La apuesta

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—Ah, hola, Tezca —dijo con indiferencia el primer dios que llegó.

—¿"Tezca"? —preguntó Itztli —. Un poco más de respeto, ¿No?

—Tal como dijo el humano. Te hace falta aprender a respetarme, o si no, tendré que enseñarte a respetarme... a punta de madrazos.

—Quiero verte intentarlo.

—Oh, definitivamente no quieres.

—Ajá, de acuerdo, pero, si nos disculpas, Tezca, estábamos en algo importante —dijo Quetzalcóatl.

—¿Tienes el descaro de decir eso, cuando tú fuiste el que interrumpió MI ceremonia?

El contrario sonrió.

—Sí.

—Ya estuvo bueno. ¡Te voy a-!

—Antes de que hagas cualquier cosa... Tienes que saber algo.

—Bien. Te escucho, pero luego de eso, te madreo.

—Como sea. Él... —. Señaló al hombre frente a ambos —. ¡Es un asesino!

Todo se quedó en silencio.

De pronto, Tezcatlipoca explotó en risas.

Se acercó a Quetzalcóatl, lo tomó de los hombros, lo volteó hacia la multitud y gritó:

—¿Cómo ven a este pendejo? ¡Sigue creyendo que los sacrificios cuentan como asesinato!

De pronto, todo el respeto que parecían tenerle a Quetzalcóatl, se perdió. Todo el mundo empezó a reír a carcajadas.

—¡Señor, con todo respeto, no chingue —dijo uno.

—¡Ya sigan con el sacrificio! —dijo otro.

—¡Pero-

Quetzalcóatl se rindió de tratar de razonar con ellos, debido al estruendo. Era tanto que no podía ni oír sus propios pensamientos.

De pronto, una ráfaga de viento atravesó el lugar y ambos dioses desaparecieron.

Itztli estaba a punto de volver a su ceremonia, cuando notó que algo faltaba en sus manos. Su cuchillo de obsidiana.

Quetzalcóatl y Tezcatlipoca flotaban sobre las nubes. El dios jaguar fue el primero en hablar.

—¿Qué? ¿Vas a intentar matarme con eso? No tienes los aguacates para hacerlo.

—A mis dulces creaciones no las tocaría ni con un rayo de sol, y lo sabes. ¡A ti, por otro lado, te metería esto por la cola hasta que te desangraras!

—Con tus fetiches aquí no, por favor.

El dios serpiente emplumada hizo una expresión de disgusto.

—Pinche asco. Ugh, volviendo al punto. Sabes que no me gustan los sacrificios, pero no me meto en ellos, porque, aunque no quiera, respeto a los otros dioses,  para que sigan brindándole su apoyo a la humanidad.

El semblante de Tezcatlipoca, inmediatamente se ensombreció.

—¿Y  entonces, qué hay de diferente esta vez?

—Como te dije, este hombre es un asesino. Mata por placer, no para satisfacer a los dioses. Yo mismo lo comprobé.

—¿Un asesino? —intervino una tercera voz. Era Tonatiuh.

—Eso es imperdonable. ¿Cómo que no ofrece sus sacrificios hacia los dioses? —dijo Tláloc.

—A este punto, dudo que para él sean sacrificios... —dijo Quetzalcóatl. 

—¿A qué te refieres con eso? —preguntó Tezcatlipoca.

—Si lo hace por gusto, dudo que para él exista cierto remordimiento por lo que está haciendo. 

De pronto, una voz, no de hombre, no de mujer, sino mezcla de ambas, interrumpió en la conversación. 

—Entonces dicho humano no sirve para estar en la tierra  —dijo Ometéotl.

—No estarás sugiriendo que- —dijo Quetzalcóatl, intentando no vomitar. 

—Si tanto aprecias a tus creaciones, entonces deberías estar dispuesto a sacrificar a una de ellas, con tal de salvar al resto. ¿No crees que es lo justo? —dijo Huitzilopochtli —. Todos morirán al final, después de todo. 

—Debe haber otra manera. Puedo hacer que deje de matar. Sólo denme una oportunidad de cambiarlo —dijo desesperado el dios serpiente emplumada.

—¿O si no, qué? —dijo Tezcatlipoca.

—¿Qué? —preguntó el otro.

—Sí. ¿Qué pasa si no lo logras, Quetzalcóatl? —preguntó Huitzilopochtli.

—¿¡Estás con él, Huitzi!?

—En todo juego hay reglas, hermano, y este juego tuyo es muy peligroso.

—Bien. Si no logro mi objetivo, yo... No intervendré en el mundo humano durante... ¡treinta años! Y ustedes podrán hacer lo que quieran con la tierra. 

—Tienes hasta el siguiente Tóxcatl —dijo Tezcatlipoca. 

—¿Qué? ¡Es muy poco tiempo! —dijo el otro, molesto. 

—Para mí parece un lapso rasonable —intervino Huitzilopochtli.

—Quien esté de acuerdo con darle a Quetzalcóatl oportunidad de reformar a- ¿Cómo dices que se llama?

—Uh...

—Como sea, conocemos su cara. Quien esté de acuerdo con permitirle esto a Quetzalcóatl hasta el próximo Tóxcatl, que levante la mano. 

Todos, menos Quetzalcóatl, levantaron la mano. 

Éste suspiró y se dispuso a bajar de nuevo, cuando, de pronto, recordó algo.

 —Pero deben prometerme algo ustedes...

—Ahora, hasta exigente te pones —dijo Tezcatlipoca —. Bien, ¿Qué quieres?

—No le harán daño, bajo ninguna circunstancia, ni siquiera si pierdo. Asumo la responsabilidad total de sus acciones, por lo que si no cumplo con mi meta, el que habrá fallado habré sido yo. 

—Debes odiar o amar mucho a tu gente como para ponerlos en riesgo sólo para demostrar que todos ellos pueden acatar tus órdenes. Lo que me lleva a otra cosa más —dijo el contrario —. Sólo puedes enseñarle que matar sin ofrecer el sacrificio a los dioses de la forma correcta está mal. Definitiavmente NO puedes volverlo un maldito pacifista igual que tú, y decirle que matar en general está mal, porque eso no es cierto, ¿Te queda claro?

—¡Pero! 

—Si no aceptas todas las condiciones, no habrá nada que nos detenga de descargar nuestra ira sobre él. 

—¡Eso es injusto!

—En realidad es bastante justo —intervino el dios de la guerra.

—¡Huitzi!

—Yo sólo digo...

—¿Y bien? ¿Aceptas o no? —preguntó el dios cojo, Tezcatlipoca. 

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