⋆ 𝐍úmero 𝟼

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— Becky, ¿qué pasó con tu carta, la que estabas escribiendo hace un tiempo? Nunca me la mostraste

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— Becky, ¿qué pasó con tu carta, la que estabas escribiendo hace un tiempo? Nunca me la mostraste

Becky de encogió de hombros, estaba ocupada pintando en un cuaderno con dibujos de mandalas, que eran bastante difíciles y con mucho detalle para gusto de Freen, pero a la pequeña le gustaban, por eso se compraba cada vez que veía uno nuevo.

Era su último hobby, y tenía guardado todos los libros que había completado con el tiempo.

Freen miró la hora, siendo once con cuarenta minutos, y suspiro, sabiendo lo que vendría.

— Becbec, ve terminando por hoy que hay que ir a dormir — murmuró, se acercó a ella y dejó besos en su mejilla y en su oreja.

— No quiero — dijo, sin dejar de mirar el cuaderno —. Me falta mucho para terminar, no puedo.

— Becbec, sólo por hoy, por esta vez, ¿puedes dejarlo un rato, bebé? Te prometo que seguirá allí tal como lo dejaste.

Becky negó.

— Por mí, vamos, por favor.

Se lo pensó un poco, y sabía que si insistía de esa forma era porque le resultaba importante a la mayor, así que suspiró, cerrando el libro y guardando sus colores.

— Muchas gracias, mi amor — dijo la pelinegra, sonriendo y besando su mejilla sonoramente, haciéndola sonreír.

Se levantó para buscar un vaso con agua y la pastilla que debía darle.

Le rompía el corazón tener que hacerla dormir con medicamentos para que no sufriera con los fuegos artificiales de Año Nuevo, pero no volvería a arriesgarse a lo que había sido la única noche en la que había permitido que se mantuviera despierta.

Becky era bastante tolerante a los ruidos, pero si eran muy fuertes, como una lluvia torrencial con rayos y truenos, o especialmente, una noche donde un montón de idiotas se divertían explotando cositas para ver colores y formas que duraban menos de un segundo; se alteraba, demasiado.

Lo había comprobado una noche, donde Becky rogó que la dejaran despierta una vez, porque quería saber lo que era Año Nuevo, y la fiesta, y los fuegos en el cielo.

Y con los pucheros la había convencido totalmente.

Esa noche, al marcar las doce, sentadas en balcón, Becky vió por primera vez los fuegos artificiales, y fue cuestión de segundos para que comenzaran las explosiones fuertes y el amontonamiento de fuegos y ruido.

Cubrió sus oídos con sus manos y sintió su cabeza dolor, creía que hasta iba a estallar, comenzó a gritar de dolor.

— ¡Becky! ¡Becky, ya!

— ¡Basta! ¡Freen haz que pare! ¡Basta! —
Comenzó a gritar mientras las explosiones continuaban, y Freen no podía hacer nada por ella, abrió la puerta del balcón para entrarla y fue ese segundo que se alejó de ella lo suficiente para que la menor fuera hacía la pared y comenzara a golpear su cabeza con fuerza.

 𝐒𝐚𝐫𝐚𝐧𝐠  ⋆ ›  𝐅𝐫𝐞𝐞𝐧𝐁𝐞𝐜𝐤𝐲Donde viven las historias. Descúbrelo ahora