Joel - 17082023

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Tess siempre me dijo que escribiera.

La recuerdo como si hubiese sido ayer, con sus cuadernos maltrechos que conseguía de un tipo en el centro, gracias a un intercambio de contrabando, con un lápiz en las manos, en la mesa de la cocina, viéndome sobre su hombro, con su típica sonrisa ácida.

-Deberías intentarlo un día, escribías canciones de joven Joel, no es muy diferente.

-No tiene sentido.

Tess se encogía de hombros.

-No, tal vez no, tampoco es que te solucione los problemas, pero al menos te facilita dormir, aligera la mierda que cargas.

Y regresaba la atención a su cuaderno, a escribir un montón de cosas que nunca sabré.

Tess era periodista antes de la pandemia, ella tenía sólo treinta años cuando todo acabó, por lo que nos contaba a Tommy y a mí, su carrera empezaba a despuntar, le estaban dando trabajos importantes en el Washington Post y era de las mejores en su campo, hablaba de política y derechos humanos, y prometía ser una joya del periodismo si seguía con ese ritmo.

Aunque claro, nunca lo pudo saber.

Es por eso que tomé el cuaderno esa tarde en la casa de Bill y Frank, antes de que supiera porqué, ya lo estaba metiendo a mi mochila con tres lápices que encontré por ahí... sabía que era estúpido, siempre intentaba cargar solo lo necesario, lo que me permitiera sobrevivir y nada más, sin embargo, cuando vi el cuaderno en el escritorio del estudio de Bill, lo único que pude pensar fue en Tess y en lo concentrada que se veía cada noche antes de dormir, cuando se ponía a escribir frenética en las hojas en blanco, aislada de todo el mundo. Tess no lucía delicada o vulnerable cuando escribía, sus ojos tenían una expresión aún más peligrosa de la que tenían cuando te apuntaba con un arma.

Ellie aún no me ha visto escribir por las noches cuando se va a dormir, y espero que no lo haga, sino no parará hasta que le diga que mierda escribo aquí, esa niña es más terca que una puta mula. Pero lo cierto es que ni siquiera yo sé qué es lo que escribo. Cada noche que veía Tess hacerlo... no me preguntaba de qué escribía, sino a quién le escribía ¿A su esposo? ¿A su hijo? ¿A su hermana? Porque evidentemente cuando uno escribe en una hoja en blanco estás explicando cosas, explicando hechos... ¿Pero a quién? Nadie leerá todo esto, éste cuaderno terminará en algún rincón de alguna ciudad o casa abandonada cuando la suerte se me acabe algún día como a lo hizo con Tess, tal vez algún sobreviviente curioso lo encuentre al lado de mi cadáver dentro de unas décadas, sin saber de qué demonios hablaba ni quienes son las personas que menciono aquí, porque así es la vida ahora, aspirar a una tumba es una locura, uno acaba en un rincón lleno de polvo en medio de la nada, y si tienes suerte, acabas muerto.

Es la segunda noche que Ellie y yo dormimos en el bosque, creo que cada vez es más fácil soportarla, sabe cuando tiene que cerrar el pico, aunque a los veinte minutos se le olvide y empiece de nuevo a hacer preguntas de todo lo que vemos por la carretera, en cierto modo es... curioso verla descubriendo la ciudad, viendo todo como si se tratase de mitos volviéndose realidad. A veces me gustaría platicarle más sobre cómo eran las ferias, los centros comerciales, los días festivos como el cuatro de julio, los fuegos artificiales y las cafeterías que tanto le llaman la atención... Pero siempre me detengo, porque es inútil, es algo que ella nunca va a vivir y es mejor que acepte la realidad que tenemos ahora, porque es lo único que hay.

¿Sabes? A Sarah le habría encantado conocer a Ellie, Sarah era de un espíritu sosegado, pero recuerdo como estaba obsesionada con todas esas cantantes alternativas que no eran como las típicas de pop, le gustaban las cantantes con maquillaje negro en los ojos y colores brillantes en el cabello, con cadenas en las botas y ropa grande, Sarah siempre parecía en control, pero podía ver todos los días esa chispita rebelde que estaba bien escondida en el fondo de sus ojos, le gustaba el tipo de gente como Ellie, incomprendidos y algo salvajes.

Creo que Tess tenía cierta razón... no soporto oír el nombre de Sarah, pero escribirlo no me cuesta tanto, me hace sentir bien escribir su nombre, ver esas cinco letras juntas... Me acabo de dar cuenta que no escribía su nombre desde hace veinte años.

Sarah

Ellie no ha dejado de roncar, creo que cada vez duerme más profundo, los primeros días después de que salimos de la zona de cuarentena podía oírla removerse en el suelo, aferrándose a su cuchillo y sacándolo una y otra vez, pero desde hace un par de noches no deja de roncar, anoche balbuceó algo tan alto que me hizo despertar, me giré y sólo pude ver la mitad de su cara por la manta raída que tenía encima, y a pesar de la penumbra, creo que estaba riendo en sueños, y balbuceaba un nombre, Kylie, Cassie, Randy, quien sabe qué diablos decía, sólo sé que se escuchaba contenta.

Cuando la veo sonreír, es cuando más me cuesta trabajo aguantar su presencia, cuando más me cuesta mirarla a la cara, porque a veces olvido que tiene catorce años, olvido que sigue siendo una niña, y cuando sonríe con esos dos dientes frontales chuecos y los ojos brillantes, siento que debo meterla a una caja y alejarla de todo lo que hay aquí afuera, porque que aquí afuera no hay nada que pueda beneficiar a Ellie, solo un montón de recordatorios que éste es un mundo donde la infancia ya no está permitida, y aunque Ellie no lo crea, aún tiene mucha de ella. Cuando veo a Ellie sonreír sólo me pongo más ansioso, porque es algo que no había visto en años, que creí no volver a ver en mi vida, la sonrisa de una niña que va dirigida a mí... que confía ciegamente en mí para cuidarla, cuando no debería.

Creo que es hora que deje de escribir, no debería estar gastando las baterías de la lámpara.

Mañana pasaremos al fin por Kansas City.

The Lost FilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora