Sangre en las manos

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Itztli, un joven ciudadano de Tenochtitlan, caminaba por la calle, disfrutando del viento, cuando de pronto, por no poner atención, al dar la vuelta en una esquina, chocó contra un anciano que llevaba una canasta de chabacanos y no cayó al canal, sólo porque logró agarrarse de aquella esquina, para posteriormente, acomodarse la ropa que aquella canasta había movido.

En cuanto a la fruta, esta cayó al suelo, y, afortunadamente, sólo dos piezas al agua, por lo que la reacción de ambos fue de inclinarse a recogerla.

—Lo siento —dijo el muchacho de piel cacao.

—No te preocupes, jovencito, yo fui el culpable de-

De pronto, el anciano hombre calló en seco, con la mirada directamente sobre la ropa del contrario.

—¿Pero qué he hecho? Te he lastimado. —dijo éste, tomando con una de las suyas, la mano del menor, para revisarla.

—No se preocupe. Estoy bien, en serio.

El hombre buscó, pero no había señal de heridas que sangraran. Sólo un par de pellejitos que se habían levantado.

—Parece que es cierto... —dijo el hombre, impresionado, con una mirada seria y penetrante.

El joven lo observó, un poco asustado y confundido por no saber lo que estaba sucediendo.

Después de un par de segundos, el hombre simplemente sonrió y soltó su mano.

—Déjame limpiar eso por ti —dijo, mojándose los dedos con saliva.

—No es necesa...

Pero antes de que pudiera terminar, el tipo ya se encontraba tratando de desvanecer la mancha, cosa que no funcionó de mucho, y, en realidad sólo empeoró la situación, pero parecía complacer al viejo el haber intentado ayudar.

—...rio  —. Terminó la frase el más joven, aún incómodo.

La sonrisa en el rostro del anciano se había borrado mientras "limpiaba" la sangre, pero Itztli apenas lo notaba. Pasaron un par de segundos en los que ambos se miraron sin decir nada. Luego, Itztli le ayudó a terminar de recoger y se retiró.

—Pero que viejo tan raro. —dijo, una vez que ya estaba lo suficientemente lejos como para que el anciano no lo escuchara.

—¡Ayúdenme, por favor! ¡Mi padre! ¡Mi padre está muerto! Dijo una joven, corriendo hacia donde estaban ellos.

El hombre de blancos cabellos, piel morena y ojos cafés, volteó hacia donde estaba Itztli, pero éste ya se había retirado.

Cuando llegó a la escena, el hombre quedó horrorizado, al ver como aquel que en algún momento estuvo vivo, ahora yacía con el pecho abierto y la sangre derramándose por el suelo. El anciano por poco vomita tan pronto se encontró con esto.

La joven lloraba, llena de rabia.

—¡Encontraré al asesino, padre! —dijo ella, cayendo sobre sus rodillas para llorar sobre el pecho de su padre, sin importarle llenarse de sangre.

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