- Gracias por el chocolate.

Ante el inesperado agradecimiento, Nami se queda atónita, incapaz de articular palabra. Y se sonroja, incluso más.

Sin dejar de sonreír, el espadachín regresa a la puerta.

- Será mejor que regrese y me lo coma todo antes de que Luffy huela el chocolate. ¡Qué sueñes con los angelitos!

Luego de dedicarle una pícara sonrisa, Zoro abandona la habitación dejando atrás a una enmudecida Nami. Ella lo ve marchar ligeramente avergonzada pero, en el fondo, inmensamente feliz con el giro que habían tomado las cosas.

- Idiota... – murmuró la joven esbozando una dulce sonrisa.

En otro lado, una tarta de chocolate continuaba descansando sobre el suelo. Y en ella, un Zoro en miniatura duerme plácidamente sobre una nube denata, alas de ángel dibujadas en su espalda.

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