Capitulo 14 - ¿Amor o Deseo?

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Adrenalina, noradrenalina, dopamina... Enamorarse de alguien que no deberíamos suele traer consigo este tipo de neuroquímica que orquesta básicamente el deseo, la atracción e incluso la obsesión. Porque admitámoslo, hay situaciones que se vuelven casi adictivas. El cerebro no puede dejar de pensar en esa persona porque establece el mismo mecanismo que en un proceso adictivo.

Enamorarse de alguien que no deberíamos puede traer tarde o temprano más sufrimiento que felicidad. Por tanto, deberíamos valorar si lo que sentimos es mero deseo o si por el contrario esa atracción es un amor real y auténtico. Habrá casos en que sí valga la pena arriesgarse y afrontar todo lo que pueda venir al decidir seguir adelante con esa relación. En otros casos, un paso atrás nos puede permitir salir enteros.

A veces, amamos hasta la médula, nos enamoramos de manera irremediable y trágica de alguien que, sencillamente, ni nos quiere ni nos querrá nunca. ¿Qué hacer en estas situaciones?

En buena parte de estos casos caemos una vez más en esas situaciones en las que vamos a la deriva del universo neuroquímico. Cuanto más inaccesible es una persona más aumenta su valor y nuestra obsesión.

Debemos procesar estas vivencias como estados de ansiedad que hay que gestionar. Focalizar nuestra vida hacia otros intereses, nuevas metas y conocer gente que nos traiga otras perspectivas y horizontes siempre es positivo.

Enamorarse de alguien que no deberíamos es algo que sucede con frecuencia. Ahora bien, hay situaciones en las que el riesgo, las consecuencias y todo lo que pueda suceder, valdrá la pena. ¿Cómo saberlo? En realidad no hay un manual de instrucciones que nos diga en qué momentos sí vale la pena arriesgar y cuando es mejor dar un paso atrás.

Por término medio, podemos verlo en algo que trasciende al propio sentimiento. Debemos atender el compromiso, la alianza, la sintonía, la madurez, la confianza entre ambos... Hay relaciones que aún siendo imposibles al inicio, acaban siendo amores conscientes que asumen el riesgo, lo sortean y asientan un vínculo feliz y duradero.

El amor es una aventura no exenta de dificultades en las que a veces se fracasa y en determinadas ocasiones, se triunfa. Valoremos bien en qué momentos sí vale la pena sortear la línea de la cautela.

¿Qué mejor expresión del amor romántico existe que la de amar contra viento y marea a una persona que sabemos que jamás nos va a corresponder? Y, al mismo tiempo, ¿acaso hay algo más deprimente que amar contra viento y marea a una persona que sabemos que jamás nos va a corresponder? Y aun así, pocos pueden presumir de no haberse visto atrapados en algún momento de sus vidas en ese tipo de callejones sin salida emocionales, agotadores y devastadores para el corazón y la mente. Por alguna razón, toda la educación emocional que hemos recibido no parece suficiente para evitarnos atravesar esta clase de calvarios. Y gran parte de culpa tiene el romanticismo y su defensa del sentimiento por encima de lo pragmático a la hora de conducirnos a estas situaciones.

Ya no se trata únicamente de que se sienta atracción hacia la gente equivocada (que al fin y al cabo puede presentar cualidades que nos resulten atractivas), sino que nos amargamos la vida persiguiendo a una persona que, por diversas razones -tiene pareja, no nos desea, o circunstancias externas la mantienen fuera de nuestro alcance- hacen imposible que comparta su vida con nosotros. Y, sin embargo, no podemos dejar de sentir esa irrefrenable atracción hacia ellas. En teoría, este tipo de impulso amoroso entraría en contradicción con las visiones evolucionistas de las relaciones de pareja. Si, al fin y al cabo, el fin de toda relación es la conservación de la especie, resultaría muy poco adaptativo gastar tiempo y esfuerzo en intentar conquistar a compañeros que, por interesantes que puedan parecer, están inequívocamente fuera de nuestro alcance. Algo que entra también en contradicción con una de las razones por las que nos enamoramos a menudo que es, simple y llanamente (y por mucho que nos cueste reconocerlo) que nos hagan caso. Dime cómo amas, te diré por qué huyes ¿Por qué nos enamoramos, en cualquier caso? El atractivo físico, la simpatía, la inteligencia de la otra persona influyen en un grado u otro, así como esos elementos intangibles (¡las hormonas!) que también determinan de quién caemos prendados y de quién no. En muchos casos, la llamada ansiedad afectiva juega un papel importante: aquellos que la sienten necesitan estar continuamente cerca de su objeto de deseo para reafirmarse, especialmente si su autoestima es baja. La negación de la posibilidad de dicha proximidad (física o emocional) haría que la ansiedad aumentase, incluso, como señalan los psicólogos Cindy Hazan y Philip R. Shaver, hasta niveles enfermizos, lo que aumentaría la necesidad de buscar esa satisfacción que sólo se obtiene mediantes la retroalimentación con la persona deseada.

Aunque quizá haya que interpretarlo de la manera opuesta: que este tipo de impulsos amorosos tengan como objetivo, precisamente, mantener a la persona fuera de toda relaciónamorosa, que se percibecomo potencialmente dañina. Unade las siete categorías de formas de amar diseñadas por Mario Mikulciner y Philip R. Shaver encajaría a la perfección con este tipo de personas: los evasivos, es decir, aquellos que por su miedo al compromiso evitan, a menudo de manera inconsciente, participar en cualquier tipo de relación, y que estarían representados por un 25% de la población. Sin embargo, como afirma la doctora Linda Hatch en su blog, en muchos casos este tipo de relaciones llevan a los que las mantienen a vivir en ficciones ideales que, por su falta de realización, se mantienen para siempre idealizadas. "La cercanía con otra persona se convierte en algo que se percibe como peligroso", indica Hatch. "Buscan relaciones en las que la otra persona las rechazará o las abandonará. Pero esto es una manera de sentirse 'seguro' de las vulnerabilidades de la intimidad real".

El objeto amoroso como preciado tesoro El análisis económico de las relaciones amorosas también tiene mucho que decir a este respecto, en cuanto que hace elevar, emocionalmente, el precio de la persona deseada. Si, como afirmaban el psicólogo Roy Baumeister de la Universidad de Florida y la profesora de marketing Kathleen D. Voss de la Universidad de British Columbia, podemos analizar nuestros comportamientos amorosos utilizando los mismos criterios que emplearíamos a la hora del analizar el mercado, nos encontraríamos con que el equivalente de una persona inalcanzable sería un objeto de lujo. Y, por lo tanto, tan valioso como difícil de conseguir.

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