7 de agosto

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Me despierto demasiado temprano, lo cual es raro, ya que hace mucho tiempo que no me ocurre. Me preparo una tostada con palta y huevo, un cortado bien cargado y un pequeño vaso de jugo exprimido: el típico desayuno de campeones.

Antes del café: odio a todo el mundo.

Después del café: me siento bien de odiar a todo el mundo.

Termino de comer, levanto la vajilla y la llevo para ponerla en la pileta, en donde los bártulos se acumulan en el más completo desorden. No sé cuánto tiempo hace que no limpio la casa, pero hoy, visiblemente, no lo será.

Sentado en la barra de la cocina, me acomodo y, una vez más, comienzo con la búsqueda del día.

Pocos minutos después, visualizo a un hombre que se encuentra sentado bajo un sauce, al costado de un caminito desde donde se ve la plaza. Sumamente concentrado, analiza a los peatones, así como yo lo hago con él. La gente lo mira y pasa de largo, asqueados de verlo en ese estado decrépito, con la cara golpeada y la ropa desalineada. Nos sorprende, al pasar, una chica joven con un delantal de escuela, lo que me lleva a deducir que se trata de una maestra.

—Hola, ¿te sentís mal? —le pregunta al hombre, visiblemente preocupada.

—¿Gómo dishe, seorita?

El hombre no puede contestar, un sabor rancio le llena la boca. Aunque busca las palabras, su lengua se enreda al pronunciarlas, por lo que las frases salen pastosas como sonidos ahogados.

«¡Pobre flaco!»

Recuerdos de una botella de ginebra vacía me permiten darme cuenta de lo que está pasando; desacostumbrado, ahora su cuerpo paga las consecuencias.

—¿Te puedo ayudar en algo? —inquiere la joven, sin darse por vencida—. ¿Necesitás que llame a alguien?

—Queeee no... —susurra.

—Tomá por favor, comprate algo para comer.

—¡No, no, gacias! Ta, ta, toy bien.

La joven le ofrece dinero, pero mi anfitrión lo rechaza, no es ese su problema.

«¡Agarrá el dinero, no seas estúpido!», le digo, intentando que reaccione.

— ¡Jame domir em pash!

«Qué imbécil borracho de mierda», pienso con desagrado.

La muchacha se aleja, preocupada. Me intrigan mucho las personas solidarias. ¿Será siempre así? ¿Estará lavando culpas?

Finalmente, regresa minutos más tarde.

—Disculpame, pibe. Te compré un café y unas galletitas. Si llegás a necesitar algo más, a la vuelta está la salita de primeros auxilios.

—Sí, peciosaaaa —contesta más animado.

¿De dónde ha salido esta chica? ¿No sabe de la inseguridad en este país? Ahora lo único que espero es que la comida sea suficiente como para levantar a este estúpido.

En estos momentos es cuando espiar me resulta adictivo. Conocer la bondad de los extraños me genera tal sensación de bienestar que me hace querer vivir mi propia vida... «Casi».

Es una pena que las personas no podamos intercambiar los problemas porque todos sabemos perfectamente cómo resolver los de los demás, pero no los nuestros.

Al ver los pensamientos del hombre, me percato de que quiere ser otro, modificar sus maneras y pulir su conducta. Necesita cambiar de aire y, de una vez, enfrentarse a la vida. Sobre todo, necesita tomar valor para volver a la casa y reclamar lo que le corresponde.

Sus recuerdos permanecen frescos, después de haber rehuido de los problemas durante los últimos días:

—Estás empeñado en ser un pelotudo —le espeta su padre.

—Solo tenés una oportunidad en esta vida. Si no podés resolverlo solo, es culpa tuya —agrega su hermana, disfrutando de la forma en que la que se intercambian los roles.

Puedo ver que lo tortura esa fiesta de cumpleaños que se acerca y cómo va a tener que convivir con esas ratas, tolerando a sus hermanos con sus burlas y sus reclamos. Siempre se aleja de los sitios en los que supone que lo pasará mal. Esquiva las razones y cuestiona los motivos, siempre poniendo excusas. El sentimiento no me es desconocido. Visto de este modo, yo también soy un verdadero imbécil.

José termina la comida y, ya con la panza llena, siente remordimiento de verse en esta situación. Si no estuviera borracho, hubiera podido preguntarle a la chica su nombre, invitarla a cenar y, quizás, entablar una conversación. Pero no es más que este patético individuo, la definición trillada de «pobre tipo».

Este es el detonante que lo hace reaccionar.

Se levanta con parquedad, estira sus ropas e intenta peinarse con los dedos. Tras rebuscar en el bolsillo de sus jeans, encuentra unos billetes. Sé que percibe mi presencia, pero lo atribuye a su deplorable estado, por lo que intento ensamblarme con su cerebro e introducir en él varias ideas.

Posteriormente, sale de la plaza y emprende el regreso hacia su casa. Ni siquiera recuerda el momento del día en que salió para olvidarse de la vida. Lo puedo apreciar, de su pecho nace algo insostenible, que crece hasta precipitarse, llamándolo a la cordura.

Tiene voluntad y reconozco que eso podría ser, en el fututo, su mayor habilidad.

Aunque yo también podría hacer mi parte e intervenir...

Lo voy a pensar.

***

Hola lector!! Quería avisarte que muy pronto voy a estar subiendo algunos capítulos mas del libro. El mismo está dividido en 6 partes que conforman el primer volumen.

El libro tiene su versión en físico. si te gustaría comprarlo, me puedes escribir a @hijadelobo.escritora en Instagram. Muchas gracias.

El monstruo que nos habitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora