1.Sofía.

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Aquel horrible sonido llenaba la habitación, eran las 5 AM, apagué la alarma antes de frotarme el rostro con las manos buscando quitar todo rastro de pereza de mi cuerpo, me levanté tambaleante y fuí hasta el baño, tomé una ducha, larga, quizá más de lo que debía, pues cuando terminé de vestirme ya eran las 5:45 AM. ¿Cómo no vi la hora apenas salí de la ducha?

Terminé por tomar mis cosas apresurada, corrí fuera del apartamento, y de igual forma hasta la parada del bus, el primer metro pasaba a las 6 AM, y ese era el que necesitaba. Ahí era cuando reconsideraba haber aceptado un empleo tan lejos de mi hogar, subí al bus y tomé lugar junto a una puerta, por suerte el recorrido hasta la estación no era muy largo, aún tenía la esperanza de llegar a la hora que debía.

Tomé los audífonos colocando estos en mis oídos, conecté estos en el celular y busqué la canción que siempre subía mi ánimo cuando sentía que el día no iba a ser el mejor. “Blinding Lights” de The Weekend comenzó a sonar, sabía que probablemente no era la más adecuada, pero su melodía me hacía sentir bastante relajada, presioné el timbre para indicar que bajaba y apenas las puertas se abrieron corrí fuera del bus, no me de tiempo de ver si algún auto venía, sólo aceleré en línea recta hasta que estuve frente a la puerta principal del metro, pasaron unos cuantos minutos hasta que el enorme acceso de metal se abrió, fuí rápidamente hasta el torniquete pasando la tarjeta de transporte, ascendí por las escaleras eléctricas y observé las vías por donde se observaba el metro tren avanzar, ¡había llegado a tiempo!

Cuando estuve frente a ella esperé junto a una de las puertas, algunas personas bajaron y finalmente subí, decir que el interior no era sofocante, sería mentir, estaba lleno, peor aún, faltaban personas por ingresar, finalmente todos estaban adentro así que comenzó a avanzar, el ambiente era pesado, apenas podía respirar, pues para mi mala suerte, era una chica de un metro cincuenta y cinco, entre personas que sobrepasaban el metro setenta, en esa situación odiaba mi estatura, tenía sus pro y sus contras ser bajita, más contras que nada, pero bueno, no podía hacer demasiado al respecto, pues ya no crecería más.

Llegué a la estación, donde debía hacer transbordo, suspiré pesado pues tenía muchas escaleras que subir, mis ojos divagaron en el andén repleto de personas, tendría que luchar para entrar en aquel vagón, inspiré con fuerza y apenas la entrada se abrió tomé valor escurriéndome de forma ágil entre las personas, eran apenas dos estaciones pero con el exceso de gente que había, tardaría en llegar a mi destino. Pasaron 15 minutos, y finalmente tras una lucha de empujones, gritos y quejas, salí del vagón, inspeccione los bolsillos, agradeciendo que el móvil aún estuviera ahí.
Recorrí la estación, caminé por las escaleras eléctricas hasta que finalmente el aire frío de la mañana me abrazó el rostro tibio, me estremecí, cansada, la música aún acompañaba cada paso, eso me proporcionaba una sensación de reconforte en el pecho, fuí a la última parada, donde el bus me llevaría hasta el trabajo, accedí en el primero que se detuvo, mis ojos se movían, tranquilos, observando a todas las personas que iban a mi alrededor, todos con expresiones de cansancio, tristeza, no era la única que se sentía desgastada, al parecer sin importar la edad, todos compartían esas cosas.
Descendí, acomodé mi mochila caminando por las calles ya bastante concurridas, llegué al trabajo y marqué la entrada, eran las 6:50 AM, tenía exactamente diez minutos para vestirme y tomar el turno, me cambié la ropa, tomándome el cabello en un tomate, puse la malla y luego la gorra, di un largo suspiro antes de salir del vestidor, mis pasos lentos terminaron en el interior de aquel local que atendía, saludé a mis compañeros del turno anterior deslizándome entre ellos para tomar lugar detrás de la caja, ingresé mi clave abriendo turno, los clientes poco a poco fueron llenando el lugar, cada uno con diferentes pedidos, cafés, sándwiches, dulces, etc.
Todo esa era rutina, los mismos clientes, las mismas cosas, ¿Cómo a mis 20 años había terminado viviendo de forma tan rutinaria y monótona?

Las horas pasaron, cerré el turno y regresé al vestidor exhausta, mis pies dolían al igual que la espalda, muy joven, pero trabajar siete horas de pie, a cualquiera desgastaba, cambié mi ropa mientras comía unas galletas, el móvil avisó de un mensaje, abrí este resoplando, mi madre y sus encargos.

Mamá:
Hola hija, ¿Cómo estás? ¿Podrías pasar al supermercado a comprar algunas cosas para la cena? Te amo.

Yo:
Está bien, acabo de salir. En una hora o más estaré en casa, también te amo.

Me colgué la mochila en el hombro poniéndome los audífonos, está vez, a todo volumen, no deseaba saber del exterior, solo entrar en una burbuja y no salir de ella hasta que llegara a casa, fuí directo a la parada del bus que por suerte no tardó en pasar, nuevamente al metro tren, bajé hasta el andén, ingresé al vagón y busqué un asiento libre divisando uno no muy lejos, caminé rápido hasta este y me senté sin notar que alguien más iba por aquel puesto, al alzar la vista encontré unos penetrantes ojos cafés mezclados con algo de verde, por alguna razón quité mis audífonos esperando alguna palabra por parte del adverso. Pero no ocurrió, y entonces noté que estaba demasiado cerca.

¿Ocurre algo?— cuestioné entre curiosa y nerviosa pues el alto aún mantenía sus ojos fijos en mi, la expresión del chico se volvió despreocupada y negó con la cabeza.— ¿Seguro?

Estoy bien, sólo iba a tomar el asiento, pero descuida. Se ve que tú lo necesitas más.— se encogió de hombros, desvió la mirada a la ventana pero sin tomar distancia, por mi parte solo volví a colocarme los auriculares, de vez en cuando alzaba la vista para detallar al contrario, tenía una complexión delgada, pero se notaba deportiva, sus cabellos eran color chocolate, y brillaban por los reflejos del sol, su mandíbula era definitiva y tenía aquella separación que la hacía lucir masculina, sus labios eran carnosos y con un tono carmesí natura. Era muy atractivo.

¿Qué estaba pensando? ¿Atractivo? Era un completo desconocido, pero no podía negar que tenía algo demasiado llamativo, el asiento junto a mi se desocupó y tuve el instinto de palmear este, las comisuras del todavía desconocido se alzaron y tomó asiento, otro detalle, aquellas mejillas levemente rosadas, eran adornadas por dos bellas margaritas, ¿De donde había salido él? ¿De alguna revista de chicos perfectos?
Estaba loca por pensar eso, ¿qué más daba? , era bastante normal conseguir un amor platónico en el transporte público. Lo que no esperaba, era ver una mano extendiéndose en mi dirección, giré a la izquierda y nuevamente me topé con esos ojos, que eran bastante únicos, y sin duda hermosos. Los labios del alto se movieron, y al no escucharlo me percaté que tenía los audífonos aún puestos, quité estos algo apenada y sonreí.

—¿Qué has dicho?

—Soy Aron, mucho gusto.

—Oh, si. Soy Sofía, el gusto es mío.— estreché su mano, tenían varios centímetros de diferencia, pero eso daba igual, el tacto ajeno me picaba la mano de una forma muy agradable.— Lamento mucho haberte quitado el asiento, tienes razón. Realmente lo necesitaba.— una risita me abandonó los labios, pues no deseaba imaginar cómo lucía para que aquel chico dijera que necesitaba el asiento.











Amor, y el curioso lugar donde lo encontramos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora