Desaprendizaje.

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Ese día desperté y bajé de la cama, como todos los días, pero algo era distinto y no tardé en percatarme de ello. La superficie de mi habitación, como así también, la de las otras, se hallaban blandas, como si fueran a disolverse, entonces entendí que mi tiempo se hacía escaso.
Usualmente, tras ponerme en pie, dedico mi tiempo a recostarme en una hamaca gigante que se encuentra colgando desde los extremos de mi habitación, allí cierro mis ojos y pienso. Todo lo que hago es eso, pensar, desde el momento en que vi la primera luz, supe que era lo único que tenía que hacer, lo único que podía y que haría durante toda mi estancia en el plano terrenal.
Tras aquella vez en la que noté el cómo iba cambiando mi entorno, seguí meditando, sin embargo, mientras me centraba en esta velada de matiz reflexivo, oí voces. Estas voces provenían de otras cosas, cosas que entiendo como seres vivos, individuos que también existen y poseen una conciencia a la cual se hallan sujetos. Pese a que este hallazgo me haya resultado inquietante, permanecí con ambos luceros apagados hasta el día siguiente.
No sé cuánto habrá pasado luego de eso, quizá fueron cerca de dos meses en los que seguí alimentándome auditivamente de aquellas voces, aprendí de estas, cosa que me aterraba, porque obtuve noción de algo abrumador. Este cubo congelado, el que no es más que agua solidificada luego de un descenso en su temperatura, era sólo mío. Lo que ahora entendía como el resto de las personas, o también, el exterior, cumplían con la suerte de tener para sí un sitio de inamovibles cimientos en los que reposar el alma.

—¡Pero yo no puedo aspirar a eso! —exclamé.

Las risas de aquellos hombres que gozaban de tal privilegio se tornaron repulsivas, aberrantes y putrefactas hacia mis oídos, pero sólo me quedaba el recobrar la compostura y preguntarme, ¿Por qué es tan impotente y lúgubre el palacio de hielo responsable de sostener a mi ser?

—¡No encuentro nada! —dije sintiéndome ofuscado.

Horas, minutos, segundos, pero seguí pensando. Estaba cercano a hundirme y verme con el fruto de la sabiduría era lo único que podría darme el pie de gloria.

—¡María, la doncella del torbellino! ¡Eso es! —diría ansioso, creyendo haber encontrado la respuesta.

Pero la difusa verdad se reveló en un deprimente soplido, María nació en tal tormenta y por ende, la capacidad de sobrellevarse a través de esta le era innata.

—¿¡Marlon!? —Pensé intentando aliviarme, pero el horror atravesó mi retina y la desesperación hizo un manifiesto de fuerza.

Marlon y su rústico hogar no eran cosa alguna más que aquella representación de su espíritu. En dicho instante, comprendí con el más bajo de mis sentidos lo evidente, la armadura que se nos es dada durante nuestra concepción supone ser un elemento de carácter inalterable, por tanto, la resistencia a la que el hombre cree estar llamando mediante su lucha no es más que una ilusión.
Después de recibir la gracia del conocimiento tras tal axioma, supe que sería mi última noche, con lo cual, opté por abrir los ojos y caer sobre el líquido, dando inicio al viaje sin fin.

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⏰ Última actualización: Mar 10, 2023 ⏰

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