Escuela

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Meraki


El conservatorio era extenso, tal como un pasadillo largo y bastante ancho. Habían cantidades enormes de instrumentos y zonas teatrales, además de pianos de cola y alemanes por misma cantidad. «Wow» dijo mi mente sin permiso, y me obligué a fingir que esta experiencia no me sorprendía pero…

- ¡Esto es totalmente asombroso! —expresé.

- ¿Observas eso de allí? —el guía señaló un cuadro donde se veía un retrato, pero la luz le daba de frente por lo cual me acerqué.

- Es… ¿Árni Kristjánsson?

- Correcto, niña. Aquí le tenemos mucho aprecio, no solo por sus reconocimientos como pianista, si no porque su lugar de fallecimiento, Reikiavik, esta a solo pocos metros de Seltjarnarnes.

- Así que su lugar de fallecimiento fue cerca de aquí…

- Podría decirse.

Continuamos el recorrido hasta salones donde muchachos practicaban melodías en guitarras eléctricas y acústicas. Aprecié las melodías y mis ojos se posaron en los movimientos de los dedos. La manera en la que deslizaban sus manos para crear acordes exactos que combinaban tan perfecto… como cuando te compras un zapato de tu talle y te va de maravilla. Mis oídos se sentían bendecidos y encantados por la melodía y los solfeos, era como si hubiese entrado al cielo, todo se sentía liviano y, de un momento al otro, la preocupación por mi hermana, por mis padres y su economía y por su vida en España, simplemente se esfumó y la música se la tragó. Sonreí. De una manera verdadera, luego de tanto tiempo.

- Siéntate en el que desees. —El guía se frenó frente a un salón lleno de pianos rústicos, ambiguos y modernos.

- ¿El que desee?

- Claro —bajó un poco su voz—, ¿sabes? No me gusta hablar con alumnos nuevos, pero últimamente carecemos de ellos, nos gustaría tener una nueva alumna.

- Con el cuadro de Árni ya decidí que este era el conservatorio que quería.

- Así que también te gustan las pinturas… Eso sirve de mucho en la música.

- Se ve que eres sabio.

- No he vivido cuarenta años para nada, niña. Ahora vé —señaló el salón—, elije.

El primer piano que ví, era uno de modelo alemán, color cobre, limpio y totalmente sano, sin un rasguño, acaricié la tapa, pensando que habría algún resto de tierra o de suciedad, pero no.

El siguiente, era otro del mismo modelo, pero de un color marrón claro, el atril se encontraba en estado regular, le faltaba un pequeño tornillo pero seguía siendo capaz de sostener partituras. El pedal de resonancia era el más brillante de los tres.

Pasé las vista en alto por muchos pianos, hasta que aterricé en un piano de cola.

Belleza, arte, preciosidad en su máxima expresión. La caja de resonancia y el bastidor estaban dañados, casi parecía débil. El atril era sensible al tacto. Y las teclas…

- Este.

- ¿Eh?.. ¿Hablas en serio?

- Sí. ¿Por qué?

- Mira otros pianos… Mira este —se acercó al primer alemán— ¿te percataste de lo perfecto que es?

- Oh, por supuesto. Pero, mire…

Señalé las teclas amarillentas, algunas rotas en sus pequeñas esquinas y con manchas. El guía las miró con un poco de repulsión.

- Por eso mismo… Ese piano está muy dañado, es demasiado antiguo.

- Me viene bien.

Me senté en el taburete que, por cierto, era acolchado, tan suave como la nieve, tan caliente como una fogata en un bosque helado. El taburete era de una tonalidad gris oscura con pequeños detalles dibujados similares a rombos unidos entre sí, además, una línea extensa con curvas paseaba entre ellos. Toqué la tela y, vaya que era antigua, la textura era rasposa y para nada agradable. Reí un poco y toqué un acorde de Do mayor. Añadí la mano izquierda e hice lo mismo a una distancia prudente de la mano derecha. Intercambié algunos acordes, haciéndolos bailar entre ellos, formando una melodía común pero armoniosa.

- Vaya, tienes cierto talento…

- Yo no lo diría de esa forma. —Estaba acostumbrada a que mi hermana pequeña me hablara mientras tocaba alguna canción en el piano de casa, así que solo charlé con el guía de manera corriente y fluida—. Diría que… siento pasión por esto, ya sabe, amor.

- Amor… Solía creer que era algo que solo se siente por personas.

Apreté la tecla equivocada y dí un sobresalto. «Lo siento» le susurré al piano.

- ¡Claro que no! Bueno, sí, pero puedes sentir amor por muchas cosas, no es un sentimiento únicamente dedicado a una persona…

- Supongo que tienes razón. —Rió un poco y recordé la última vez que ví sonreír a mi padre… ¿cuándo había sido?

Habiendo visto este salón y la pintura anterior, había quedado enamorada de absolutamente todo el lugar. El guía me explicó que debía hacer un exámen para el ingreso y que la fecha sería el 31 de marzo, me dió apuntes y consejos, desde materias hasta los profesores. Le agradecí de la manera más sincera y emprendí mi viaje de vuelta a casa. Ya eran las cinco de la tarde y comenzaba a anochecer, aún no me acostumbro a los horarios.

El bus llegó puntual, me coloqué los auriculares y escuché una ligera y ronca voz que me recibía con un «Buenas tardes». Pero hice la rutina de la mañana, y pagué sin hablar de más.

Sentí el viaje más tranquilo, probablemente porque me había dormido. Ahogué un grito cuando el hombre que maneja el bus me levantó con una mano apoyada sobre mi cabeza.

- Niña, llegamos a tu destino.—

Sonrió y no pude devolverle la sonrisa.

Empujé su mano y corrí por el pequeño bus, entrando a casa dando un portazo y con mi corazón lleno de palpitaciones.

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