II

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𝕰𝖑 𝖆𝖒𝖔𝖗 𝖘𝖔𝖑𝖔 𝖙𝖗𝖆𝖊 𝖉𝖔𝖑𝖔𝖗

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Su cuerpo se sentía caliente.

Después de haber roto el beso que se estaba dando con aquel desconocido de manera abrupta, debido a la intervención de Kazutora quien lo jalo para llevarlo a la barra por un trago que le habían recomendado.

Cherry Smash era el nombre de aquella bebida dulce con sabor a cereza. La cual se volvió su favorita.

Después de varios tragos había perdido la cuenta de cuántos vasos llevaba ya, pero sin duda eran muchos pues no sé encontraría bailando encima de una de las mesas mientras lo animaban y le lanzaban billetes. El alcohol en su sistema era grande pues no estaría haciendo cosas ridículas e inimaginables para el estando sobrio.

Sin embargo nunca se había sentido tan libre y tranquilo en su vida, sin pensar en aquellos problemas que acongojaban su vida día a día. Era por eso que no negaba cuando algún hombre o mujer le invitaban otro trago, era de mala educación no aceptar las cosas gratis. Lamentablemente eso le pasó factura, pues de la nada comenzó a sentir todo su cuerpo caliente y no era por toda la gente estretujada ahí, pues conforme el tiempo pasaba más, más gente llegaba a la fiesta. No era diferente, sentía un ligero cosquilleo, además de que temblaba ligeramente cada vez que alguien rozaba su piel y su respiración se volvía más agitada en segundos.

Su mente estaba completamente adormecida y sus ojos empañados por lo que no se resistió para nada, cuando alguien lo tomo de los hombros y lo guío hacia la planta de arriba, una parte de el que aún seguía conciente quería pedir ayuda, pero desde hace rato que había perdido por completo de visita a Kazutora, no sabía a dónde se había ido o con quién se había ido. Y sabía que no muchos de ahí podrían ayudarlo pues casi todos estaban hasta la madre de alcohol.

Su corazón latió cuando aún con su vista borrosa pudo distinguir una cama, quería correr pero sus piernas se sentían como gelatina juntando con todos los demás síntomas que estaba experimentando sabía que lo habían drogado.

Jadeaba ligeramente al sentir aquellas manos intrusas acariciar sus muslos, su piel estaba demasiado sensible por lo que aunque el no quisiera excitarse su cuerpo lo traicionaba en contra de su propia voluntad. Su cuerpo se volvía cada vez más caliente, los besos húmedos en su cuello y clavícula y las caricias en su parte inferior estaban haciendo que la última parte de su conciencia se perdiera en la neblina de la lujuria, provocada por aquella maldita droga.

¿Tres Son Multitud? (Drakey)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora