Soldado herido

38 1 1
                                    

Y aquí estoy, (una vez más) frente a una hoja en blanco que me ruega ser garabateada y con la boca llena de sentimientos por escapar. Probemos si la suerte anda de mi lado.

Desde que era apenas una niña, he sentido una guerra dentro de mi interior que, dos décadas más tarde, he concluido que jamás acabará. 

Siempre habrá una batalla nueva por luchar. A veces demasiadas sin sentido, otras tan pocas pero dolorosas.

Antes solía preguntarme qué está bien y qué está mal. Por qué no está bien lo que yo deseo pero sí lo de los demás. Por qué los demás niños solo se preocupan de jugar mientras yo no puedo dejar de imaginar en mi cabeza mil maneras de hacerles daño. A cada instante. A gritos en mi mente. Por qué no podía decir lo que pensaba sin que me mirasen raro. Por qué estaba todo mal. 

Crecí, y mi mente junto a mí. Nunca aprendí a controlar esos pensamientos, solo podía mantenerlos en un rinconcito de mi interior, disfrutando de ellos cuando nadie me veía. Luchaba por evitar su existencia. A veces me sentía mejor pensando que todo el mundo también los tenía, aunque en el fondo sabía que no era así. Tenía que encajar como cualquier otra chica de mi edad, no me permitiría ser la rara. Por suerte (para todos) siempre distinguí el mal de lo beneficioso, así que jamás traté de herir a nadie a propósito. Por desgracia, los demás no seguían el mismo propósito que yo.

Herida tras herida, el lado oscuro seguía alimentándose de odio y dolor. Fue entonces cuando llegó el momento que no podía controlarlo más. Elegí la cuchilla más afilada del taller del instituto y cité a mi mejor amiga en los baños de chicas. En mi mente podía imaginar mil y una formas de destrozar toda su bonita piel con mis manos. Sentía el deseo corriendo por mis venas. Sentía el ardor en mis manos y mis ojos. Sentía, sentía odio por sentirme así. La incapacidad de herir a otra persona se armó de valor y desahogó todos mis deseos sobre mi propia piel. Fue entonces cuando llegó el momento que comprendí cómo podía controlar esa parte de mí.

El odio y dolor quedó ahogado con la sangre de mi brazo y pasarían años hasta que volvieran a apoderarse de mí. 

Las heridas se convirtieron en cicatrices, en momentos por los que ninguna chica, ni ninguna persona debería verse sometida nunca.

Tras toda esa arena acumulada, comencé a controlar el odio en mí casi a diario. Incluso dejó de bastar la sangre para ahogar tanta arena, y tuve que recurrir al alcohol. Pero también dejó de funcionar tras un tiempo.

Así que encontré algo mejor. Encontré algo único, algo capaz de hacerme dejar de pensar y sentir durante horas. Encontré algo que me haría cometer el peor error de toda mi vida. Desde el primer momento que dejé el papel bajo mi lengua, pude notar que era algo diferente a todo. Era lo que mi mente consciente deseaba a gritos para salvarse del dolor. Así que, ¿por qué no?

En solo una noche todo el dolor se apoderó por completo de mi mente. Aquellos seres oscuros que batalleaban en mi interior se volvieron reales. Sus ojos me atrapaban sacando todo el miedo por mi piel. Sus manos, todas aquellas manos tirando de mí, ahogándome, arrastrándome con odio. Y sus voces, las voces de todas aquellas personas que dejaron dolor en mí, recordándome lo peor de mi vida una y otra vez. Mi mente encerrada en una oscuridad que jamás podría superar. Mi lado consciente intentó salir pero el papel de colores lo había reprimido casi por completo. Intentaba deshacerme de todo encendiendo alguna luz, pero ninguna parecía funcionar. Solo me quedaba gritar, gritar y llorar en un silencio espeluznante.

Desde entonces mi mente está dividida en una guerra constante. Con el tiempo he aprendido a reprimir aquel lado aterrador a cada momento, aunque no es siempre posible. Guarda una mecha para arder con la chispa más pequeña, como es la oscuridad o son los recuerdos (o el alcohol). Es entonces cuando comienza la batalla. Aquellos ojos clavados en mí, aquellas manos tirando de mi cuerpo y sus voces en mi cabeza. Tratar de convencerme de que no es real mientras me lamento en silencio por el miedo que me apodera. Casi a menudo.

Nadie comprende lo que es vivir con dos mentes, nadie sabe lo que esconden estos ojos. Ni siquiera ahora que ha quedado todo escrito soy capaz de entenderme a mí misma. Pero la mitad de mí si que lo hace, aunque por suerte no tiene voz ni voto en mi cuerpo. Por ahora.

Supongo que cada uno libra una batalla en su interior, ¿no? 

bloc.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora