Youaltepuztli

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Era de noche ya. Quetzalcóatl dormía. Era la primera vez que Itztli veía su rostro completo, ya que en ningún momento, hasta ese, había retirádose la máscara. Sus facciones eran masculinamente finas y su castaño cabello le llegaba hasta la mitad de la espalda. El sacerdote junto a él se preguntaba si todos los que decían que era pelirrojo eran un montón de tontos o mentirosos o si aún dormida, la deidad no mostraba su verdadera forma.

También se cuestionaba con qué podía soñar un dios, pero, más importante aún, qué sucedería si lo asesinaba. ¿Su conciencia volvería al lugar de donde vino? ¿Desaparecería? ¿Materializaría otro cuerpo? Era un enigma que realmente deseaba resolver, pero a quien temía no era él como tal, sino a las consecuencias que un acto como ese le podría traer.

El mayor fue abriendo sus ojos poco a poco, pero al recordar dónde y cuándo estaba, alterado, se levantó de golpe.

—Debemos irnos, ahora.

—¿Qué?¿Por qué? —preguntó el otro, saliendo inmediatamente de sus pensamientos.

—Las criaturas de la noche, sirvientes de Tezcatlipoca, no deben tardar en salir. Este lugar no es seguro. Debemos regresar a la ciudad YA.

—Bueno, si tienes tanta prisa, ¿Por qué no nos llevas volando?

—No puedo.

—¿Qué? ¿Por qué no?

—Soy un dios de luz. Lo que significa que... soy... vulnerable durante la noche. Mis poderes fallan.

—No inventes... ¿En serio piensas que voy a creerme eso?

—Hablo totalmente en serio. Debemos irnos de aquí ahora, antes de que...

Un sonido ensordecedor se escuchó. Era como si algo hubiera chocado contra la tierra y la hubiera hecho temblar o como si un hacha enorme hubiese empezado a talar un árbol aún más grande.

La sangre de ambos hombres se heló.

—¿Ese es...? —preguntó Itztli.

—Ese es... —respondió Quetzalcóatl.

Ambos llevaban varios metros de haber corrido, cuando el moreno paró en seco.

—Espera, espera —¿Qué no Youaltepuztli es una de las muchas formas de Tezcatlipoca? ¿Qué no puedes simplemente decirle que no se nos aparezca?

—Tezcatlipoca te quiere muerto, pero sabe que no puede simplemente matarte, porque va en contra de las reglas. Aunque... no dijimos nada sobre presagiar la muerte.

—¿Tezcatlipoca me quiere muerto?

—El punto aquí es... que debemos salir de aquí antes de que tu destino esté sellado.

El sonido de hachazo sonaba tan fuerte que casi les reventaba los oídos. El dios serpiente miró hacia atrás para ver qué tan lejos se encontraba aquel ser de la noche. Su acompañante hizo lo mismo. Mala decisión.

Youaltepuztli estaba ahí parado tras un árbol. Su caja torácica chocaba consigo misma una y otra vez. Su corazón latía con tranquilidad, como si no estuviera cansado siquiera por haber corrido hasta casi alcanzarlos.

Caminaba lentamente hacia ellos. Ambos se habían paralizado por el temor. Ya se encontraba a sólo unos metros. Luego, a casi un metro. Los dos hombres podían ver cómo sus costillas se separaban y se volvían a juntar, generando un fuerte y horrible estruendo cada que ésto sucedía.

El aterrado sacerdote, cerró los ojos. De pronto, el choque de los huesos dejó de escucharse y sintió como alguien lo tomaba de los hombros. Estaba frío. El temor lo hizo sobresaltarse.

—Itztli, ¡Itztli! ¡Despierta! —decía la voz perteneciente a... ¿Quetzalcóatl?

El joven abrió los ojos, extrañado, logrando divisar al dios que lo miraba con preocupación. La luz del día continuaba resplandeciendo en el horizonte, aunque ya cada vez menos.

—Ya todo está bien. Fue sólo una pesadilla —murmuró el castaño de ojos claros, quien, comprendió de inmediato que el otro necesitaba un abrazo, a pesar de no haberlo pedido, por lo que, sin preguntar, lo tomó en sus brazos y comenzó a acariciar con ternura su cabello.

—Ya pasó, ya pasó. Fue sólo un mal sueño.

El frío del cuerpo de Quetzalcóatl lentamente se fue convirtiendo en calidez. Itztli juraba que se volvería a dormir, hasta que notó en qué situación se encontraba.

Enojado y avergonzado, se apartó de los brazos del ser divino y comenzó a caminar, de vuelta a Tenochtitlan.

El contrario lo siguió, en silencio, y así se mantuvo, hasta que el de piel morena habló primero.

—Quetzalcóatl...

—¿Sí?

—¿Tú... pierdes tus poderes durante la noche?

—¿A qué viene la pregunta?

—Nada.

El dios sonrió, sin que el otro pudiera verlo.

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