4
Amy
Las razones por las cuales Amy Brooks hacía lo que hacía, se podían simplificar en una sola: dinero. Era, a decir verdad, casi el único motivo que tenían la mayoría de quienes compartían su oficio. Dinero, necesidad. Y no, no era feliz. Prácticamente, Amy Brooks no conocía la felicidad.
En el pueblito de Crosstown, cercano al castillo que le daba el nombre, había un solo burdel con siete u ocho prostitutas. El dueño era Paul Haggard, hijo del duque. Según las habladurías populares, se decía que el duque de Bawner, sir Richard Haggard, no tenía idea de que su hijo fuera propietario de semejante lugar. Es más, había quienes afirmaban que lord Bawner desconocía incluso la existencia de un burdel en Crosstown.
Amy tenía dieciocho años. Decir que era delgada sería quedarse corto: era raquítica. Huesuda, con los pómulos salidos y las marcas de los huesos por todo su cuerpo, algo así como un esqueleto andante. Tenía el pelo rubio, que le caía sobre la cara como dos cortinas, lacio, sin vida.
Estaba arrodillada sobre el suelo, trapeando. A veces, la hacían hacer esa clase de trabajos, dado que no era una mujer muy cotizada. La señora Montgomery, la jefa, no le tenía mucha estima. Tan gorda como flaca era Amy, creía que la gente enjuta era algo así como una enfermedad. Viendo a la muchacha, sus creencias se veían justificadas.
Mientras pasaba el trapo húmedo por el suelo inmundo, oyó voces de dos de sus compañeras, que reconoció como Margaret Jackson y Louisa Willis.
- Está muerta – dijo Louisa. Amy aguzó el oído. – Te lo digo, muerta, completamente.
- No va a estar muerta a medias. – replicó Margaret.
- No seas así. Bernie Hamilton me dijo que había aparecido degollada.
- ¿Quién es Bernie Hamilton? – preguntó Margaret.
- No seas ridícula, cómo no vas a saberlo. Te has acostado con él dos veces, Maggie.
Louisa se echó el cabello hacia atrás, triunfal, cuando Margaret la miró pensativa.
- ¿Estás segura, Lu?
- Más que segura. El dueño de la ferretería, el de la barbita de chivo.
- ¡Ah, ese! Me hubieras dicho antes. Ya sabes, Lu, no me acuerdo de los nombres. Te puedo decir que tenía un aliento que no te explico...
Margaret y Louisa soltaron unas risotadas que Amy consideró estúpida. Se preguntó quién estaría muerta, de esa forma tan atroz. Margaret también se notó intrigada.
- Dime, ¿cómo la encontraron?
- No lo sé. – respondió Louisa. – Bernie me dijo que al parecer, su cabeza rodó por las escaleras.
- Pobre lord Bawner. Perder a su esposa así...
¡Lord Bawner!, pensó Amy. Así que se trataba de lady Bawner. No sabía mucho acerca de esa dama, salvo que era de esa clase de personas que miraban por encima del hombro y arrugando la nariz. Que todo lo encontraba "ordinario" y "soez". Tenía como sesenta años, así que se la podía imaginar perfectamente.
Amy había crecido en la casa de unos nobles aristócratas de esa calaña; su madre trabajaba como cocinera, y ella la ayudaba. Recordaba a la señora de la casa, bien estirada y elegante, y se podía imaginar a lady Bawner como algo parecido, sobre todo, teniendo en cuenta los comentarios de quienes efectivamente la habían visto.
No le gustaban los ricos. Sus alardes de poder, y su ignorancia con lo que estaba sucediendo ahí abajo.
Aunque ni los pobres a veces se fijaban en quienes estaban por debajo de ellos. En el fondo, era una condición de la humanidad; mirar hacia arriba con esperanza y admiración, auto compadeciéndose, y quitándose de la mente la gente aún más miserable que ellos.
Miró de reojo a Louisa y Margaret. También pobres, también condenadas a pertenecer a la más baja calaña de personas. Y aun así la discriminaban. Eran el vivo ejemplo de su filosofía.
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Los Crímenes de Crosstown
Mystery / ThrillerInglaterra, 1898 Una serie de muertes extrañas asolan un castillo. Y cuando el joven Nicholas Daveport empieza a indagar, se encuentra con asuntos un tanto... Turbulentos. Cuando el amor y la sangre, la acción y el misterio se cruzan, ¿será alguien...