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11:33 a.m.
22 de septiembre de 2020.
Teheran-ro, Gangnam-gu, Seúl.


Las manos me temblaron al sostener el asa de la taza. Sin separar la mirada del líquido oscuro, me aclaré la garganta para agradecerle en un susurro. De inmediato busqué con torpeza los sobres de azúcar, haciendo evidente el hecho de que me negaba a ver el rostro de Jeno, hasta que los encontré cerca del lugar donde descansaban sus manos.

Apreté la mandíbula, incómoda. Sin perder el tiempo, estiré el brazo en su dirección, fallando en mi intento de conseguir el azúcar; en cuanto el rubio se percató de lo que planeaba alcanzar, se apresuró a tomarlo antes que yo.

Observé las varoniles manos de Jeno sujetar el sobre, y a pesar de que dudé en aceptar su ayuda, me rendí en cuestión de segundos. Sus dedos rozaron los míos, acelerando el ritmo de mi corazón. En ese instante, en el que me di cuenta de que estaba reaccionando por aquella pequeña interacción con Lee, me quise morir de la vergüenza.

¿Qué demonios me estaba pasando?

¿Por qué estaba actuando como una adolescente enamoradiza?

—¿Esta vez eres tú quien está acosándome?

La pregunta de Jeno, pronunciada en un volumen audible solo para los dos, me tomó desprevenida. Le arrebaté el sobrecito y retrocedí un poco; debido a su innecesaria cercanía, un escalofrío me recorrió la espalda por lo que acababa de susurrarme en el oído.

—¿De qué hablas? —mascullé, mirándolo directamente a los ojos.

—Lo dije jugando, pero no creí que estaría en lo cierto.

Bufé y arrugué el entrecejo al oír el disparate que había salido de su boca. Le dediqué una mueca de fastidio, en señal de estar en contra de la burlona risa que se le había escapado, y chasqueé la lengua.

No podía dejarle ganar. Debía encontrar una manera de invertir los papeles.

Sin cortar nuestro contacto visual, coloqué la taza de café y el plato con la rebanada de pastel de vuelta en la mesita. Busqué el celular en el bolsillo del pantalón, y cuando lo tuve en mis manos, fingí una sonrisa.

—¿De casualidad acabas de admitir que me habías estado acosando? —cuestioné mientras desbloqueaba la pantalla—. Repítelo, por favor, necesito grabarlo.

—Jamás te he acosado —contestó con naturalidad, limpiándose las manos en su elegante delantal negro—. Es un delito —agregó con un irritante tono alegre.

—Todo parece indicar que eres muy bueno mintiendo.

—¿Estas insinuando que soy un mentiroso?

—Insinuar suena como si aún tuviera mis dudas —dije, guardando nuevamente el móvil—. Yo estoy segura de que has mentido.

Mentiras | Lee JenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora