🚌Capítulo 7🚌

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Flagstaff, Arizona

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Flagstaff, Arizona. 12 de junio de 2023.

Dormir es para los débiles.

Llevo desde que me he levantado repitiéndome esa frase mentalmente como un salmo con la intención de creérmela. Me acompañan el sonido de la máquina de café de fondo y el barullo mañanero de los que en poco rato acudirán a sus respectivos puestos de trabajo. Que no he dormido una mierda está más que claro por las enormes bolsas bajo mis ojos y la cantidad de bostezos que no consigo reprimir, pero sobre todo por mi cara de incomodidad con cada mínimo ruido que supere la cantidad de cero decibelios; es decir, si de mí dependiera, en estos mismos instantes pondría al mundo en mute.

Mael había descubierto el motivo tras mi viaje a Los Ángeles y, a pesar de haberle estado dando vueltas durante toda la noche —de ahí mi cansancio actual—, aún no he decidido si contarle toda la verdad o no. No quiero darle ninguna lástima, ni mucho menos parecerle patética. Mentirle queda descartado, porque es tremendamente complicado, si no imposible, engañar al rey del engaño; tal vez sea mejor hacerme la loca, como si no lo hubiese escuchado.

No he terminado de dar con una solución a mi problema cuando una conocida melodía resuena, sobresaltándome, en toda la cafetería: la marcha imperial. Sonrojada, saco el móvil del bolsillo y cojo la llamada.

—Me da mucha vergüenza que me llames cuando estoy en lugares públicos. ¿No puedo ponerte un tono de llamada más normal? Odio que me mire todo el mundo —le digo a la persona al otro lado de la línea.

—¡Tía! —grita Karina haciéndome apartar el teléfono de la oreja—. ¿Se puede saber por qué demonios no me has llamado hoy? Bueno, ayer, porque son ya las dos de la mañana aquí. Quedamos en que hablaríamos todos los días para comentarnos avances de la misión y no sé nada de ti. ¿Has visto ya a Joel? ¿Qué te ha dicho? ¿Y Blake? ¿Es igual de guapa que en las fotos, o puro filtro?

La regañina barra interrogatorio me recuerda que no le he contado nada a mi mejor amiga sobre el imprevisto del vuelo, el reencuentro con Mael y la posterior decisión de recorrer el oeste de Estados Unidos con una tartana del siglo pasado.

—¿Qué haces despierta a las dos de la mañana? —Es lo que se me ocurre preguntar para desviar la conversación.

—Mañana libro y he salido a tomar algo con los del trabajo, pero, ¡por Dios!, cuéntame ya algo de tu viaje, tengo sed de cotilleos. —No ha colado.

Cuando decido proceder a contarle toda la historia veo que Mael entra por la puerta de la cafetería, así que intento despedirme rápidamente de ella para colgar, pero no lo consigo.

—¡Qué madrugadora, ratona! —suelta Mael una vez a mi altura—. ¿Has desayunado ya? —Asiento con la cabeza a la vez que le fulmino con la mirada y él se disculpa en silencio antes de dirigirse a la barra.

—¿Quién era ese? —pregunta mi amiga, desconcertada.

—¿Quién?

—Carol, tía, que lo he oído perfectamente.

Lo predijeron las cartasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora