Consulta

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Leonardo

No he podido sacarme de la cabeza esa mirada tan bonita, ardiente y angelical de Juliana. Desde ese día no hago otra cosa que pensar en todo lo que abarcó de mí y en todo lo que me dijo. Se sembró aún más en mi cabeza y hasta la siento retozar en mi pecho con una fuerza que aterra. Ella es la mujer más perfecta y hermosa que puede existir. Sus dulces besos hace que olvide cada una de mis inseguridades. Su sinceridad me sigue arrumando, pero me mantiene embobado día y noche.

No ha pasado nada más entre nosotros, es como si ese pequeño momento de calentura nunca hubiese existido, pero solo Dios sabe lo mucho que me contengo para no saltarle encima y arrebatar todo su aliento. Sueño despierto con volver a fundirme en esa boquita tan preciosa, cálida y húmeda.

No puedo evitar suspirar fuerte, trayendo a mi mente sus expresiones eróticas y sensuales, esas lágrimas que derramaba inmersa en el placer y mis fantasías se alzaban, llenándome de valentía para volver a someterla a mi, pero los dolores que he presentado últimamente en mi pierna me bajan todo el arranque cuando estoy a un solo paso de ella.

Debido al mismo dolor que he sentido en la pierna, saqué cita con mi doctor, por lo que esperaba que me llamaran para entrar al consultorio. Juliana estaba a mi lado, tomando mi mano y dejando suaves caricias con la yema de sus dedos sobre esta. No puedo explicar lo que siente mi corazón al tener su compañía cada segundo del día. Me siento como un pequeño niño, emocionado de tener la atención que tanto necesitaba.

—¿Será que sí me permiten entrar contigo en el consultorio?

—Sí, no ponen problema por eso.

—Ah, que bueno —me miró con una sonrisa vacilante—. No te he preguntado si quieres que entre contigo y yo ya me metí.

Reí, llevando su mano a mis labios y estampé un ligero beso en ella.

—Claro que quiero que entres conmigo a la consulta.

Dejó un rápido beso en mi mejilla y sonrió de oreja a oreja, alborotando los latidos de mi corazón a más no poder. Quisiera sentir sus labios una vez más sobre los míos.

En el intento de llegar a ellos, escuché mi nombre y Juliana soltó una risita traviesa, ayudándome a poner de pie para entrar al consultorio.

—Buenos días, Leonardo. Hace un tiempo no te veía. ¿Cómo estás? ¿Cómo van las terapias? —inquirió el doctor, sentándose en su silla—. Nueva compañía, ¿eh?

—Doctor, buenos días. Ella es Juliana —no supe cómo presentarla, si como una amiga o como la mujer que acapara mi mente día y noche—. Bueno. Las terapias en mi pierna van por buen camino. Mi terapeuta dice que si todo sigue marchando bien, puede que en unos seis meses tenga el 85% de movilidad recuperado.

—Me alegro mucho que tus terapias están progresando. Ha sido un proceso duro, pero se nota mucho la mejoría en tu pierna —entrelazó su mano sobre el escritorio—. Cuéntame, Leo, ¿qué te trajo a consulta hoy?

—Últimamente la pierna me ha dolido mucho a la hora de caminar o doblar la rodilla.

—Entiendo —se puso sus gafas y señaló la camilla—. Ponte cómodo, por favor. Voy a revisar tu pierna.

—Ven, déjame ayudarte —Juliana me guio a la camilla y cerré la cortina, despuntando los botones de mi pantalón—. ¿Qué haces, loco? —susurró.

—Quitarme el pantalón para que el doctor pueda revisarme.

—Al menos espera a que me vaya.

Sonreí divertido.

—¿Ahora sientes vergüenza o qué? Ya me viste sin nada y tus mejillas no estaban así de rojas.

—¡Es diferente, Leoncito! —gritó en un murmullo—. Aquí no estamos a solas.

—El doc me va a revisar la pierna. ¿Acaso crees que lo hace por encima del pantalón? Tengo que quitarmelo. No le botes corriente y ayudame a quitar los zapatos, por favor.

Sacudió la cabeza y se agachó, levantando una de mis piernas y luego la otra para quitarme los zapatos. Verla en esa posición me trajo recuerdos de hace unos días y mi pulso incrementó. La deseo tanto.

—No me mires así —dijo, soltando una risita—. Y tampoco me apuntes, Mi General.

Desvié la mirada a mi erección y la cubrí con mi camisa. Ella tiene la culpa de que me haya vuelto muy sensitivo. Cada gesto, mirada, palabra o acto me pone a alucinar.

—Te ordenó que bajes el arma antes de que alguien pueda salir herido. ¿O acaso quieres dispararle al doctor? —dejó un beso en mi muslo antes de ponerse de pie—. Traga suave, soldado.

—Eres una gatita muy perversa.

Escuchamos un carraspeo y Juliana me tiró un guiño antes de salirse del espacio con mis zapatos y mi pantalón.

Me senté en la camilla y el doctor empezó a tomar mis signos de primero, para dejar por último mi pierna. Luego de que terminó, se acercó a su computador y tecleó varias veces en ella.

—Tienes la pierna un poco inflamada, por lo que te ordenaré una radiografía y también algunos análisis de sangre para descartar cualquier cosa. ¿Has estado siguiendo las recomendaciones en casa? Recuerda que no puedes caminar tantas horas ni exponer tu pierna al sobreesfuerzo. Llevas muy poco tiempo desde que se retiraron los tornillos y se te permitió empezar a apoyarla.

—He estado siguiendo cada unas de las recomendaciones al pie de la letra, doctor.

Juliana me miró con cierta culpabilidad y negué con la cabeza, dejando un beso en su frente para dejarle en claro que ella no tenía la culpa de nada.

—Aquí están tus órdenes. Necesitamos saber cuánto antes que no tengas alguna lesión importante en la pierna —realizó una llamada y la enfermera entró con una silla de ruedas—. Puedes esperarlo en la sala mientras le realizamos los estudios a Leonardo.

—Está bien, doctor —Juliana me dio un beso en los labios, tomándome por sorpresa y sonrió—. Todo va a salir bien, papi. Verás que sí.

La vi salir del consultorio con una sonrisa y debo admitir que tenerla a ella para apoyarme se siente bien y que no solo le importo a mis hermanas. Juliana tiene la habilidad de desarmarme con cada uno de sus actos. No esperaba que fuera a darme un beso frente a otras personas.

Condena[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora