Capítulo 12

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Estaba apoyado en la húmeda pared que le regalaba un mínimo de frescor a su acalorado cuerpo. Bebía su fernet mientras observaba distraídamente a las personas pasar, personas que le eran indistintas, todas, todas hasta que ella pasó, hasta que volvió a ver esas medias altísimas que tan bonito le quedaban. Para su total agrado estaba sola, no había ni rastros de ese flaquito que la había invitado a bailar.

Extendió el brazo y la sujetó de la muñeca, asustándola tiernamente en cuanto sintió esos dedos cerrarse en torno a su cuerpo.

—Ey —dijo sonriendo de lado.

—Agus —exclamó Manuela aliviada de encontrar una cara conocida.

—¿Y tu acompañante? —preguntó atrayéndola hacia él con una suave fuerza mientras bebía despacito aquel fernet.

—Nha, un boludo importante. Me quiso avanzar pero le costó entender que yo no quería —explicó distraída, buscando con la mirada a Benjamín quien siempre resultaba fácil de encontrar gracias a su exagerada altura.

—Bueno. Vamos a bailar —propuso y no esperó a que respondiera, simplemente tiró de ella y enfiló directo hacia la pista.

Bien, el fernet le estaba ayudando a dejarse llevar, a no sobreanalizar todo como era su costumbre, así que decidió inhalar profundamente, olvidarse del mundo y sus quilombos, y disfrutar de la linda de Manuela.

La pegó bien a su cuerpo, aprovechando que ese cuarteto le permitía hacerlo, la guió con maestría en las diversas vueltas y giros que debían hacer para seguir el compás de la música. Se rió mucho por algunos pasos un tanto torpes que su compañera daba, escuchó los comentarios que Manu le decía al oído, bien cerca, calentándole la oreja solo con el aliento que le acariciaba bien despacito la piel.

En un giro extraño, aprovechó para dejarla de espaldas a él, para tomar esa cintura en sus manos -ambas ahora libres gracias a que su bebida se había acabado hacía ya bastante tiempo- y, despacio, bien despacio, comenzó a acercarse a ella de manera sugestiva, notando que Manuela era consciente de lo que estaba pasando, de las intenciones de él, pero dejándolo avanzar de todos modos.

—¿A mí sí me vas a dejar? —le susurró contra la piel del cuello, misma que se erizó encantadoramente en cuanto aquel aliento le golpeó despacito la zona.

—¿Qué cosa? —preguntó cerrando los ojitos, moviendo sus caderas de manera más lenta, más suave, dejándose llevar por todo ese extraño ambiente que los envolvía, que los apartaba del mundo y les daba un ratito de intimidad.

—Avanzarte. ¿Puedo? —indagó y le dejó un caminito de besitos bien cortos que comenzaban en el hombro y subían hasta detrás de su oreja.

—Y ya que estamos —dijo y se giró para chaparlo fuerte, para comerlo con ganas, ganas que Agustín no contempló en la ecuación pero que le encantaron por lo sorpresivas.

Se dejaron llevar, se pegaron como si no hubiese un mañana y solo dejaron de besarse porque los cuerpos a su alrededor los golpeaban con los movimientos que hacían al bailar mientras ellos se mantenían quietos.

Con tierna sonrisa, apretándola aún contra su cuerpo, Agustín la miró a los ojos para hablarle.

—¿Vamos para allá? —dijo y con su cabeza señaló a la puerta que los llevaría directo al patio, lugar en el que sonaba una música más suave y los sillones eran realmente cómodos.

—Vamos —aceptó y se dejó guiar al exterior, siguió a ese flaco sin preguntarse demasiado nada, sin cuestionar qué era lo que sucedía allí.

Agustín se sentó en uno de los sillones blancos que se desparramaban por todo ese patio cubierto por ripio, por esas pequeñas piedritas que no dejaban que el agua embarrara los zapatos en caso de que sucediera el milagro de que lloviera en Mendoza. Se ubicó bien sentado y la colocó a ella sobre sus piernas, completamente feliz de sentir aquel peso sobre su cuerpo, de que el dueño de ese boliche se hubiese gastado en decorar el patio con varias lucecitas cálidas que otorgaban a todo el ambiente un aire relajado e íntimo. Sonrió de nuevo bien amplio y la atrajo contra sus labios, abrió la boca solo para dejarla meterle la lengua hasta donde creyese necesario, para que Manuela probara todo de él sin restricciones. Y se besaron, se besaron con demasiadas ganas, se fundieron en un beso que sobrepasaba a cualquiera que hubiesen experimentado.

Lo extraño del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora