Como bien ya sabía, apenas despertó, a las cuatro de la tarde, un mensaje aguardaba a ser leído en su teléfono. Sonrió algo embobada y se odió casi al instante. Que Agustín cumpliera con sus palabras, que acatara sus propias órdenes, le recordaba lo diferente que eran ellos.
Agustín, seguro, confiable, decidido y fuerte de carácter, sabía bien cómo imponer su postura, cómo impactar a todos y sobre todo lograba la admiración por su persona gracias a lo responsable que era, a esas acciones que lo hacían casi parecer un adulto. Agustín sabía exactamente lo que quería y cómo lograrlo, no dejaba de ir hacia adelante hasta lograr sus objetivos y poco interés le prestaba a las opiniones ajenas.
Ella, por el contrario, estaba a dos segundos de convertirse en un desastre. Debajo de su propia cama podía hallar desde zapatillas viejas hasta carpetas que había utilizado en sus primeros años de secundaria. Además poco sabía sobre qué quería para sí misma en un futuro, no se proyectaba haciendo nada en particular. A ese revoltijo interno se le sumaba su constante inseguridad, el cómo las opiniones del resto la atravesaban como la peor de las dagas. Odiaba no poder plantar su postura ya que, creía, nadie la tomaba en serio realmente.
Entonces, ¿qué podría ofrecerle ella a alguien como Agustín? ¿Cuánto tiempo iba a tardar el morocho en aburrirse de su persona para ir en busca de alguien mejor? ¿Acaso quería involucrarse con él y salir lastimada como, estaba segura, pasaría?
Su teléfono sonando nuevamente la hizo desconectar de sus pensamientos y bajar la mirada hasta clavarla en aquellas palabras que poco espacio le dejaba para rebatir.
«Sí, perdón, acá estoy», respondió ante el mensaje en donde recordaba su promesa, misma hecha esa mañana.
«Manu, no quiero ser denso, no quiero joderte, pero enserio necesito que hablemos», aseguró Agustín un tanto desesperado.
«Bueno. Decime», respondió intentando sonar liviana.
«No, Manu, por acá me parece un poco cobarde», afirmó.
«Es que hoy me da mucha paja salir. Mañana después del acto, ¿querés que nos juntemos en algún lado?»
Agustín se revolvió el cabello con desesperación y ahogó un grito de frustración. No, no quería aguardar hasta el otro día, quería juntarse ya mismo, decirle de una buena vez lo que le sucedía y volver a comerle la boca.
«Manu, ¿en serio?», indagó y no quiso sonar así de mal humorado, pero no podía adivinar que Manuela interpretaría aquellas palabras de una manera completamente distinta, que la linda castaña pensaría que él la estaba tratando como una niña caprichosa que se negaba sólo por negarse y no porque el miedo le comía el alma.
«Perdón, Agustín, pero en serio no sé por qué insistís tanto conmigo. Podés tener a quien quieras, a todas las minas de la escuela. Cualquiera, te juro que cualquiera, es mejor que yo», afirmó y sintió la mejilla mojada debido a esas lágrimas que habían caído sin su permiso.
No esperó Manuela, que su teléfono sonara casi al instante, que Agustín la llamara sin darle ni un poco de espacio para hundirse en su propia condescendencia.
Inhaló profundo, se secó las lágrimas y aclaró la garganta antes de atender.
—Hola —dijo intentando sonar segura.
—Manuela, ¿vos me estás jodiendo? —indagó el otro de una, evidentemente enfadado por algo que ella no podía terminar de ver.
—No te enti…
—¿Otra mina, Manuela? ¿Cuál otra mina?
—Cualquiera, Agus, vos podrías estar con cualquiera.
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Lo extraño del amor
RomanceEn el extraño año que separa la secundaria y el inicio de la formación profesional, un grupo de conocidos de diferentes cursos no sólo comienzan a debatir su futuro y las dudas que se hacen presentes a cada instante de cuál será la mejor opción para...