La cita (parte 1)

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Caminamos juntos por el amplio pasillo hacia el ascensor. ¿Qué puedo decirle? De pronto el temor me paraliza la mente. ¿De qué vamos a hablar? ¿Qué tengo yo en común con él? Su voz cálida me sobresalta y me aparta de mis pensamientos.

~ ¿Cuánto hace que conoce a Nat Nattasit?

Bueno, una pregunta fácil para empezar.

~ Desde el primer año de facultad. Somos buenos amigos.

~ Ya ~ me contesta evasivo.

¿Qué está pasando?

Pulsa el botón para llamar y casi de inmediato suena el pitido. Las puertas se abren y muestran a una joven pareja abrazándose apasionadamente. Se separan de golpe, sorprendidos e incómodos, y miran con aire de culpabilidad en cualquier dirección menos la nuestra. Panich y yo entramos en el ascensor.

Intento que no cambie mi expresión, así que miro al suelo al sentir que las mejillas me arden. Cuando levanto la mirada hacia Panich, parece que ha esbozado una sonrisa, pero es muy difícil asegurarlo. La joven pareja no dice nada. Descendemos a la planta baja en un incómodo silencio. Ni siquiera suena uno de esos terribles hilo musicales para distraernos.

Las puertas se abren y, para mi gran sorpresa, Panich me coge de la mano y me la sujeta con sus dedos largos y fríos. Siento la corriente recorriendo mi cuerpo, y mis ya rápidos latidos se aceleran. Mientras tira de mí para salir del ascensor, oímos a nuestras espaldas la risita tonta de la pareja. Panich sonríe.

~ ¿Qué pasa con los ascensores? ~ masculla.

Cruzamos el amplio y animado vestíbulo del hotel en dirección a la entrada, pero Panich evita la puerta giratoria. Me preguntó si es porque tendría que soltarme la mano.

Es un bonito domingo de Mayo. Brilla el sol y apenas hay tráfico. Panich gira a la izquierda y avanza hacia la esquina, dónde nos detenemos a esperar que cambien el semáforo. Estoy en la calle y Pruk Panich me llevo de la mano. Nunca he paseado de la mano de la mano de nadie. La cabeza me da vueltas, y un cosquilleo me recorre todo el cuerpo. Intento reprimir la ridícula sonrisa que amenaza con dividir mi cara en dos. Intenta calmarte, Nu, me implora mi subconciente. El hombrecillo verde del semáforo se ilumina y seguimos nuestro camino.

Andamos cuatro manzanas hasta llegar al TUXEDO ESPRESSO BAR, dónde Panich me suelta para sujetarme la puerta.

~ ¿Por qué no elige una mesa mientras voy a pedir? ¿Qué quiere tomar? ~ me pregunta, tan educado como siempre.

~ Tomaré...eh...un té negro.

Alza las cejas.

~ ¿No quiere un café?

~ No me gusta demasiado el café.

Sonríe.

~ Muy bien, un té negro. ¿Dulce?

Me quedo un segundo perplejo, pensando que se refiere a mi, pero por suerte aparece mi subconciente frunciendo los labios. No, tonto... Que si lo quieres con azúcar.

~ No, gracias.

Me miro los dedos.

~ ¿Quiere comer algo?

~ No, gracias.

Niego con la cabeza y Panich se dirige a la barra.

Levanto un poco la vista y lo miro furtivamente mientras espera en la cola a que le sirvan. Podría pasarme el día mirándolo...... Es alto, ancho de hombros y delgado......... Y como le caen los pantalones..... Madre mía. Un par de veces se pasa los largos y bonitos dedos por el pelo, que ya está seco, aunque sigue alborotado. Ay, como me gustaría hacerlo a mí. La idea se me pasa de pronto por la cabeza y me arde la cara. Me muerdo el labio y vuelvo a mirarme las manos. No me gusta el rumbo que están tomando mis caprichosos pensamientos.

LAS 50 SOMBRAS DE PRUK PANICHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora