Paeonia ❃ Minchan

𝚌𝚘𝚖𝚘 𝚎𝚗 𝚕𝚘𝚜 𝚟𝚒𝚎𝚓𝚘𝚜 𝚝𝚒𝚎𝚖𝚙𝚘𝚜

Recostado en la pared del pequeño edificio comprobó que Jeongin no mentía cuando le comunicó que ese día Minho saldría bastante tarde del estudio, no era nada nuevo que el omega pasase horas y horas allí perfeccionando alguna coreografía o eligiendo las canciones que presentaría a sus alumnos la semana siguiente, sin embargo, sabiendo lo que ocurrió la tarde anterior supo que lo hacía como mecanismo para no pensar y evitar a su amigo. Un doble triunfo podría decirse.

El frío de la noche se hizo paso cuando escuchó el leve chirrido de la puerta principal, la primavera aún no tomaba el control por completo en esas fechas y notó el leve tiritar del omega cuando su cuerpo hizo contacto con el aire nocturno concentrado en cerrar con llave la puerta del estudio, tan despistado que ni siquiera se percató de la figura al lado de esta, o del olor diferente. Se aproximó lentamente, colocando su abrigo en los hombros del menor, aguantando una pequeña risa por el pequeño salto que dio acompañado de un grito todo menos dulce.

- MIERDA, CHRIS CASI ME MATAS DE UN INFARTO— su pequeña mano seguía en su pecho justo donde su corazón latía, como si intentara protegerlo de un atacante y Chan sonrió en el momento que sus mejillas tomaron un conocido color carmín.

- Me disculparía, pero deberías estar más atento a tu alrededor, llevo aquí desde antes que dejaras el estudio— y si Chan había estado a punto de derretirse antes, el rojo intensificándose en las mejillas del menor y su rostro avergonzado mientras mordía su labio inferior consiguieron derretirlo completamente. Si esto era ir al cielo, que nadie lo sacase de allí.

Tomó el silencio del omega como una respuesta, girándose levemente mientras su cabeza señalaba el camino—. ¿Vamos?

La cara sumida en confusión del menor fue lo único que obtuvo ya que este no movió ni un solo músculo.

- ¿Qué?

- ¿A tu casa? ¿O prefieres quedarte a dormir aquí a la intemperie? No puedo decir que me extrañaría viniendo de ti, pero-...

- ¿Qué?

Una de las cosas que Chan amaba de Minho era sin duda su incapacidad por no mostrar como se sentía en cada momento, a pesar de ser un enigma en cuanto a que pasaba por su cabeza, su rostro recalcaba y se configuraba de manera que podías leer cada uno de sus sentimientos no importaba cual fuese. ¿Tristeza?¿Incomodidad?¿Felicidad? Fuese cual fuese podía darle nombre, incluso si el último de estos era casi inexistente desde hace años. Y en esos momentos su rostro mostraba no solo confusión si no conflicto y quizá Chan habría respetado su espacio una vez más si no fuese porque esta vez sus ojos le ofrecían un sentimiento nuevo: alivio.

- Vamos, te voy a acompañar, es tarde— no lo pensó dos veces al tomar la mano de Minho y tirar de él, que seguía en mitad de su perplejo por lo que no registró sus palabras, sus ojos clavados en sus manos unidas.

El silencio se hizo presente entre ambos, la tenue luz de las farolas los escoltaba en el camino mientras sus ojos se mantenían al frente, sus manos perdiendo fuerza en el agarre pareciéndose ahora a una leve caricia.

Su cerebro y su lengua parecían no estar cooperando, perdidos en el latido de su corazón que empezaba a registrar que el menor había permitido cercanía entre ambos. Giró su mirada hacia el castaño para encontrarlo con la mirada clavada a su izquierda, al fijarse reconoció el lugar al segundo. Su mente se nubló con una sola idea y corrió, cruzando la desierta carretera hacia el pequeño parque.

- ¡¿Qué crees que haces, Christopher?!— la elevada voz de Minho rompió a través de la calmada noche mientras intentaba deshacerse de su agarre, pero el omega no llegaba a su fuerza. Chan le dedicó una pequeña risa.

- Divertirme, y tú lo harás conmigo­— su sonrisa se expandió al voltear y ver la mirada de incredulidad del menor y se encogió de hombros—. Como en los viejos tiempos.