Why don't you do right?

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Monroe no quería sobrepensar las cosas más allá de cómo eran

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Monroe no quería sobrepensar las cosas más allá de cómo eran. No quería que su cabeza divagara en lo jodido que estaba al verse envuelto en una situación estresante como lo estaba ahora porque, de crearse un escenario catastrófico, estaba seguro que su ansiedad se volvería contra él. El corazón le pesa y el pecho le arde por palabras que nunca dirá, porque sabe que nadie las entenderá por más que trate de desmenuzarlas. Esa era su realidad, una realidad a la que estaba atado desde hace más de cuatro años.

Bebía de su vaso con alcohol, impasible, soportando las actitudes melosas que tenían sus clientes; se tragaba las pocas ganas que tenía de ser amable, manteniendo su sonrisa de muñeca fina, y con la mente llena de miles de insultos dirigidos a quienes lo rodean. Creía que era absurdo insultarlos en silencio, pero no encontraba otra forma de minimizar el enojo y estrés que estaba experimentando. No quería saber de nadie, quería estar solo, pero eso era imposible si tenía a dos hombres y una mujer pululando a su alrededor mientras le coqueteaban descarados.

Miraba con altanería azul a su alrededor, desinteresado por lo que sea que decían los clientes con quienes compartía una copa. Quería alejarlos de su perímetro con una patada en el trasero, sin embargo, para su mala suerte, la actitud de niño malo no estaba permitida en el club, además que eso podría repercutir negativamente en su situación deudora. Sonreía por compromiso, recibiendo adulaciones por su belleza y repeticiones de lo provocativo que era cuando estaba sobre el escenario, aunque para él eran palabras que buscaban enterrarse sobre su carne.

—Monroe, de verdad, eres precioso con cualquier atuendo que te pongas —dijo la mujer de vestido negro ceñido—. Además, me gusta cómo te quedan las joyas. Esa esmeralda se ve preciosa en tu cuello, ¿Fue regalo de un admirador secreto, querido?

—Oh, gracias —respondió con coquetería falsa y una enorme sonrisa que no se extendió hasta su mirada, apenas viéndola a los ojos—. Fue un regalo suyo, Norimoto-san*. Se ve preciosa en mí, ¿verdad?

—Definitivamente tú mereces lo mejor del mundo y también lo más fino —añadió uno de los hombres de traje azul marino. Pasó el brazo sobre sus hombros, logrando que Monroe se removiera incómodo. No le pareció importar al otro—. Pero prefiero como te queda el zafiro que yo te di, combina con tus bonitos ojos.

—Hombre, no ­—interrumpió el último de los acompañantes de traje negro—. Los aretes de rubíes que le di le quedan mucho mejor que todas sus joyas.

Monroe volvió a sonreír en una mueca acartonada, apenas oyendo la pelea de los socios del club que más lo buscaban. Constantemente iniciaban batallas por saber quién le había regalado la joya más costosa, el regalo más ostentoso o el vestido más caro. Poco le importaban sus peleas banales; esos regalos nunca serían para él por más que lo deseara, después de todo se los daba a Atsushi para pagar parte de su deuda, aunque ni así fuera suficiente para cubrirla por completo.

—Hagamos esto, apostemos medio millón para ganar más tiempo con Monroe —dijo uno de los hombres con un tono de voz que irritó al bailarín—. Después de todo, solo estamos quitándole tiempo, ¿no es así, cariño?

Paraíso Perdido [Osomatsu-san||+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora