Prólogo

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Ya con los zapatos puestos, First se paró encima de la tapa del viejo váter de cerámica blanca y observó el reflejo de sus propias piernas en el pequeño espejo rectangular que colgaba delante de él, sobre la pica vieja en la que se acababa de lavar la cara. Sus pantalones de vestir eran negros como el carbón, justo como su chaqueta, y llegaban a la mitad de su talón, dejando entrever los calcetines blancos por debajo de sus zapatos de charol negro. First levantó una de sus piernas para ver como el calzado nuevo brillaba bajo la bombilla blanca de la habitación y apoyó una mano sobre la fría pared de ladrillos de cerámica. Mientras admiraba la suela de goma tallada se escuchó como la puerta de la habitación empezaba a abrirse. Rápidamente, First saltó del inodoro y fingió que se estaba arreglando las solapas de la chaqueta, consciente de que probablemente su madre lo había visto de todas formas.

"¿Qué estabas haciendo, Kanaphan?" La mujer preguntó, con una pequeña sonrisa en su rostro.

"Me estoy preparando. ¿Te gusta?" Él le preguntó, girándose hacia ella.

"Me resulta un poco apagado, la verdad. Y si vais de negro en verano os vais a asar como pollos. Incluso la corbata es negra. Podrían haberla hecho roja o gris, aunque sea." Se quejó, antes de darle su maleta escolar ya preparada, con todos sus libros y material dentro de ella.

"No creo que en este lugar haya verano como tal. Si en pleno Septiembre no hace calor dudo que eso exista."

"Tienes razón. Tendremos que comprarnos chaquetas para sobrevivir aquí durante el Invierno. Pero eso ahora no es importante." Dijo, caminando hacia la salida del baño. "O salimos ya o no llegaremos a tiempo. Ya casi son las siete y es una hora de viaje."

First se acomodó el pelo hacia un lado antes de apagar la luz del baño y seguir a su madre a través de los ajustados pasillos del apartamento que habían alquilado hacía apenas unos días. Los dos salieron por una pequeña puerta de madera oscura al final de un largo pasillo de cemento gris, en cuyo final se hallaba una puerta blanca que la mujer tuvo que abrir con su llave. Detrás de la misma, un pequeño jardín rectangular rodeado por una valla roja y poblado por cuatro árboles puestos de manera desordenada, los recibió a ambos.

El pequeño coche celeste en el que tenían que viajar estaba aparcado sobre la calle, delante de su puerta. First se adelantó por el pasillo de cemento y se paró delante del maletero hasta que la mujer abrió el vehículo con la llave manual. First dejó la maleta y su abrigo en el maletero, antes de sentarse en el único otro asiento disponible del coche; el copiloto. Tan pronto como cerró su puerta, su madre encendió el coche y se encaminó en dirección norte desde Undir Glaðsheyggi, la calle de Tórshavn en la que residían.

Como su madre estaba conduciendo, First utilizó su viejo teléfono para indicarle por dónde ir durante el viaje. Aún ninguno de los dos se había acostumbrado a ese cambio de ambiente. En Tailandia las carreteras eran mucho más grandes y cada vez que se viajaba en coche hacía falta poner el aire acondicionado. En Dinamarca, al contrario, las carreteras principales eran mayoritariamente de dos carriles, tres si era una carretera que salía del pueblo. También era sorprendente como estas tenían acera a ambos lados. Y First no consiguió ver ningún edificio de más de dos pisos. Todo eran casas coloridas de tejados triangulares, algunos hechos de pasto más en las afueras, que se juntaban entre las colinas de pasto verde y grueso que crecía por todas las islas. La mayoría del camino tanto First como su madre se pudieron deleitar con las preciosas vistas al mar de Noruega, que reflejaba el color grisáceo del cielo entre el resto de las islas del archipiélago en el que residían.

Fué casi una hora de viaje, en la que al cielo le dió tiempo de llover en tres ocasiones diferentes. Después de una curva al final de una punta de la isla, First vió como un pequeño pueblo con apenas una veintena casas se levantaba en el final de un cabo apodado como 'La playa de Tjørnuvik', justo en la valle entre dos grandes y altas montañas verdosas. El coche pasó a través de la calle recta más pegada a la costa, desde la que se podía ver como una playa grande de arena gris se abría bastante hasta tocar el agua.

El Sacrificio de la MariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora