Un mes sin pausas. Un mes sin sentir que todo se para durante un rato. Un mes de vueltas, pensando siempre a lo loco y sin el cinturón de seguridad abrochado. Un mes del que... ¿debería sentirme orgullosa?
Llevo años celebrando cada victoria con una pausa. Consolando cada derrota con una pausa. Alejándome de mi misma con una pausa. Abrazando mi dolor con una pausa.
¿Cómo debería sentirme ante la idea de no volver a frenar de golpe nunca más? De no bajar nunca de esta montaña rusa que me marea. De no dejar de hacer siempre lo contrario de lo que siento.
Porque estoy aterrada.
Sé que me prometí no mirar atrás, dejarlo todo enterrado y correr lo más lejos posible. Volver nunca fue una opción.
Pero esta vez, el pasado ha sido la mejor medicina. ¿Irónico, no crees? Perseguida por los demonios, bendecida por los fantasmas. Tanto, tanto, tanto tiempo luchando por sentirme comprendida, por no tener que huir de mí misma. Y la respuesta ha estado siempre ahí.
Notas de algo que pensaba que era mi antigua yo. Escapes de una guerra que, al parecer, siempre ha estado ahí. Palabras que nunca pensé que fueran a ser entendidas, el mejor hombro sobre el que llorar.
Pero todo ha cambiado. Alivia dejar entrar la comprensión, asusta contemplar los cambios. El fin de la guerra se ve cada vez más cerca. El agotamiento de ver que nada avanza, la necesidad de una salida, el rencor de una jaula que nunca está vacía, junto al ruido ensordecedor que se mantiene constante. Demasiado ruido.
Todo ha cambiado. El soldadito ha perdido fuerza, los demonios son cada vez más poderosos.
Debo encontrar una salida.
Ya no importa cuál.
No puedo volver a caer en una pausa. No puedo vivir así para siempre.
Todo va a cambiar.
