Ya era algo, pero no era bastante.
Comprendía el ascendiente que tenía sobre aquella mujer y abusaba de él cobardemente.
Cuando pienso que ahora está muerta, me pregunto si Dios me perdonará un día todo el daño que le hice.
Después de la cena, que fue de las más ruidosas, nos pusimos a jugar. Me senté al lado de Olympe y aventuré mi dinero con tanta osadía, que no pudo menos de prestar atención a ello.
En un momento gané ciento cincuenta o doscientos luises, que extendí ante mí y en los que ella fijaba sus ojos ardientes.
Yo era el único que no se preocupaba del juego en absoluto, y sólo le prestaba atención a ella. Seguí ganando todo el resto de la noche, fui yo quien le dio dinero para jugar, pues ella perdió todo lo que tenía encima y probablemente en casa.
A las cinco de la mañana nos marchamos
Yo iba ganando trescientos luises.
Todos los jugadores estaban ya abajo; sólo yo me quedé detrás sin que se dieran cuenta, pues no era amigo de ninguno de aquellos caballeros.
La misma Olympe alumbraba la escalera, y ya iba a bajar como los otros, cuando, volviéndome hacia ella, le dije:
—Tengo que hablar con usted.
—Mañana —me dijo.
—No, ahora.
—¿Qué tiene que decirme?
—Ya lo verá.
Y volví a entrar en el piso.
—Ha perdido usted —le dije.
—Sí.
—¿Todo lo que tenía en casa?
Vaciló.
—Sea franca.
—Bueno, pues es verdad.
—Yo he ganado trescientos luises: ahí los tiene, si me permite quedarme aquí.
Y al mismo tiempo arrojé el oro encima de la mesa.
—¿Y por qué esta proposición?
—¡Porque me gusta usted, pardiez!
—No; lo que pasa es que está usted enamorado de Marguerite y quiere vengarse de ella convirtiéndose en mi amante. A una mujer como yo no se la puede engañar, amigo mío. Por desgracia, soy aún demasiado joven y hermosa para aceptar el papel que me propone.
—Así que ¿se niega usted?
—Sí.
—¿Prefiere amarme por nada? Soy yo quien no aceptaría entonces. Reflexione, querida Olympe; si yo le hubiera enviado una persona cualquiera a ofrecerle estos trescientos luises de mi parte con las condiciones que pongo, usted habría aceptado. He preferido tratarlo directamente con usted. Acepte sin buscar las causas que me impulsan a actuar; dígase que es usted guapa y que no hay nada de sorprendente en que yo esté enamorado de usted.
Marguerite era una entretenida como Olympe, y sin embargo, nunca me hubiera atrevido a decirle, la primera vez que la vi, lo que acababa de decirle a aquella mujer. Es que yo amaba a Marguerite, es que había adivinado en ella unos instintos que a esta otra criatura le faltaban, y en el mismo momento en que proponía aquel trato, pese a su extremada belleza, aquella con quien iba a cerrarlo me daba asco.
Por supuesto acabó por aceptar, y a mediodía salí de su casa convertido en su amante; pero abandoné su lecho sin llevarme el recuerdo de las caricias y de las palabras de amor que ella se creyó obligada a prodigarme a cambio de los seis mil francos que le dejaba.
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La Dama de las Camelias (Alexandre Dumas, hijo)
Historická literaturaLa dama de las camelias, publicada por primera vez en 1848, es una novela firmada por Alexandre Dumas, hijo. Dramaturgo: Alexandre Dumas Personajes: Margarita Gautier, Armand Duval, Padre de Armando, El Conde. Género: Novela rosa Primera representac...