(Finales de julio, año 1998).
Lily iba agarrada de su madre. Se dirigían al parque.
Hacía una tarde preciosa. La pequeña y suave brisa rozaba la cara de la niña, despeinando su rizado cabello. Se oían los graznidos de los pájaros. Todo era perfecto.
Lily era una niña de unos ocho años aproximadamente. Tenía un cabello color zanahoria y con rizos. Piel blanca y ojos esmeralda.
Ella y su madre iban al parque del barrio, pues la niña había aprobado todas las asignaturas en el colegio y era momento de descansar, de eso se trataban las vacaciones de verano.
Lily iba con su muñeco favorito, un oso que le regaló su tía en tiempos pasados.
Cuando llegaron al lugar de altos árboles y fina hierba, la niña se soltó del agarre de su madre y corrió hacia una parte donde no había nadie. Se sentó en el suelo y comenzó a jugar con su oso llamado Pantuflas.
Se imaginaba que el muñeco conocía a gente nueva, y se convertían en amigos, también jugaban, reían y más.
De repente, un chico apareció delante de ella.
Alto, ojos avellana, pelo castaño casi rubio. Parecía de la edad de Lily, aunque nunca antes lo había visto.
Tenía una sonrisa macabra dibujada en su rostro.
La niña se le quedó mirando. ¿Para qué venía? Estaba mejor sola con Pantuflas.
La niña agarró con fuerza al muñeco y dirigió una mirada de odio al niño que, desgraciadamente, seguía ahí.
-¿Qué quieres?-preguntó Lily
-Nada-contestó el chico con un acento inglés.
Se sentó cerca de la niña y ella se separó "discretamente" de él con Pantuflas entre los brazos.
-Entonces, vete-dijo Lily observando al muñeco.
Él rió, y sin previo aviso, cogió a Pantuflas.
-¡Devuélvemelo!-dijo la niña intentando cogerlo, pero no podía.
Él siguió riendo y desapareció del lugar.
Lily empezó a llorar. Su día que iba a ser perfecto, se convirtió en un completo desastre.
Se sentó en el suelo y siguió llorando. Le habían robado su muñeco, le habían robado a su único amigo, Pantuflas.
El chico no volvió y no había rastro del muñeco.
Y ese día, quedó en el olvido.