—Ha llegado usted casi tan deprisa como nosotros —me dijo Prudence.
—Sí —respondí maquinalmente—. ¿Dónde está Marguerite?
—En su casa.
—¿Sola?
—Con el señor de G…
Me paseaba a grandes pasos por el salón.
—Pero bueno, ¿qué le pasa?
—¿Cree usted que me parece divertido esperar aquí a que el señor de G... salga de casa de Marguerite?
—Tampoco usted es muy razonable que digamos. Comprenda que Marguerite no puede echar al conde a la calle. El señor de G… ha estado mucho tiempo con ella, siempre le ha dado mucho dinero, y todavía se lo da. Marguerite gasta más de cien mil francos al año; tiene muchas deudas. El duque le envía lo que le pide, pero no siempre se atreve a pedirle todo lo que necesita. No puede romper con el conde, que le proporciona diez mil francos al año por lo menos.
Marguerite le tiene a usted mucho cariño, querido amigo, pero, mirando el interés de ambos, su relación con ella no debe llegar a nada serio. Con sus siete a ocho mil francos de renta no podría usted mantener el lujo de una chica así; no bastarían ni para el cuidado de su coche. Tome a Marguerite como es: una buena chica ingeniosa y bonita; sea su amante un mes, dos meses; cómprele flores, bombones y palcos; pero no se meta otra cosa en la cabeza y no le haga escenas ridículas de celos. Sabe muy bien con quién está tratando: Marguerite no es precisamente una virtud. Usted le gusta, usted la aprecia, no se preocupe de lo demás. ¡Me encanta viéndolo hacerse el susceptible! ¡Tiene la amante más apetecible de París, lo recibe en un piso magnífico, está forrada de diamantes, no le costará un céntimo si quiere, y todavía no está contento! ¡Pide usted demasiado, qué demonios!—Tiene razón, pero es más fuerte que yo; la idea de que ese hombre es su amante me hace un daño horrible.
—En primer lugar —repuso Prudence—, ¿es aún su amante? Es un hombre al que necesita, eso es todo. Lleva dos días cerrándole la puerta; pero ha venido esta mañana, y ella no ha tenido más remedio que aceptar su palco y dejarse acompañar. La trae hasta aquí, sube un momento a su casa y no se queda, puesto que usted espera aquí. Me parece que todo esto es muy natural. Por otra parte, al duque lo tolera, ¿no?
—Sí, pero es un anciano y estoy seguro de que Marguerite no es su amante. Además muchas veces uno puede llegar a tolerar una relación y no tolerar dos. Esa facilidad se parece mucho a un cálculo, y el hombre que consiente en ella, incluso por amor, se acerca a los que, en una escala más baja, hacen de ese consentimiento oficio, y de ese oficio dinero.
—¡Pero, hombre, qué atrasado está usted! ¡A cuántos he visto yo, y de los más nobles, más elegantes y más ricos, hacer lo que le aconsejo a usted, y eso sin esfuerzos, sin vergüenza, sin remordimiento! ¡Pero si esto es algo que se ve todos los días! ¿Qué quiere que hagan las entretenidas de París para mantener el tren de vida que llevan, si no tuvieran tres o cuatro amantes a la vez? No hay fortuna, por considerable que sea, capaz de sufragar por sí sola los gastos de una mujer como Marguerite. Una fortuna de quinientos mil francos de renta es en Francia una fortuna enorme; pues bien, querido amigo, quinientos mil francos de renta no bastarían para cubrir gastos, y vea por qué: un hombre con tales ingresos tiene también una casa montada, caballos, criados, coches, cacerías, amigos; generalmente está casado, tiene hijos, toma parte en las carreras, juega, viaja, ¡qué sé yo! Todas esas costumbres están arraigadas de tal manera, que es imposible prescindir de ellas sin pasar por estar arruinado y sin armar un escándalo. En resumidas cuentas, con quinientos mil francos anuales no se pueden dar a una mujer más de cuarenta o cincuenta mil francos al año, y no es poco. Pues bien, otros amores tendrán que completar el gasto anual de esa mujer. En el caso de Marguerite resulta aún más cómodo: por un milagro del cielo ha caído sobre un viejo rico con diez millones, y encima su mujer y su hija han muerto, no tiene más que sobrinos también ricos, y le da todo lo que quiere sin pedirle nada a cambio; pero ella no puede pedirle más de setenta mil francos al año, y estoy segura de que, si le pidiera más, a pesar de su fortuna y del afecto que siente por ella, se lo negaría. Todos esos jóvenes que tienen veinte o treinta mil libras de renta en París, es decir, que apenas si les da para vivir en el mundo que frecuentan, cuando son amantes de una mujer como Marguerite, saben perfectamente que con lo que le dan ni siquiera podría pagar el piso y los criados. No le dicen que lo saben, hacen como si no vieran nada, y cuando se hartan se van. Si tienen la vanidad de correr con todos los gastos, se arruinan tontamente y van a buscar la muerte a África después de haber dejado cien mil francos de deudas en París. ¿Cree usted que esa mujer se lo agradece? De ninguna manera. Por el contrario, dirá que ha sacrificado su posición y que, mientras andaba con ellos, estaba perdiendo dinero. ¡Ah!, le parecen vergonzosos estos detalles, ¿eh? Pues es la pura verdad. Es usted un muchacho encantador y lo estimo de todo corazón; pero llevo veinte años viviendo con entretenidas, sé lo que son y lo que valen, y no quisiera ver que se toma en serio el capricho que una chica bonita ha tenido por usted. Aparte de esto —continuó Prudence—, admitamos que Marguerite lo quiere a usted lo suficiente para renunciar al conde y al duque, en caso de que éste se diera cuenta de sus relaciones y le planteara el dilema de elegir entre usted y él: es incontestable que el sacrificio que haría por usted sería enorme. ¿Y podría usted hacer por ella un sacrificio igual? Cuando llegase la saciedad, cuando estuviese al fin cansado de ella, ¿qué haría para resarcirla de todo lo que le hizo perder? Nada. La habría aislado del mundo en que se hallaban su fortuna y su porvenir, ella le habría dado sus mejores años y sería olvidada. O sería usted un hombre ordinario, y entonces, echándole en cara su pasado, le diría que al dejarla no hacía más que obrar como sus otros amantes, y la abandonaría a una miseria segura; o sería usted un hombre honrado y, creyéndose obligado a seguir a su lado, se entregaría usted mismo a una desgracia inevitable, pues una relación así, excusable en un joven, ya no lo es en un hombre maduro. Se convierte en un obstáculo para todo, no permite tener familia ni ambición, esos segundos y últimos amores del hombre. Así pues, amigo mío, créame, acepte las cosas en lo que valen y a las mujeres como son, y no conceda a una entretenida el derecho de llamarse su acreedora, de cualquier modo que sea.
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La Dama de las Camelias (Alexandre Dumas, hijo)
Historical FictionLa dama de las camelias, publicada por primera vez en 1848, es una novela firmada por Alexandre Dumas, hijo. Dramaturgo: Alexandre Dumas Personajes: Margarita Gautier, Armand Duval, Padre de Armando, El Conde. Género: Novela rosa Primera representac...