Epílogo

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Gritó emocionada cuando lo vió subir a recibir el diploma, tan hermoso adentro de aquel traje azul y con una camisa blanca que se amoldaba perfectamente a ese torso bien trabajado.

—Dejá de babearte —susurró Benjamín a su lado.

—¿Te recuerdo cómo estabas vos cuando Franco se recibió? —preguntó con picardía.

—Cogimos bien lindo cuando llegamos al departamento —afirmó el rubio asomando su cabecita por detrás de su novio.

—Tampoco tanto detalle —respondió Manuela frunciendo apenitas la nariz.

—No te hagas la otra que seguro ustedes le van a dar duro esta noche —rebatió el rubio.

—Pero van a tener que dejar el departamento libre así puedo gozar de mi Licenciado —dijo Manuela moviendo en extraños círculos sus caderas.

—¡Manu! —exclamó Carla un tanto colorada ante tales movimientos perversos.

—Dale, Carla, que bien sabemos que no sos virgen —animó Manuela.

—Doy fé de eso —dijo Joaquín apareciendo apenitas por encima del hombro de su novia.

Carla enrojeció aún más y recibió un fuerte beso en la mejilla de aquel moreno precioso.

Hacía un par de meses Franco y Agustín decidieron que podrían unir esfuerzos y pagar un departamento, mismo que apenas era utilizado por el morcho que, noche tras noche, se quedaba a habitar la casa de sus suegros, de esos que parecían niños al poner excusas para que Manuela no se fuera con su novio y los dejara solos. Pilar los había retado en repetidas oportunidades por no dejar que la menor de ellas pudiese hacer su vida y tuviese que quedarse a acompañarlos a ellos que de soltar poco estaban entendiendo. Solo cuando Pili anunció su embarazo, Manuela se vió libre de las extrañas manipulaciones de sus padres, porque sabía que eso era manipulación simple y llana, pero no tenía corazón para negarle nada a esos dos que habían dado todo por ella, por Pili y por Benja, quien pasó a ser un hijo más de aquellos gigantescos hombres, aunque Benjamín había dejado aquel hogar hacía cinco meses, cuando Alejo le consiguió una excelente casa compartida por varios tipos de su edad, la mayoría de gente que llegaba de diversas partes del país y el mundo para trabajar por temporadas en Mendoza, ya sea en el sector vitivinícola o en el turístico, todos alojados en una cómoda casa bien ubicada en el centro de la ciudad. Con el correr de los años Benjamín pudo obtener un mejor sueldo gracias a que, poco a poco, fue escalando puestos en aquella empresa que Alejo había montado, terminando como Gerente General, no sólo de las cafeterías, sino de los restaurantes ubicados en el Gran Mendoza. Así, Benjamín logró por fin alquilar su propio departamento junto a su precioso novio que trabaja en el mismo estudio contable perteneciente a la madre de éste. Ambos instalados en un amplio departamento de dos habitaciones, bien localizado en Godoy Cruz, no dudaron en formalizar su relación de manera legal, llegando a pararse delante del altar con tan solo veintiocho años. Jamás, ni antes ni después de aquella promesa realizada junto al precioso de Franco, volvió a saber de sus padres. Sí le llegó el rumor que ellos intentaron contactarlo cuando supieron de su ascendente carrera, pero no pasó de eso, de ser un rumor, uno que le removió tantas emociones a ese castaño hermoso que necesitó de la contención de sus padres del corazón, Javier y José, de la familia de Franco que le había abierto las puertas de su hogar sin ningún tipo de restricción, pero sobre todo de la familia que los años le regaló, esa que se definía en aquellos cinco que lo contemplaban con dulces sonrisas bien cargadas de cariño. Sí, sus amigos jamás lo dejarían caer y Franco, su precioso Franco, lo ayudaría a mantenerse en pie..

Por su parte, Manuela creció dentro de la cafetería, aumentó sus conocimientos sobre dicho brebaje y terminó, no solo trabajando para el bueno de Alejo como barista y especialista en cafés, sino para otras pequeñas empresas que requerían sus servicios. También, y esto había sido completamente impensado para la castaña, Alejo necesitaba que sus restaurantes sirvieran lo mejor de lo mejor con respecto a cafetería, por ello debía realizar diferentes viajes a distintas partes del globo, solo para contactar con los mejores empresarios cafeteros, como así también promocionar los servicios ofrecidos por su jefe en Mendoza. Por lo tanto Manuela recorrió el mundo siempre acompañada por Emma, esa traductora de energías casi tan infinitas como las suyas, esa que ganaba en simpatía y que hacía de ambas un par explosivo, en extremo simpático y muy bien vendedor de aquello que ofrecían sus patrones -porque Emma no solo trabajaba para su amigo, sino que también lo hacía para el bueno de Martín y sus importantes bodegas-.

Por su lado Agustín terminó siguiendo los pasos de Tomás, esos que lo llevaron hasta La Plata y luego, por algunos meses, a España. Así, de a poco, forjó su carrera, siempre apadrinado por el serio Tomás, siempre acompañado por su familia, en extremo apoyado por su preciosa novia Manuela.

Apenas Agustín había regresado a Argentina, se instaló en una casita pequeña junto con Manuela, con esa mujer que había vivido todo, desde amor pasional a pequeñas separaciones debido a la distancia y los tiempos desencontrados, pero el destino los volvió a unir una y otra vez, los volvió a juntar porque ellos se amaban, se amaban tanto como Joaquín y Carla, quienes ya tenían un pequeño que disfrutaba de las tardes de sol y pintura impulsadas por su madre y los partidos de fútbol propuestos por su padre.

—¡Estoy feliz de que estén todos acá! —exclamó Manuela alzando su copa de vino, observando a su familia y luego a ese grupo de amigos que tanto adoraba—. No todos los días una cumple años y no todos en el mundo tienen la suerte de recibir tanto amor en su día —dijo ganándose un besito por parte de Agustín y una exclamación inentendible por parte del resto.

FIN.

Lo extraño del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora